viernes, 23 de septiembre de 2011

BLACKWOOD MANOR: Capítulo 7 (2/4)





Lawrence Wontherlann, Conde de Blackwood, apoyó su espalda en el respaldo del sillón y dirigió una pensativa mirada hacia el exterior. Una hoja, con una breve misiva escrita en la cara superior, reposaba ante él en su escritorio. Había esperado aquella carta con ansiedad e ilusión a la vez, pero ahora que la tenía entre sus manos y conocía su contenido, habría deseado no leerla jamás. Las noticias de las que era portadora resultaban desalentadoras y preocupantes.

"La ignorancia es una bendición en ciertas ocasiones", pensó. "Esta es una de ellas".

Tras una silenciosa y breve pausa, volvió a coger la carta y la leyó por cuarta vez aquella mañana.




Lawrence, nuestra situación es crítica. Tus sospechas resultaron ser ciertas, lamentablemente: hay traidores entre los nuestros. Tenemos pruebas irrefutables que así lo demuestran. En un comienzo no quise poner atención a tus tempranas advertencias, pero mi testarudez y mi falta de juicio han puesto en peligro a nuestra patria y eso es algo que me resulta difícil de perdonar. Gracias a la Santa Providencia, y a tu aguda intuición, no tenemos consecuencias que lamentar, al menos, no aún, pero debemos permanecer alertas. Ahora más que nunca. Si resultaba inquietante tener a nuestro enemigo acechando desde el exterior, descubrir que sus influencias se han extendido como mala hierba en nuestras propias tierras, resulta simplemente escalofriante. Pero aún estamos a tiempo de erradicarla para siempre, Lawrence; es nuestro deber conseguirlo. Quizá no hemos podido librar una batalla junto a nuestros valientes hermanos en el frente, pero tendremos que hacerlo aquí mismo, en Inglaterra. Y créeme, nuestra lid no es inferior en importancia, ni será menos gloriosa nuestra victoria si la obtenemos.

Confío en que las órdenes de Wellinghton llegarán a las manos correctas, sin dificultades. Ten cuidado y mantén los ojos abiertos. En este minuto, la línea divisoria entre amigos y enemigos es difusa, y cualquier medida que tomemos resultará insuficientes para mantener a salvo los intereses de la corona y de nuestra amada Inglaterra. La discreción y la desconfianza, en estos momentos, son nuestras mejores armas. Sé que no nos defraudarás.

Samuel R.R.




El Conde dejó la misiva sobre su escritorio, se levantó de su silla y se situó junto a los ventanales que daban a su espalda. El tiempo y la naturaleza, serenos e inexpugnables, continuaban su eterno y sereno trayecto, mudos espectadores de la vida. Un día lleno de luz y frescura se desarrollaba en el exterior, ajeno a los rencores y temores de los hombres; ajeno a su propio estado emocional en aquél mismo instante. Una densa niebla envolvía su espíritu, asfixiando todo posible rayo de esperanza, luz y calor.  
      -    ¿Qué tipo de hombre vende a sus compatriotas y traiciona a su país, Jacob?- preguntó al hombre de estatura media que permanecía en silencio, situado al centro de la estancia. 
-                    -          Un hombre sin honor, Mi Lord- respondió solícito.

El Conde asintió con aire ausente.

-                 -          ¿Está todo bien, Mi Lord?

-                -        No, Jacob, me temo que no- respondió tras unos instantes de silenciosa meditación. Se dio la media vuelta, a fin de poder mirarle directo a los ojos, y continuó-: Nuestra situación es más compleja que antes. Ciertos individuos, cuyas identidades desconocemos de momento, han doblegado sus rodillas ante la bandera enemiga, subyugándose a su voluntad y haciendo propios sus ideales, fines e intereses.

-                 -    ¿Con qué propósito, Señor?

-                 -       No se mencionan en la carta, pero presumo que su objetivo es interceptar cualquier información sobre nuestros aliados que pueda resultar de utilidad a los francesas, para darles una ventaja en esta batalla.

-            -   Napoleón es un estratega astuto y hábil, jamás creí que echaría mano a tan burdos métodos para lograr la victoria.

-             -   Su situación actual no es la misma que hace un tiempo atrás. El exilio aún pende sobre su cabeza, recordando a sus antiguos seguidores, y a sus enemigos- dicho sea de paso-, que es un hombre como cualquier otro, con debilidades y defectos- explicó el Conde-. Necesita aferrarse a algo, a un nuevo elemento, que demuestre a sus aliados que tiene la ventaja sobre sus contrincantes y que, esta vez, no fallará de nuevo- concluyó con gravedad.

-                -    ¿Y si lo encuentra, Mi Lord? ¿Qué haremos? ¿Cuál será nuestro próximo paso?- lo interrogó Jacob.

-                -     Rogar a la Santa Providencia que nos ampare- contestó-. Y esperar que escuche nuestras súplicas.

