jueves, 23 de junio de 2011

UN AVISO Y CIENTOS DE GRACIAS



En primer lugar, daré un aviso: no seguiré escribiendo esta novela y cerraré el blog por un tiempo indefinido... ¡ES BROMA! jajajjaa Lo siento, no he podido evitar hacerlo.
 
 
Bien. Ahora sí hablaré en serio.
 
 
Verán, he decidido fijar días de publicación: LUNES y VIERNES.
 
 
También me disculpo por el restraso de este último capítulo (el que podrán leer en la entrada inmediatamente anterior), pero han salido cientos de cosas por el camino que me han ocupado mucho tiempo. Sin embargo, ahora que existen días de publicación fijos, los respetaré fielmente (aunque seguramente eso sea imposible en las semanas de exámenes, pero les avisaré a su debido tiempo si eso llega a ocurrir).
 
 
Y por último: ¡GRACIAS A TODOS! Me alegra que en tan poco tiempo, Blackwood Manor tenga tantos amigos e invitados. Y no me refiero con eso solamente a aquellos que se encuentra dentro de los seguidores del blog, sino también a todos los que leen esta novela anónimamente, y disfrutan con ella tanto como yo.
 
 
Así que lo reitero una vez más: gracias, de parte de mi persona y de todos los personajes que, gracias a ustedes y a sus contínuos comentarios, visitas e infaltables palabras de aliento, han cobrado vida en este lugar. 
 
 
Sean bienvenidos todos a Blackwood Manor cuántas veces lo deseen. No importa a qué hora vengan, o las razones que los hayan traído hasta aquí; las puertas de Blackwood jamás estarán cerradas para ninguno de ustedes.


Verdaderamente dichosa,
Eileen.

BLACKWOOD MANOR: Capítulo 6 (1/8)


-        ¿Están listas?- preguntó Sofía-. Y acuérdate Agnés, no dediques ni una mirada a ese descarado de Julián Ranford.
La rubia joven asintió sumisa, y evidentemente nerviosa. Harriet le dio una cálido apretón en el brazo, y le sonrió. Era un gesto sencillo, pero que inspiró a la pobre muchacha de renovadas fuerzas para enfrentar la dura prueba que se le venía por delante.
Juntas recorrieron el camino hasta el Salón Dorado, donde la fiesta se iba a desarrollar. Como sucedió cuando bajaron a desayunar, Atwater las esperaba en la puerta para anunciarlas. Les dedicó una profunda y respetuosa reverencia, y procedió a abrir las puertas.
-        Harriet, tengo miedo...- le susurro Agnés.
Harriet habría querido consolarla y llevársela lejos de ahí, pero no podía hacerlo. Agnés debía sacar fuerzas de su debilidad, afrontar los momentos difíciles y superar su timidez. Le dirigió una confiada sonrisa y negó con la cabeza.
-        Pues espántalo- le contestó-. Porque un Beckesey jamás debe tener miedo. ¿Entendido? Ahora levanta ese rostro y crucemos ese salón dignamente hasta nuestros puestos.

-        Miss, Harriet, Miss Sofía y Miss Agnés Beckesey- anunció Atwater. 

Sin esperar ni un instante más, las tres jóvenes cruzaron las puertas y entraron al salón.
 
 _._._._._._._._._._

Al lado derecho de la habitación, a un costado de una larga mesa caoba llena de las más variadas delicias, se encontraban congregados la mayoría de los jóvenes asistentes. Julián se sirvió del ponche que reposaba al centro de la mesa, y tras entregar una copa a Kenneth, se sirvió una para él mismo. Bebió un sorbo del dulce licor, y sonrió con satisfacción.
-        ¡Cómo extrañaba esto!- exclamó-. No existe un ponche más apetecible en todo Inglaterra que el preparado por Elene.

-        ¿No habrás bebido suficiente, Julián?- le preguntó Felipe.

-        A penas es mi primera copa en toda la fiesta- se defendió el otro, dirigiéndole una mirada que pretendía demostrar inocencia.

-        Si, y la vigésima desde que inició el día. La fiesta aún no comienza, y ya estarás ebrio.
Julián suspiró profundamente, con fingida afectación.
-        Amigo mío, soy más cuerdo con licor en mi sangre que sin ella. Ya te lo he dicho antes.
Richard, que hasta el momento se había mantenido en silencio, preguntó:
-        ¿Dónde se encuentra Adam? No le he visto en todo lo que pasó de la tarde.