“La pregunta es: ¿merecemos que nos escuche? Quizá no. Quizá merezcamos semejante destino. ¿No mirábamos en menos a las demás naciones? ¿No nos creíamos en la cúspide, como los únicos dignos de ser alabados por nuestras hazañas y nuestros avances? ¿No desoímos el clamor de los menesterosos y el llanto de los huérfanos? Adelante.”, reflexionó. “Este es el pago por nuestro egoísmo, nuestra insensibilidad y nuestra elevado ego: derrota y sumisión”.  




Lawrence Wontherlann paseó la mirada por el horizonte, tropezando en su trayecto con una figura querida y familiar, recortada contra el verdor de las colinas. Adam regresaba al hogar, montado en la briosa Corsa, luego de una larga mañana de agotador paseo por los extensos dominios que circundaban a Blackwood Manor. Una profunda e intensa preocupación invadió su alma al pensar en su hijo, y en el peligro al que lo estaba exponiendo. No era justo que amenazara su vida un peligro que ignoraba por completo; sin embargo, no tenía otra opción. La pasividad le resultaba insoportable, sobre todo si tenía como resultado el sometimiento de Inglaterra bajo el poder francés. 

“¿Debería ser honesto con él? ¿Debería descubrir y relatarle nuestros planes, el importante papel que cumplimos sirviendo a nuestra patria?”, se preguntó. “¿Acaso eso evitará que el sentimiento de culpabilidad y la constante preocupación que corroe mi alma, día tras día, acabe de una vez?”

-                     -    ¿Enviará la carta de Lord Wellinghton hoy mismo a Londres?- oyó preguntar a Jacob, interrumpiendo así sus sombríos pensamientos.

Lawrence Wontherlann negó con la cabeza.

-      No, hoy no. Adam se acerca y dentro de unos instantes estará aquí. Sé que le dará alegría verte- dijo-. Ve con él.

-      Discúlpeme, Mi Lord, espero que no considere impertinente mi pregunta, pero debo formularla de todas formas.

-       Adelanta. Hazla. 

-    ¿Cuándo le contará a su hijo lo que está ocurriendo?- Jacob esperó que el conde reprobara su osadía y respondiera a su pregunta al mismo tiempo, pero nada de eso ocurrió. Haciendo acopio de unas fuerzas y valentía de las que carecía por completo, inspiró hondamente e insistió-: Creo que Adam está en su derecho de saberlo. Sirvió algún tiempo en el ejército, y es un hombre de fiar. Por esa, y muchas razones más, creo que debería confiar en él y explicarle su papel en esta guerra. Estoy seguro de que nos entregaría su apoyo incondicional; y aún más, que nos ayudaría a conseguir nuestros objetivos y a combatir con cada uno de los obstáculos que se nos interpongan por el camino, con denuedo y valentía.

Un nuevo silencio reinó en el salón.  

-       ¿Ya has acabado?- le preguntó el Conde finalmente.

-       Sí, Mi Lord.

Lawrence Wontherlann inspiró hondamente.

-    Podría decirte que estoy indignado por tus palabras, reprobar tu conducta, sancionar severamente tu osadez, y advertirte duramente que no te inmiscuyas en asuntos personales, que sólo conciernen a mi hijo y a mí- respondió el Conde-. Pero no es el caso, primero, porque yo mismo te di la confianza de expresarme todas tus opiniones, sin medir tus palabras ni moldearlas en atención a mí título, ni a mí condición social; segundo, porque siempre he valorado tu buen juicio y tus consejos; y tercero, porque indudablemente tienes la razón- concluyó. Se dio la media con lentitud y parsimonia, fijando su vista en la nota que seguía suspendida sobre su escritorio. Luego alzó la vista y miró al hombre que esta ante él, y agregó-: Ahora responderé a tu pregunta: no lo sé. ¿Con eso basta?

-       Sí, Mi Lord.

-      ¿Hay algo más que desees preguntarme?

-       No, Mi Lord- respondió el aludido-. No aún, al menos.

El Conde esbozó una débil sonrisa, y asintió con la cabeza.

-       Puedes retirarte. No hagas esperar a Adam.

Jacob se inclinó respetuosamente, y salió de la instancia, dejando a Lawrence Wontherlann, Conde de Blackwood, al fin sólo. El hombre siguió con una mezcla de placer y angustia, la escena que se desarrolló al exterior. Como bien suponía, el encuentro entre ambos jóvenes fue efusivo, y no tardaron en desaparecer de su vista e internarse en el hogar, llenos de ganas de charlar y compartir las experiencias vividas durante los meses que estuvieron separados. 

¿Qué tipo de hombre vende a sus compatriotas y traiciona a su país?”, recordó la pregunta que había formulado momentos antes a Jacob.

-                      -       El mismo tipo de hombre que es capaz de engañar a su único hijo- respondió a la pregunta el Conde en voz alta-. Un hombre sin honor.

Cogió la carta que estaba sobre el escritorio, la leyó una vez más, y acercándose a la chimenea, la tiró al fuego. Observó con hipnotizante atención las llamas consumir el papel, y hacerlo desaparecer por completo;  cada punto, cada palabra, cada frase, convertidos en cenizas y disueltos para siempre.

Ojalá fueran capaz también de consumir las negativas emociones que su contenido había sido capaz de dar lugar en su corazón. Pero, claro, eso era imposible.




_._._._._._._._._._._


 

Harriet estaba cepillando su cabello, cuando oyó los suaves golpes provenir de la puerta.

-          Adelante- contestó levantándose del taburete para recibir a la recién llegada.

Judith entró al cuarto, y se inclinó ante la joven.

-          Elene me ha enviado a atenderle, señora- informó la joven. 

-     Y les estoy enormemente agradecida a ti y a ella por disponer de su tiempo para hacerlo- dijo Harriet. Judith asintió en silencio, y comenzó a cumplir sus labores.

La relación de Harriet con el resto de la servidumbre había sido fluida desde un comienzo. Sin embargo, con Judith las cosas no habían funcionado de la misma manera. Temiendo que la joven fuera tímida, y por eso se mostrara tan distante y silenciosa, decidió trabar conversación con ella y así hacerla sentir más cómoda. Sonriente, Harriet se dio la media vuelta, y apuntó hacia los ventanales, uno de ellos abiertos de par en par, y dijo:

-     Sé que no debí  hacerlo hasta estar vestida, pero no he podido evitarlo. Este lugar ejerce una atracción irresistible sobre mí: el sol, la brisa fresca y limpia, y estos campos siempreverdes, puros  y ajenos al ajetreo de Londres, carente de sus vicios, de sus calles adoquinadas, de las industrias y el humo que corrompe el ambiente. Aquí se respira paz; una verdadera, infinita y profunda paz. ¿No lo crees tú, Judith? 

-   Lo que usted diga, señora. ¿Quiere que le prepare su baño?- preguntó la criada, indiferente a su comentario y a sus esfuerzos de entablar una conversación.

-   Sí… Claro- respondió Harriet, sin poder evitar que la actitud de que la joven la perturbara. 

De ahí en adelante, la situación entre ambas mujeres no progresó mayormente. Judith no respondió a su intento de trabar amistad ni por asomo. Quizá alguna dama más quisquillosa, la habría acusado de ser una insolente, pero Harriet no lo pensaba así. Sólo deseaba ser agradable con Judith, pero ésta no paraba de demostrar el poco aprecio que le tenía, evitando cruzar su mirada con ella, y respondiendo a sus preguntas de forma escueta y con vaguedad. Ni siquiera un amago de sonrisa cruzó por sus labios durante todo el tiempo que estuvieron juntas. No es que Judith estuviera obligada a compartir una estrecha amistad con Harriet; las relaciones forzadas eran inútiles, y acababan siempre colapsando. Sin embargo, aunque no buscaba su afecto, y aún menos su devoción, sí esperaba poder entablar una relación amistosa con ella, y con todo el servicio. Una buena convivencia se basaba en el respeto y la cortesía, y en la capacidad de poder charlar sobre temas agradables, sin presiones ni traba alguna. Sin perjuicio de lo anterior, si Judith no deseaba conversar con ella ni establecer ningún tipo de vínculo emocional, Harriet no insistiría.

-       Está todo listo, señora- le informó la criada-. Volveré en cuanto termine.

-       Gracias, Judith.- La joven se inclinó ante Harriet y salió sin decir ni una palabra.

Tras desnudarse rápidamente, Harriet se sumergió con deleite en la bañera. Un suspiro de satisfacción brotó de sus labios al sentir las cálidas aguas acariciando cada punto de su cuerpo. Desprendían una suave esencia a lavanda, que no tardó en perfumar el ambiente por completo. 

Al contrario de su abuela, a Harriet no le gustaba recrearse mientras se bañaba. Clarisse solía llevar sus novelas a la bañera, y exigía a la buena de Doris que mantuviera la temperatura del agua hasta acabarlas. Sí, nadie diría que la adusta y siempre realista Clarisse Beckesey le podría gustar leer novelas románticas, pero así era. Renegaba completamente de la existencia del amor, y la veracidad de los votos de fidelidad y devoción eternos entre un hombre y una mujer, pero Harriet estaba segura que ninguna mujer en toda Londres contaba con una biblioteca tan surtida y rica en novelas románticas como la de Clarisse.

-        Te extraño, abuela- se dijo-. A ti y a mi padre.

Una vez la joven se embardunó de jabón hasta la punta de los cabellos, se dedicó a frotar con delicadeza los brazos y cada punto de su cuerpo. Una vez limpia, se sumergió una vez más en las aguas tibias, y salió de la bañera. Cuando Judith volvió, Harriet se había colocado su bata y se cepillaba el cabello mojado ante el espejo.