-        Tenía algunos... asuntos importantes que atender- respondió Felipe con discreción.
Richard asintió, al parecer satisfecho con la respuesta, y siguió inmerso en sus profundas cavilaciones. En ese mismo instante, Julián, Kenneth y Felipe intercambiaron una mirada. Conocían la razón de la prolongada ausencia de Adam, pero no por eso se sentían más aliviados.
Felipe dirigió la vista hacia el extremo opuesto del salón, donde Dorian Fenwick intercambiaba una superficial conversación con Dave Richmond. Frunció el entrecejo. Antes de lo ocurrido con Adam, Dorian Fenwick le parecía un hombre noble y correcto, aunque jamás habían hablado lo suficiente como para hacerse una apreciación más certera de él. Luego, cuando supo lo ocurrido con las hermanas Pontmercy, su sola presencia le resultaba repulsiva.
"Sólo un desgraciado sin una pisca de honor, ni decencia, se habría aprovechado de tres hermanas", pensó. "Y sin sentir la más mínima culpa". No entendía cómo podía estar en paz con su conciencia, luego de haber cometido semejante fechoría.
-        Ahí viene- oyó murmurar a Kenneth-. Adam ha llegado.
Adam entró por la entrada lateral del salón. Su gesto era inescrutable. Parecía relajado, aunque Felipe dudaba que ese fuera su verdadero estado.  Cruzó la habitación, con la vista fija en sus amigos. Cuando al fin llegó hasta ellos, inspiró hondamente y pidió a Julián que le sirviera un poco de ponche.
Felipe dio un breve vistazo a los invitados. Dorian Fenwick no había despegado su mirada de Adam en cuanto había ingresado al salón. Esbozaba una jocosa sonrisa, con el evidente objeto de burlarse de la situación en la que se encontraba Adam. Por suerte éste último no podía fijarse en ese detalle, ya que le daba la espalda. De no haber sido así, no podría prever las consecuencias. Considerando el actual estado de ánimo de su amigo, en sobremanera irritable e impulsivo, las posibilidades eran infinitas.
-        ¿Has hablado con tu padre?- preguntó a Adam, sin hacer alusión al tema de forma directa. Richard estaba cerca, y también Lancelot, el primo de Kenneth, quienes no sabían nada del asunto y aún menos la verdad de lo ocurrido.
Adam tardó en responder la pregunta.
-        No- respondió al fin-. No le confié la verdad en aquella época, y no lo iba a hacer ahora.

-        Quizás sólo esté de paso- aventuró Kenneth.

-        Eso espero- aseguró Adam, pero sin demasiadas esperanzas.
"No puedo creer que comparta el mismo salón con ese malnacido", pensó Adam controlando la profunda e intensa rabia que sentía. Si había una razón por la que había decidido establecerse en Blackwood Manor, lejos de Londres y los altos círculos sociales en los que solía participar, era para acabar con los múltiples cotilleos, no ver más a Karinna- cuyo sólo nombre bastaba para hacerle sentir nauseas-, y para no tener que toparse jamás con Dorian Fenwick, el culpable de haber seducido sin escrúpulo alguno, no sólo a su prometida, sino también a sus hermanas.
-        Hay que ver lo irónica que es la vida- murmuró bebiendo la copa de un sólo trago. Frunció el entrecejo. Necesitaría algo más fuerte si deseaba afrontar las presentaciones y los saludos a los que tendría que someterse en unos instantes más. Tendió la copa la Julián-. Sírveme más.

-        No creo que sea adecuado. Embriagándote no lo lograrás nada- le advirtió Felipe.

-        ¿Por qué será que pienso lo contrario?- ironizó sin humor.

-        No creo que sea tan mala idea- declaró Julián a su vez-. Si bebe lo suficiente, cualquier disparate que diga o haga en contra de Dorian Fenwick estará justificada- aseguró sonriendo-. Por eso siempre bebo en exceso. Los ebrios son inocentes ante toda causa.
Adam le envió una escrutadora mirada.
-         Me tienen tildado de mujeriego, y un hombre sin honor, Julián, y cuántos otros despreciables calificativos más cuya existencia desconozco- dijo con dureza-. No voy a permitir que además me tengan por borracho.
En ese instante, Atwater abrió la puerta principal del salón del baile, y anunció a gran voz:

     -          Miss Harriet, Miss Sofía y Miss Agnés Beckesey.



_._._._._._._._._



Felipe desvió la vista.
De pronto, el salón entero se sumió en el silencio, todas las miradas atraídas inexorablemente por las tres jóvenes, que, como diosas venidas del mismo Olimpo, cruzaron el salón con majestuoso andar. Eran como una explosión de luz y calor; una magnífica función de colores, femineidad y delicadeza.
Harriet abría la reducida comitiva. Lucía un primoroso vestido de seda azul zafiro, con vuelos orlados de encaje y perlas. Rodeaba su cintura una delicado cinta color marfil, cuyas extremidades caían grácilmente hacia el suelo. El escote moderado, dejaba entrever el inicio de sus generosos bustos, y una gran porción de su piel color crema, lozana e inmaculada. Sus movimientos, y su cuerpo entero, desprendían determinación, energía y sensualidad. Sus delicados labios estaban curvados en una pícara sonrisa, astucia y alegría que también se hallaban reflejados en sus expresivos ojos.
La precedía la delicada, y levemente más baja, figura de Agnés. La joven no tenía el mismo desplante de su prima, pero su belleza delicada y natural la convertían en una mujer igualmente deseable. Su rostro, de una blancura marmolea, poseía la perfección y la inocencia de una muñeca de porcelana. Lucía un vestido color dorado, como el de sus cabellos, que caían grácilmente hasta su cintura, cual cascada de oro fundido. En cuanto entró al salón, abrió su abanico y ocultó parte de su rostro tras él. Sus ojos claros, tan azules como el cielo mismo, recorrieron el salón con el delicado y fugaz aleteo de una mariposa, y al ver que todos los presentes tenían su atención fija sobre ellas, ni siquiera su abanico fue capaz de ocultar el rubor que, en el acto, invadió sus mejillas.     
La última de primas en presentarse fue Sofía. Su peinado alto, adornado por un sencillo, pero bello, arreglo de flores, le daba un aire recatado y elegante. Lleva el rostro en alto, reflejando en parte una personalidad orgullosa y determinada. El vestido turquesa que lucía no era un modelo tan provocador como el de Harriet, pero sí de extrema exquisitez y elegancia. Un escote no muy pronunciaba dejaba entrever parte de su piel blanca, y una gargantilla de plata, de la que prendía una hermosa joya de apariencia similar al zafiro.
"Es distinguida...y hermosa", pensó Felipe sin poder apartar la vista de ella. Había algo en su mirada, y en su postura erguida y orgullosa, que lo obligaba a admirarla hasta el cansancio. Era mucho más que su agraciado rostro, o el cuerpo perfecto y delicado que podía adivinarse bajo aquél sencillo vestido, aunque no sabría decir precisamente el qué.
Al comprender que la estaba observando demasiado fijamente- conducta absolutamente impropia de él, por cierto-, carraspeó incómodo y se sirvió un poco más de ponche. Sentía la irresistible tentación de volver a fijar la mirada en Sofía, la que en ese instante cruzaba el salón junto a sus primas, pero evitó hacerlo. No era correcto, y tampoco deseaba sentirla incómoda. Le pediría más tarde un baile, y entonces...
"¿Un baile? ¿Con qué fin?", se preguntó. Por un lado, era su deber como caballero sacar a bailar las damas presentes, y por el otro, no había nada de malo en desear pasar un buen momento en compañía de una mujer joven. Suspiró y bebió otro sorbo del suave licor. ¿Para qué engañarse? Lo que en realidad deseaba era conocer a Sofía, y descubrir qué lo atraía de ella de esa forma tan intensa; descubrir por qué le costaba tanto resistirse a mirarla.  Pero, no. No podía permitirse hacer semejante cosa. En primer lugar, porque estaba comprometido, y segundo, porque no sería justo para ella. Sofía no le parecía de aquellas muchachitas insensatas que se ilusionan con cualquier minucia, pero no podía correr el riesgo. No quería lastimarla...
Alzó la vista, y la dirigió al extremo opuesto del salón, donde Mr. Wontherlann se acercaba a las recién llegadas para realizar las presentaciones correspondientes. Seguían al Conde, Mr. Richmond y Mr. Fenwick. Felipe involuntariamente frunció el entrecejo. Dorian Fenwick sonreía altivamente. No apartó la mirada de las tres jóvenes durante todo el trayecto, observándolas fijamente, con profunda y evidente fascinación. Una destello de admiración resplandecía en sus ojos. Parecía satisfecho, seguro de sí mismo; ávido, como el depredador al rastrear a su nueva víctima.
"Infeliz", pensó Felipe indignado.
Dorian Fenwick tenía tres nuevos objetivos de su lujuria en mira...
Tres nuevas y bellísimas presas.


viernes, 17 de junio de 2011

BLACKWOOD MANOR: Capítulo 5 (4/4)