La sirvienta hizo la cama en silencio, guardó sabanas limpias en un cajón y se dedicó a preparar la ropa de Harriet para que se vistiera. Harriet la observó dar una detallada ojeada a cada vestido, y luego volver a colgarlos uno por uno, casi ajena a su presencia. Tan inmersa estaba en dicha tarea- y Harriet estaba tan resignada a su silencio también-, que no pudo evitar dar un respingo al oír su voz.

-          ¿Cómo es Londres?

Harriet dejó el cepillo sobre el aparador, y sonrió. No podía negar que se sentía satisfecha por esta inesperada demostración de cercanía de la joven.

-    Pues… en realidad, no sabría por dónde comenzar. Londres es una ciudad muy grande. Posiblemente podrías recorrerla entera en un par de días, pero para conocerla, tardarías meses.- Harriet sonrió-. Tal vez el comentario que hice antes no debió parecer muy alentador, pero créeme cuando te digo que Londres es un lugar fascinante. Es cierto que no disfrutarás de los campos verdes, ni de la brisa fresca, ni de la paz que hay en Blackwood Manor, pero esa carencia se ve recompensada por otras cosas. 

-         ¿Qué otras cosas?- quiso saber la criada.

-      Espectáculos, óperas, conciertos, exposiciones, reuniones literarias, y un comercio tan fructífero como diverso- señaló Harriet.

Judith asintió, sin hacer comentario alguno, y regresó a sus tareas. Harriet creyó que no volverían a hablar, por lo que la sorprendió ver a la joven acercarse a su espalda y devolverle la mirada a través del espejo. 

-   Quizá le haya extrañado mi pregunta, pero la verdad es que nunca he estado en Londres.

-    Algún día podrás visitarla- le dijo Harriet-, y comprobarás por ti misma lo que te he dicho. Y si no tienes dónde quedarte, siempre podrás llegar a casa de mi abuela, en Pellmourn, en las villas que se encuentra al sur de Londres.

-   Tal vez…- murmuró ella con aire ausente. Harriet la observó quedar inmóvil y pensativa por unos instantes, y luego volver a alzar la vista-. ¿Está lista para que la peine?

-      Sí- accedió Harriet.

Judith cepilló su largo cabello rizado distraídamente. La expresión de su rostro era indefinible y hacía imposible precisar qué sentía o qué estaba pensado.

-      ¿Le gusta Londres?- preguntó de pronto.

Harriet meditó la pregunta unos instantes antes de responder.

-     Nací y crecí en ella. A Londres se encuentran ligados mis más valiosos recuerdos; y en ella está mi familia, mi hogar y mi corazón- dijo-. Así que sí, Judith, me gusta Londres y deseo regresar cuanto antes a ella.

-       ¿Le espera alguien allí?

-   Mi abuela y espero que mi padre también, en cuanto la guerra acabe- contestó Harriet-. ¿Por qué lo preguntas?

La criada le dirigió una intensa mirada y luego volvió a fijar toda su atención en su trabajo. 

-        ¿Conoce los rumores que están circulando por la casa, señora?

-     ¿Rumores? ¿Qué rumores?- quiso saber Harriet extrañada y llena de curiosidad, a la vez.

-     Todos dicen que hace una hermosa pareja con Mr. Wontherlann, el hijo del Conde de Blackwood- dijo.

-      ¿Lo dicen?- preguntó Harriet. Dejó escapar una sonrisa y negó con la cabeza-. Se lo advertí, pero no quiso prestar atención a mis palabras y ahora estas son las consecuencias- aseguró-. Pero, dime, ¿por qué me lo cuentas?- Judith se detuvo, vacilante, como si dudara que fuera correcto continuar hablando sobre el tema-. ¿Acaso hay algo más que deba saber?

Una repentina angustia se adueñó de Harriet. El silencio de Judith la atormentaba, haciéndole sentir cada vez menos segura de querer escuchar su respuesta. Si no, ¿por qué dudaba tanto? ¿Qué es lo que había oído? ¿Algún comentario de Adam o de su padre, el Conde? ¿Consideraban quizá que no era un buen partido? ¿O que era una descarada por haber rechazado a Mr. Fenwick durante el baile? Harriet suspiró profundamente, e intentó tranquilizarse. ¿Desde cuándo le importaba la opinión de los demás? En cuanto se fuera, nunca más volverían a verse con Adam, ya que ella estaría en Londres y no tendrían ocasión de encontrarse nunca más. Su estadía en Blackwood Manor era momentánea. Se iría en cuanto la guerra acabara, y entonces regresaría a la capital junto a su abuela y a su padre, y todo volvería a ser como antes. Asistiría a decenas de conciertos, óperas, bulliciosas veladas sociales, y… se casaría con Alexander, como todos esperaban que hiciera. 

“Y como quiero hacerlo”, pensó, aunque sin demasiada convicción. 

-     En realidad, señora, todos concordamos, que hacen una hermosa pareja. Elene dice que usted le recuerda a difunta condesa de Blackwood, la esposa de Mr. Lawrence Wontherlann, que en paz descansa. Sin embargo…

Harriet sintió que el estómago y la garganta se le oprimían por la ansiedad que sentía.

-    Usted me parece una joven buena, pero inocente e inexperta, y temo que pueda hacerle daño.

-      Creo que no entiendo- dijo Harriet-. Te ruego que te expliques.

-     Lo que quiero decir, es que usted no conoce en absoluto al hijo del Conde. Usted quizá sea un buen partido, no lo dudo, ya que fue criada como una dama, pero eso no es suficiente. El joven Adam tiene un pasado turbio, y aunque es un hombre bueno, como su padre, me siento obligado a advertirle…

-       ¿Advertirme de qué?

-       Ya le dije. Usted me parece una buena joven, con modales y fortuna, pero no podrá retener a Adam a su lado. ¿O acaso no ha oído nada de su pasado? ¿Del desafortunado desenlace de muchas señoritas de su clase, que compartieron un romance con él? 

Harriet apartó la vista, sin saber qué decir. ¿Por qué todos sentían la necesidad acusiante de advertirla sobre Adam Wontherlann? ¿Acaso no parecía capaz de cuidarse por sí misma?

-   Siempre acaba dejándolas a todas. Las conquista, les hace creer que las ama, y cuando al fin obtiene de ellas lo que desea, se da la media vuelta y se aleja- explicó Judith-. Pero, bueno, todos los hombres son iguales, ¿no? Contraen matrimonio, y cuando están felizmente casados, dejan a sus esposas en las casas y se van a buscar placer a otras partes…

Judith guardó silencio y dirigió una atenta mirada a Harriet a través del espejo. Mientras hablaba, se había dedicado a observar cada reacción de la joven con creciente interés. Había suplicado que sus palabras tuvieran el efecto deseado, y por poco lanza un grito de alegría al comprobar que así era. “La altiva y presumida Harriet Beckesey ya no se ve tan segura, ¿no?”, se dijo con satisfacción. Parecía consternada, y perdida, como una niña abandonada en un pueblo desconocido, sin nadie a su alrededor para ayudarla ni cogerle la mano. Tuvo que apartar la vista para disimular la sonrisa que comenzaba a dibujarse en sus labios.

-       Lamento mucho haber tenido que decirle estas cosas, señorita, pero...

-       Basta- la oyó murmurar.

-       ¿Cómo ha dicho?

-     ¡Dije,  basta!- repitió con mayor vehemencia Harriet, a la vez que se ponía en pié y la encaraba. Su mirada penetrante, y su gesto altivo, hicieron retroceder a Judith-. No sé por qué me has dicho todo esto, pero no te lo agradezco. Me mostré afable contigo e intenté darte mi confianza y mi afecto, pero jamás te di la libertad para expresarte de esa forma tan vulgar ante mí- la increpó, sin perder la compostura ni la elegancia, lo que la convertía en una enemiga aún más temible y digna de respeto-. Tu insolencia es intolerable, pero me resulta más indignante aún, que te expreses de esa forma de tus amos. Efectivamente, desconozco por completo el pasado de Mr. Wontherlann, sin embargo, no guardo ningún oculto deseo de conocerlo, ni ahora ni en un futuro próximo o lejano- puntualizó-.  No mencionaré a nadie tu vergonzoso comportamiento por esta vez. Pero si vuelve a repetirse, no dudes que lo haré. ¿Lo has entendido?- preguntó. Acto seguido, le dio la espalda, volvió a tomar asiento frente al aparador y dijo-: Puedes retirarte.  

Judith se dio la media vuelta, omitiendo inclinarse ante Harriet como dictaban los buenos modales. Sentía la necesidad imperante de abandonar ese cuarto, y no volver jamás. Sin embargo, la rabia y la impotencia que la invadían, la obligaron a detenerse y encarar a la joven dama por última vez. Como una serpiente preparándose para atacara a su presa, se dio la media vuelta, con los garfios al descubierto, rezumando veneno y cólera contenida. 

-     Al joven Adam no le interesan los compromisos con señoritas como usted, frívolas, remilgadas y llenas de aprensiones- escupió, con el rostro desfigurado por el rencor que sentía-. Para eso me tiene a mí. Una mujer de verdad, que es capaz de satisfacer sus necesidades sin reparos ni prejuicios de por medio. Y si cree que me intimida sus amenaza- dijo-, está muy equivocada. No importa cuánto me aleje de este lugar. Él volverá a mí, como siempre lo ha hecho. ¡Como siempre!

Harriet no respondió a sus palabras, ni se dignó si quiera a dirigirle la mirada. Consciente de que había perdido el control, y llena de impotencia, Judith abandonó el cuarto y se alejó corriendo por los pasillos hacia un lugar solitario. Buscó una habitación vacía, lo más alejada posible del resto del hogar, y se encerró en él. Temblorosa y con la respiración agitada, apoyó la espalda en una de las murallas e intentó calmarse. 