Harriet tomó asiento cerca de los ventanales, y abrió la segunda carta que le había entregado Denisse. Había esperado que Sofía la dejara sola para leerla.
-        ¡Dios mío! ¡Pero si es Christine!- exclamó contenta.
Christine Fairmont era, sin lugar a dudas, la persona más bella y bondadosa que había conocido en el mundo, y además, era su mejor amiga. Su familia no era muy influyente, y aunque no eran convidados a los bailes más importantes, Clarisse siempre los tenía contabilizados entre sus primeros invitados. Su madre era mujer muy amable, y su padre, un hombre de bien, pero de escasos recursos, lo que sin lugar a dudas dificultaba su forma de vida.
La última vez que se habían visto, habían llorado una en brazos de la otra, resistiéndose a separarse. Harriet la había hecho jurar que le escribiría, ¡y ahí estaba! ¡Una carta de Christine!
Ansiosa, abrió el sobre, y desdobló el papel perfumado que había en el interior. Reconoció de inmediato la letra de su amiga: trazos largos, finos y levemente ladeados hacia la derecha. ¡Dios! ¡Cuánto la había echado de menos!

“Queridísima Harriet,
Seguramente a penas llevarás unos pocos días en Blackwood Manor cuando recibas esta carta, pero créeme, no he podido esperar más para escribirte. Te preguntarás si hay novedades en Londres. En realidad, todo sigue igual que siempre. Hemos visitado con frecuencia a tu abuela mi madre y yo. Ella es tan amable. ¡Hasta me ha convidado a acompañarla a Blackwood Manor cuando vaya a visitarte! He estado a punto  de decirle que sí, pero la salud de mi padre me retiene en Londres. Ha caído enfermo, y mi madre me necesita a su lado. Sé que me entenderás, y aunque no pueda ir a verte, prometo escribirte tan continuamente como pueda.”
“¿Qué más puedo decirte? ¡Oh! Algo que te interesará seguramente. Verás, he hecho algunas averiguaciones sobre Blackwood Manor y sus habitantes. ¿Sabías que Mr. Lawrence Wontherlann aún no debería ser el Conde de Blackwood? Su padre, Mr. Hubert Wontherlann, aún está vivo, pero renunció a su título antes de morir a favor de su único hijo. Dicen que tiene mansiones por toda Inglaterra, incluso en Londres, las que habita durante breves temporadas. Oí que es un excéntrico, que anda buscando una esposa y que ha viajado por todo el mundo. ¿Te imaginas lo que es eso? Debe tener una fortuna.”
“Respecto a Mr. Lawrence Wontherlann no hay mucho que decir. Es todo lo correcto que tu padre dijo que era, y al parecer, mucho más sensato y reposado que su padre. Pero no así su hijo, Adam Wontherlann, quien ha sido causante de múltiples murmuraciones y cotilleos entre los altos círculos de la sociedad londinense.”

Harriet sintió que el corazón le daba un salto dentro de su pecho. El hijo del Conde la intrigaba, y todo lo que tenía ese efecto sobre ella, acababa siendo objeto de inacabables investigaciones de su parte. Le parecía una extraña, y oportuna coincidencia, recibir una carta de Christinne aportando información al respecto.

“Te lo diré todo de una sola vez, quizás así resulte menos impactante: es un mujeriego, un hombre sin honor, cobarde, sin principios y un mentiroso. Son demasiados calificativos para un solo hombre, ¿no lo crees? Cuando lo oí, sentí escalofríos. Casi parece imposible que una sola persona sea tan abominable y ruin.”
Todo comenzó con las Pontmercy, ¿las recuerdas? La familia de Jenna, la flamante esposa del Lord Greg Judson. Su hermana mayor, Karinna, estuvo prometida con Adam Wontherlann. Faltaba un mes para que contrajeran matrimonio,  cuando el hijo del Conde rompió su compromiso. ¡Y la dejó embarazada, Harriet! Las malas lenguas, dicen que abusó también de sus otras tres hermanas, incluso de Jenna.
Lady March le dijo a tu abuela que el hijo que tiene actualmente Jenna es de Adam Wontherlann también, aunque no estoy segura de poder creer eso. Me parece demasiado horrible para ser cierto. ¿Crees que Lord Greg Judson se habría casado con ella de ser así? Su familia es muy quisquillosa, al respecto. Tú lo sabes. Y estoy segura de que, al tener conocimiento de la escandalosa ruptura de Karinna y Adam, tuvieron que haberse negado a celebrar el matrimonio entre su hijo Greg y Jenna. Nadie sabe qué los hizo cambiar de opinión, aunque hay quienes aseveran que Mr. Lawrence Wontherlann tuvo que interceder personalmente a favor de la pobre muchacha.
En realidad, nadie sabe por qué el hijo del conde dejó a Karinna. Algunos dicen que fue sólo un capricho, y que Adam, al saber que estaba embarazada, la repudió. En el mismo tiempo, Tracy Chadwick también lo denunció públicamente. Y también Liris Dogglenger.
¡Sólo imagínate, Harriet! ¡Se le acusa de engañar y robar la virginidad de seis jóvenes damas! Ese hombre debe ser realmente un desalmado. El más ruin de los hombres de esta tierra, sin lugar a dudas. Pero dime, ¿ya le has visto? ¿Cómo es físicamente? Deberás describírmelo en tu respuesta, y además, darme tu apreciación personal. No he conocido persona más intuitiva que tú, por eso me abstengo de advertirte sobre ese bellaco con el que compartes ahora casa.
¡Te extraño tanto, Harriet! ¡No sabes cuánto! Espero muy pronto volver verte, amiga. Mis padres te mandan muchos saludos, y yo, un cálido abrazo.

Christine Fairmont.


Harriet suspiró al acabar de leer la nota y suspiró. Christine…
Se preguntó si sería cierto lo que decían de Adam Wontherlann. ¿Por qué motivo había disuelto su compromiso con Karinna? La infidelidad podría justificar perfectamente una decisión tan drástica, pero de haber sido esa la razón, Adam y su padre se habrían encargado de hacerlo público. La sociedad entera habría reprobado la conducta de Karinna, y su familia entera hubiera caído en deshonra, quedando el apellido Wontherlann libre de todo carga y culpa.

"Pero no lo hicieron", meditó. "¿Quiere decir eso que Adam realmente la dejó embarazada y la repudió? ¿Y qué pasó con esa criatura? ¿Simplemente se desentendió de ella?"

Pensó en el joven, y el breve encuentro que habían tendido en la mesa durante el desayuno. Esa fría mirada de ojos azules la había inquietado, era cierto, pero jamás habría pensado que fuera un mujeriego. No había visto en su mirada lujuria, ni deseo, ni siquiera un poco de interés. Por un momento, incluso llegó a creer que la odiaba, lo que sin dudas resultaba absurdo, ya que no se conocían.
-      O quizás, es que no soy tan intuitiva y observadora como Christine cree- se dijo en voz alta.
Suspiró. Sólo el tiempo lo diría.

_._._._._._._._._
 

Los coches se acercaron por el camino adoquinado, hasta detenerse ante Blackwood Manor. Del primero de los coches bajó un joven hombre de estatura media y cabellos oscuros, que sin esperar a que bajara su acompañante, se acercó al imponente hombre que permanecía inmóvil y erguido en la entrada del hogar.
-        ¡Adam!- exclamó acercándose.
Los dos jóvenes se dieron un afectuoso abrazo, y se estrecharon las manos.
-        Kenneth, viejo amigo, qué gusto me da que estés aquí.

-        ¡Y lo mismo digo yo! ¿Quién hubiera dicho que nos encontraríamos aquí luego de tanto tiempo?- dijo.

-        Al fin llegas Kenneth- oyeron una voz familiar provenir desde el interior del hogar.
Felipe cruzó la entrada, y se dejó ver. Los dos hombres se saludaron con igual entusiasmo y calidez.
-        ¿Y dónde está Richard?- preguntó Kenneth-. ¿Y el bribón de Julián?

-        Seguramente no se han percatado de su llegada- dijo Adam-. En estos momentos, Julián debe encontrarse en su refugio, y Richard, en los jardines traseros, practicando tiros con un revolver.

-        ¿Con un revolver? ¿Richard?- preguntó Kenneth extrañado-. La última vez que lo vi... ¡bueno, ha sido hace mucho tiempo! Seguramente ya no es el adolescente que conocí en aquél entonces.

-        No, no lo es- aseguró Felipe.
Se acercó a los tres hombres otro joven de apariencia similar a Kenneth, al que, éste último, procedió a presentar de inmediato.
-        Este es mi primo, Lancelot Reynaldt. Se quedará una temporada en Blackwood Manor, y luego de irá a Chadburgh, a la casa de su abuelo materno- informó-. Kenneth, estos son Adam Wontherlann, hijo del conde de Blackwood, y Felipe Thograwn, hijo del duque de Rathmore de Norwich.

-        Un placer conocerte- se estrecharon la mano con Adam.