-    Desgraciada… ¿cómo se atreve a tratarme así?... Es una miserable… Una infeliz…- despotricaba en voz alta. Con los puños cerrados, golpeó los muros violentamente y gritó-: Me las pagará. ¡Juro que me las pagará!- Poco a poco, las ofensas y la ira se convirtieron en lágrimas, que se deslizaron sin cesar por sus mejillas. Sin fuerzas y sin poder dejar de sollozar, se deslizó por la muralla lentamente hasta llegar al suelo-. La odio...- murmuró entre llantos-. La odio...


15 comentarios:

anne wentworth dijo...

excelente el capitulo amiga!!!... me has dejado con los ojos como plato!!!... y me cai de espaldas como condorito PLOP!... me dejas mas que intrigada con todo!!!... como esta eso que el padre le oculta cosas a su hijo??!!!... y esa Judith, quien se cree que es??... espero que Harriet le comente todo lo que le dijo a alguien para que sepan que clase de persona es!!!.... amiga espero no nos dejes mucho tiempo con el continuara...!!!
un gran abrazo!!!

AKASHA BOWMAN. dijo...

Me ha gustado mucho esa mención histórica al principio del capítulo (ya sabes que me encantan estos pequeños detalles capaces de centrar al lector en el marco histórico-social correcto) y me parece muy valiente (aunque resignada) la posición del patriarca, aceptando el destino que se les pinta ante su vanidad y su megalomanía pasadas. Dios suele ser justo y apagar de un manotazo la llama creciente de la soberbia.

Me agrada la actitud de Harriet pretendiendo ganarse las simpatías de Judith, que al fin y al cabo no deja de ser una simple sirvienta; creo que ese detalle dice mucho de la bondad de su carácter. Harriet es mucho más que una cara bonita, y creo que poco a poco se irá vislumbrando su interior. En cuanto a la querida Clarisse... ¿donde se podría echar un vistazo a esos anaqueles repletos de novela romántica jejejjeje? Me imagino a la señora leyendo con ojos golosos a Byron, a Richardson o a Lewis y no puedo menos que reírme con picardía tras el abanico jijijiji.

Judith ha obrado mal, a menudo cuando nos dejamos envolver por nuestras pasionea más bajas perdemos el control y nos comportamos de una forma que lejos de beneficiarnos nos perjudica. Eso le ha sucedido a la joven sirvienta. Si hubiera sido más cauta podría haberse ganado la confianza de la dama y cumplir su amenaza de una forma más sutil, pero de este modo lo único que ha hecho ha sido verter su veneno indisimuladamente y alejarse por siempre de Harriet, convirtiéndola en una potencial enemiga. ¡Pobre de ella como nuestra señorita dé quejas de su comportamiento! Además ¿qué pretende asegurando que el señorito Adam siempre acaba volviendo a ella? ¿Quedar como una vulgar cortesana? ¿Ensuciarse ella misma su propia honorabilidad? En aquellos tiempos (y aún ahora) un hombre ligero de cascos era un auténtico donjuán, un conquistador, un seductor incorregible... la mujer en el mismo caso no pasaba de ser una vulgar meretriz.

Que Dios ayude a esta incauta.

Un beso y buen finde, querida, ya extrañaba tus letras.

Eli dijo...

A mí también me ha gustado mucho el capitulo y la actitud resignada del Conde, aunque hace mal ocultándole esos asuntos a Adam.

En cuanto a Judith, decir que no actúa correctamente, de sobra es sabido, pero su odio es beneficioso para aumentar nuestras ganas de leer y leer y así descubrir como actuará Harriet ahora con Adam. ¿se extrañará él si ella se muestra distante? ¿o calibrará la posibilidad de que ella esté al tanto de su supuesto pasado? Me gustaría saber si el futuro conde sospecha que Judith siente algo por él o es completamente ajeno al asunto.

Por cierto, gracias por darle una bienvenida tan calurosa al concurso, espero que se apunte más gente para que todo sea más divertido.

Un beso y feliz fin de semana.

Lara dijo...

Mi querida Eileen, ¡que gran felicidad volver a encontrarme por estos bellisimos parajes que tanto placer me dan! Ya estaba extrañando el poder visitarte en tan querida y hermosa morada, lugar de mil y un millón de sueños. ¿Porque te has demorado tanto? ¿No sabias que estaba a punto de suicidarme? Me habías dejado con el corazón en la garganta y al fin ya has vuelto. Creo que guardare mi suicidio para mas adelante.

En cuanto al capitulo de hoy, déjame decirte que lo has plasmado perfectamente y de manera muy correcta. Me agrada el ver mis historias favoritas ambientadas y depositadas muy bien el un marco histórico acertado. Me figuro que debes de haber estudiado mucho para poder escribir todo lo que con placer leemos, ¿no es así? Tal vez ya lo sabias, pero debes de haber refrescado tu memoria con un poco de información sobre el conflicto bélico.