-        Lo mismo digo- contestó el joven.
Adam dirigió la mirada hacia el resto de los coches. De uno de ellos se había bajado Richard Richmond, un antiguo amigo de su padre y de la familia. Era médico, y además barón de Cannesville, pero prefería no hacer alusión a su título y simplemente ser tratado como doctor.
Del siguiente coche bajó una dama, de edad media y brillante cabello rojizo. Parecía recatada, y de buena familia. Su nombre era Deborah Prince, y según había oído decir a su padre, era soltera y de una familia modesta. Su trabajo en Blackwood Manor consistiría en servir de acompañante a las tres jóvenes primas Beckesey, a fin de evitar que su honra se vea menoscabada por encontrarse compartiendo el hogar con tantos hombres.
-        ¿Qué diablos…?- increpó, de pronto.

-        ¿Qué es lo que ocurre, Adam?- le preguntó Felipe al ver lo tenso que estaba.
Siguió la trayectoria de su mirada, hacia el último coche que se había detenido ante la mansión. De él había descendido un hombre de cabello recogido, gesto arrogante y mirada despectiva.
-        Maldita sea- condenó Kenneth en un murmullo-. ¿Es Dorian Fenwick? Pero, ¿qué es lo que hace ese bastardo aquí?
Felipe envió una cautelosa mirada a Adam, como si fuera un animal salvaje potencialmente peligroso. “No pierdas el control. Cálmate”, le dijo mentalmente. “No vayas a cometer una indiscreción”. Aunque no lo pareciera, su amigo era un hombre impulsivo, cuyas fuertes emociones sólo podían ser limitadas por el honor. Por lo que, si la promesa que había hecho dos años atrás no lograba detenerlo de agarrar a golpes a Fenwick ahí mismo, nada ni nadie lo haría.
Adam permaneció inmóvil, y aunque parecía calmado, sus puños cerrados y la expresión de su rostro lo delataban. Una ira ciega destellaba en sus ojos azules; una ira y un odio tan intensos, que de ser desatados acabarían consumiéndolo todo bajo su mortal fragor.
-          Ese infeliz no puede estar aquí- murmuró con frialdad.
Y sin decir nada más, se dio la media vuelta y entró a Blackwood Manor.
-          ¡Adam! ¿A dónde vas?- lo interrogó Felipe.
El joven no contestó, y siguió caminando con pasos seguros y rápidos. Necesitaba una explicación. Ese bastardo no podía estar en Blackwood Manor. Dorian Fenwick debía irse, o mandaría al diablo su juramento, y lo destrozaría con sus propias manos.     


lunes, 13 de junio de 2011

BLACKWOOD MANOR: Capítulo 5 (3/4)



Se oyó un disparo lejano, y luego, el revolotear asustado de las aves.
-        ¿Así que Richard no quería venir a Blackwood Manor?- preguntó Adam cogiendo tres copas de vino del aparador.
Con caminar desenvuelto, se acercó a la mesilla que reposaba cerca de los ventanales, depositando sobre ella las tres copas de cristal. Luego fue en busca de una de las botellas de Bourbon de su abuelo, que guardaba para ocasiones especiales, y la destapó. El líquido oscuro se derramó en los cristales con exquisita delicadeza, desprendiendo brillantes reflejos escarlata a la luz del sol.
-        Se resistió hasta el último instante. Hasta llegué a creer que se fugaría- aseguró Felipe acariciando los botones dorados de la manga izquierda. Sacudió una pelusilla inexistente de su chaqueta, y agregó-: Aunque reconozco que, de haberlo hecho, no habría sido capaz de juzgarlo por su decisión. Yo mismo hubiera huido de ser otras las circunstancias.

-        Su deber con la familia o su deber con la patria- intervino Julián cogiendo por sí mismo una de las copas servidas por Adam-. Qué dilema, ¿no? Insuperable, diría yo.
Adam entregó una copa a Felipe. Sus labios se curvaron en una leve sonrisa.
-        ¿Has tenido alguna vez un dilema, Julián?

-        Ahora que me lo preguntas, sí, tuve una vez uno cuando era un niño. Es el único que recuerdo.
Felipe enarcó las cejas y lo miró con interés. Julián, desenfadadamente sentado en el sillón victoriano que se erguía a un costado de la biblioteca, alzó la copa de cristal y observó con hipnótico interés el licor escarlata que en él se balanceaba.
-        Como de costumbre, mis padres me habían abandonado en casa de mi tío Hegel. Viajaban a Francia, creo, y tardaron ocho meses en ir a buscarme. Pero no me sorprendió. Ya estaba acostumbrado a sus prolongadas pérdidas de memoria en lo que a mí respectaba- comentó con evidente sorna-. Pero, bueno, críticas aparte, y continuando con mi relato, un día mi tío me llevó al parque. Tras una inolvidable tarde recreativa, y ya de vuelta al hogar, me compró un paquete de galletas. Iba soñando en devorarlas todas, cuando nos topamos con un pobre diablo mendigando en la calle. Y entonces, vino el dilema: ¿le daba o no mis galletas?- Sonrió-. Sólo imagínense la enorme batalla interna que se libra en la cabeza de un niño de siete años en semejante situación.

-        ¿Y qué es lo que hiciste?- lo interrogó Adam.
Julián sonrió y bebió un sorbo de Bourbon.
-        Nada. Yo me quedé con mis galletas y ese hombre continuó muriéndose de hambre. Desde entonces determiné que los dilemas no eran asunto mío- señaló-. Nada más fácil que dejar que las cosas mantengan su estado natural.

Adam se acercó a los ventanales, y admiró el exterior. Cálidos rayos de sol iluminaban los extensos campos de los Blackwood, y el río, que como una serpiente de plata, los cruzaba. Durante sus años de adolescencia, jamás habría aceptado la idea de vivir en el campo, tan lejos de la sociedad, sus cotilleos y sus frecuentes fiestas. Pero ahora era distinto. El campo le parecía un paraíso; su más preciado refugio. 
          -    ¿Deduzco entonces que prefieres delegar tus "batallas internas" en otras personas?-          preguntó Felipe.
-      En realidad, lo que hago es desentenderme completamente de ellas- aseguró-. Si alguien quiere soportar sobre sus hombros dilemas ajenos, allá él.

Adam negó con la cabeza. Julián y sus excéntricas ideas; jamás lo entendería.
Mientras degustaba el exquisito licor, se dedicó a observar a Richard. El joven había madrugado, y sin desayunar, se dirigió a un lugar alejado para prácticar su punteria. Podía ver su lejana figura desde donde estaba. Su brazo derecho aún seguía alzado, con el revolver fuertemente asido a su mano. Sin lugar a dudas, la maniobra lo estaba ayudando a descargar parte de su ira y la profunda frustración contenida en su interior. Lo sabía por experiencia. No existía mejor terapia, ni algo más estimulante, que sostener un arma cargada entre las manos y apretar el gatillo.         
Adam entrecerró los ojos. Cientos de recuerdos se agolparon en su cabeza. De pronto, volvía a estar cubierto por esa densa nebulosa de resentimiento y decepción de años atrás, cuando ella…
"Cuando ella me traicíonó", pensó con rabia.
Los ojos azules del hombre se cubrieron de una súbita frialdad. A pesar del tiempo transcurrido, el pasado y la traición de Karinna seguía afectándole más de lo que deseaba admitir. Jamás se olvidaría de aquél fatídico día, cuando la pequeña Jenna, entre afligidos sollozos, le confió el terrible secreto de su hermana mayor. En un principio había sido incapaz de creer en sus palabras. Recordaba haber pensado que Jenna estaba celosa, y que quería perjudicar a Karinna para que no contrajera matrimonio con él; cualquier excusa era mejor que creer que Karinna, su prometida, le había engañado con otro hombre a sus espaldas. “Pero era cierto”, pensó Adam con amargura. Cuando comprendió que Jenna no lo engañaba, y que sólo intentaba ayudarlo, una ira ciega lo invadió. Habría ido en ese mismo instante a matar al desgraciado que había poseído a Karinna, pero no lo hizo. No podía. Había jurado que callaría, que guardaría silencio, y su alto sentido del honor le impidió incumplir su palabra.    
“Eso ocurre cuando eres un caballero”, pensó. “No puedes vengarte, y te arrebatan a tu novia”. Su orgullo pisoteado y el dolor que le había producido la traición de Karinna, lo llevaron a alistarse en el ejército durante un año; un año del que no recordaba más que largas noches de insomnio y deseos de venganza. Luego había vuelto a Blackwood Manor, junto a su padre, y se había dedicado a administrar el negocio de la familia. Lejos de los cotilleos, lejos de la sociedad, y sobre todo, lejos de Karinna…
“Maldita sea”, imprecó al notar lo tenso que estaba. Bebió un largo trago de licor e intentó relajarse. Al menos debía dar gracias que Jenna le hubiera dicho la verdad. De no ser así, a esas alturas ya llevaría dos años de matrimonio con esa zorra mentirosa. Suspiró. El problema es que, como pago, debió jurar que no desenmascararía al desgraciado que había estado con Karinna y, además,  soportar las habladurías y la mala fama que recayó desde entonces sobre sus hombros. Porque, aunque nadie lo creyese, el único que salió  menoscabado de lo ocurrido, fue él y nadie más que él.
Adam se obligó a hacer un lado los recuerdos y a situarse en el presente. Observó a Richard volver a alzar el arma y disparar. Su puntería fue, una vez más, exacta.
-        Sin lugar dudas el ejército aliado ha perdido a un valioso guerrero- comentó desapasionadamente.