¡Mi muy querido Conde... ! Debo de haberte dicho cientos de millones de veces que mi personaje amado y favorito es el adorado Felipe Thograwn, futuro duque de Rathmore; pero en este capitulo me has ayudado a apreciar mucho mas al querido Conde de Blackwood Manor. Si hizo bien en ocultar cierta información a su hijo o hizo mal, eso es una respuesta que me figuro sabremos mas adelante; pero como decía, si hizo bien o mal, es una cosa, pero el amor de un padre que protege a su hijo de la manera que Mr. Lawrence protege a Adam, es una belleza digna de apreciar y de ser contemplada en un hombre. ¡Ay, maravillosos sean los ojos que lo vean, los oídos que lo escuchen y manos que lo toquen a tan digno caballero! Me figuro que tendrá también el un final feliz. Uno muy bien merecido.

Me ha encantado la imagen de Harriet frente a su bello tocador; no lo habría yo imaginado de mejor manera que lo has hecho tu. ¿Una dama tan quisquillosa como la señora Clarisse leyendo novelas de genero romántico? Mas extraño aun que leyera de genero gótico o paranormal. Mi querida Harriet demuestra mucho mas sus sentimientos que el resto de las primas, por lo que se eso se debe cuidar, ya que podría pasar por desinterés.

Habla muy bien del carácter de Harriet el querer caer bien a toda la servidumbre y me gustaría que la pobre hubiera sabido con cual de estos sirvientes tendría que relacionarse. Si fuera yo la que hubiera estado en el lugar de Harriet, le hubiera dicho al Conde Wontherlann sobre la insolencia de esa simple sirvienta. Como te dije el capitulo pasado, mi querida Eileen, la única que saldrá perjudicada de tales hazañas sera la misma Judith. Es una de esas mujeres que no tienen escrúpulos, ni dignidad ni nada que se le parezca. ¡Rebajarse de semejante manera es lo mas atroz que ha podido hacer! Una mujer jamas debe de rebajarse ni a ella misma ni a las de su sexo por el genero masculino. ¡Que el mismo infierno se apiade del alma de esta sirvienta y que el Cielo mismo la ayude!

Excelente capitulo, querida. Esperare el próximo con ansias. ¡Hasta pronto!

Unknown dijo...

holaaaaaaaaaaa!!

Valio la pena la espera, me encanto este capitulo, esa Judith como osa tomarse ese tipo de atribuciones, pero claro, los celos de una mujer son bastante destructivos...
Ojala y nos delites pronto con otro capitulo.
saludos y bss...

Eileen dijo...

Descuida Anne, ya tengo preparados los capítulos para los próximos días. Te lo aseguro!! Secretos, secretos, secretos... ¡siempre hay secretos de por medio! Esperemos que nuestro buen conde no tenga que pagar por ellos...

En cuanto a Judith, hasta a mí me ha dolido en el corazón hacerla vivir esa situación. A veces me cuesta hacer sufrir a mis personajes, aun cuando desde el principios hayan estados destinados para ello.

En fin, hasta el lunes!!! Y mil besos!!! Gracias por visitarme y comentar!!

Eileen dijo...

Una vez más, AKASHA, querida amiga mía, bienvenida. ¡¡Qué daría yo por tener esa rica colección de novelas que tiene Clarisse!! Quizá algun día nos invite y podamos pasearnos por esa maravillosa biblioteca suya. ¿no?

Judith, lamentablemente, es de aquellas personas que no se miden en sus palabras, ni en su comportamiento. Las consecuencias de sus actos no tienen importancia para ella, ya que lo único que desea es hacerle creer a Harriet que Adam le pertenece, aún cuando jamás la haya tocado en su vida (ni aún siquiera mirado con tales intenciones). La cruel realidad de las mujeres sin fortuna ni nombre respetado, de aquellos tiempos... ¡Y de una sirviente! ¿Podía rivalizar ella contra esa barrera? Pero ese no era el obstáculos más grande. Adam la respetaba, pero no la amaba ni la deseaba como ella hubiese querido. Y contra eso, no se puede hacer nada. El amor no puede forzarse.

Cariños y mil cariños más!

Eileen dijo...

ELI, creo que respuestas a tu preguntas tendremos pronto. Como puedes imaginar, la stiuación entre Harriet y Judith es insostenile, y considerando el carácter arrebatado de nuestra joven criada, en algún momento algo sucederá que pondrá todos sus engaños y su mal corazón en evidencia. Las consecuencias, no quiero ni pensarlas...

Espero que también muchos más concursantes se apunten!!! Me encanta participar aunque a veces no tenga mucho tiempo para hacerlo!!!

Besos

Eileen dijo...

LAGY BINGLEY!! Creeme, he pensado cada día en tí y en la forma como salvar tu vida jajjaja pero bueno, me demoré un poco, pero aquí estoy nuevamente, agradecida de ver a mis amigas y leer sus comentarios.

Así es, así es, querida. Tuve que ponerme en a leer al respecto, y aún así, mi amiga Scarlett (que estudia historia), ha encontrado algunos detalles importantes al respecto, que procuraré no volver a incumplir nunca más.

El conde también me parece un hombre íntegro y preocupado por su familia, y aunque no puedo dar a conocer su destino, todo dependerá de las decisiones que tome por sí mismo, asi como de los que lo rodena. Me temo que nuestro ben conde está jugando con fuego, y que el peligro lo acecha (tanto a él como a su hijo) desde todos los ángulos.

Pobre Judith (vuelvo a repetirlo), aunque me atrevo a decir que más que amor, sólo es capricho lo que siente. Y los caprichos, junto a un carácter osado y las malas intenciones, son el peor trío que puede darse en una persona. Harriet en estos momentos, se ha hecho de una enemiga de temer, aunque me atrevería decir, que Judith no ha tenido mejor suerte!!

Me da inmenso placer tenerte por aqui, estima LAdy, y espero el Lunes volver a recibirte. Y quizás, comentar sobre los nuevos acontecimientos que estarán produciéndose en Blackwood Manor.

Cariños y besos!!

Eileen dijo...

Querida, gracias por pasar y comentar. Si, los celos, los sentimientos más destructivos que pueden existir. No hacen actuar con desenfreno, sin meditar en las consecuencias.

Cariños

MariCari dijo...

Vaya capítulo, querida, vaya capítulo.. .te ha quedado redondo, redondo... me ha gustado mucho, sobretodo la conversación de gatas de las dos mujeres... la has bordado... y mira, no sé por qué tanta salida a caballo del bueno del chico, sería la coartada perfecta para ser el malo, anda que si lo es frente al bueno de su padre... y por otro lado, no deja de ser hasta necesaria la nueva libertad, fraternidad e igualdad de la revolución francesa para los ciudadanos ingleses... ¿Verdad? no sé, no sé, aún estoy saboreando el capítulo,,, je ,je... Bss...

Anónimo dijo...

¡Eileen por fin apareces!
¡Estaba desesperada!
Cuantos secretos, secretos y RUMORES!! Yo no tengo paciencia para esperar a los "continuará" jeje

Bueno, a parte de porque me ha encantado que hayas hecho una mención histórica, ambien me ha gustado mucho porque he podido conocer mas acerca de los personajes, ha estado muy bien ver como Harriet quiere llevarse bien con toda la servidumbre de la casa, aun que Judith no esté muy por la labor que digamos...como dije en otro comentario, no todo amor es correspondido pero Judith o cualquier dama no debería perder jamás los modales, aun que sea por luchar por el amor de un hombre... incluido Adam Wontherlann ;)

Espero que Harriet no se deje llevar por esos víles comentarios acerca del supuesto pasado de Adam y confíe en él plenamente... ¡hacen una pareja tan bonitaaa!

Por cierto, me ha encantado la imagen de Harriet frente al espejo, ¡preciosa!

¡Espero con ansias la siguiente parte!

Besos,
Susan

Scarlett O'Hara dijo...

Siento mucho llegar tan tarde a nuestra reunión en Blacwood Manor, pero mi agetreado ritmo de estos dias me impide leer capitulos tan largos de un tirón, asi que tengo que hacerlo pedazo a pedazo en los ratos libres que encuentro.
Aqui hay dos cosas muy importantes que comentar:
Teníamos bailes apoteosicos, caballeros de todas clases y colores, tres primas, criadas psicopatas y ahora para terminar de rematar ¡espias!
Cuando ya creía que nada me sorprendeía, va y aparece el hasta ahora poco llamativo conde Lawrence quemando cartas secretas del estado. Que follon!!!
Por otro lado tenemos a la encantadora y para nada desequilibrada mentalmente Judith. La pobre a pasado al ataque directamente y sin rodeos, muy sutil la verdad no es, yo esperaba más perfidia de su parte. Pero creo que lo que la impulsa a actuar de forma tan brusca y pasional es la desesperación que siente hacia Mr Wontherlann. Ahora, aqui hay algo muy raro, "él volverá a mi como siempre lo ha hecho. ¡Como siempre!" ¡¡¡¡que la Judith y el futuro conde han mantenido una relación previamente!!!!!

ps: Hechamos de menos a Julian y su repentino enamoramiento con Agnes. Esperamos que se recupere pronto de su borrachera y vuelva a deleitarnos con su genuino caracter.
Besos:)

D. C. López dijo...

¿Que la odia?, yo sí k la odio a ella!, la muy bruja mal educada!, menos mal que Harriet no se deja intimidar y es lista, k sino... en fin, vamos a ver k pasa ahora... sigo leyendo!!!

Lily's dijo...

Esa Judith realmente es detestable, tal vez Adam se hubiera fijado en ella si ni fuera una serpiente enmascarada.
Adoro la manera en que Harriet puede defenderse e insultar a las personas sin perder la compostura es una cualidad que yo siempre e deseado tener....