-        Y nuestros enemigos, a un temible oponente- intervino Julián-. Si lo ves desde ese punto de vista, no resulta tan lamentable. Al menos alguien resultó beneficiado.
El futuro conde le envió una inescrutable mirada, sin embargo, no pudo evitar sonreír. Julián era un excéntrico en todo el sentido de la palabra, pero a pesar de sus alocadas ideas, lo estimaba. Él, Felipe, y Kenneth habían sido su único apoyo tras la ruptura con Karinna y los únicos que conocían la verdad. Les debía mucho, y saber que estarían reunidos durante una temporada en Blackwood Manor, lo animaba considerablemente.
-        A veces me pregunto de qué bando estás- le dijo.

-        De ninguno. Odio los bandos, cualquiera sea su naturaleza y su causa- aseguró Julián-. Sólo mírenlo unos instantes desde mi punto de vista, y verán que tengo razón. Si estuviéramos todos del mismo lado, no existirían diferencias de opinión, ni estarían muriendo hombres inocentes, como Richard, en esta guerra inútil en la que está sumida Inglaterra.

-        Creo que haber leído esa misma postura en un libro escrito por algún pensador de la nouveau tendence, como los llaman en Francia- comentó Felipe-. Según he oído, también sostienen la extinción de las clases nobles, así como la igualdad de todos los hombres, sin importar su estado ni su condición.

-        Lo único que fomentan esas ideologías son la falta de patriotismo entre los jóvenes, instándolos a perder su tiempo meditando en cosas sin sentido, en vez de ser útiles para la sociedad trabajando o alistándose en el ejército.

-        Me temo que debo mostrarme de acuerdo con Adam- dijo a su vez Felipe-. Tu particular visión de la vida, sin lugar a dudas, te traerá problemas algún día, amigo mío.
Julián soltó una carcajada carente de humor. Se acercó a la mesilla donde descansaba la botella de Bourbon y se sirvió otra copa del dulce licor.
-        Siendo duque, lo dudo. En este país, puedes ocultar tantos pecados caigan detrás de tu título. Lo que sin lugar a dudas resulta muy útil, considerando mi “particular visión de vida”, ¿no lo creen?
Felipe y Adam no pudieron evitar soltar una sonrisa. Julián volvió a su asiento, y bebió un largo trago de licor.
-        Pero, bueno, pasemos a un tema infinitamente más agradable, y estimulante, dicho sea de paso.- Sus labios se curvaron en una maliciosa sonrisa-: Díganme, ¿qué les ha parecido las tres primas Beckesey?

-        Parecen educadas y refinadas- opinó Felipe desapasionadamente.
Julián lo miró como si hubiera perdido la razón.
-        ¡Por la Santa Providencia, Felipe! ¿Qué forma es esa de describir una mujer? Lo entendería si no fueran agraciadas o tuvieran tantos años como para ser mi abuela, pero hombre, ¡son encantadoras!- exclamó-. Y de personalidades tan incompatibles como el día y la noche. No me imagino cómo pueden tolerarse entre ellas. La sola idea me resulta apabullante.

-        En la mesa hablaste con Miss Harriet Beckesey, ¿así que ya la conocías?- preguntó Adam de pronto, interrumpiendo la conversación.

-        Sí, así es- contestó Felipe a su pregunta-. Una dama singular en muchos sentidos.
Parecía que Adam iba a preguntar algo más, pero finalmente optó por guardar silencio. Con exquisita elegancia, se dio la media vuelta, y depositó su copa vacía sobre la mesilla central.
-        Ruego que me disculpen, pero tengo algunos asuntos urgentes que atender. Podremos volver a conversar más tarde, si gustan.

-        Si no te molesta, te acompañaré. Tal vez pueda ayudarte con los libros de cuentas. Ya sabes cómo me desagrada estar inactivo- se ofreció Felipe.

-        Lo sé. ¿Qué harás tu Julián?
Miraron al joven que seguía desenfadadamente sentado en el sillón.
-        Al contrario de Felipe, adoro andar de ocioso por la vida- dijo-. Dime, Adam, ¿has tenido la deferencia de proteger mi refugio durante mi prolongada ausencia?

-          Sí. Todo está en su lugar, como tú lo dejaste la última vez que viniste.
Julián sonrió con satisfacción.
-          Perfecto.
Tras irse Adam y Felipe, Julián permaneció unos instantes más en la biblioteca. En sus labios bailaba una traviesa sonrisa. Estaba complacido, sí, y no sólo porque su refugio aún existía, sino, y principalmente,  por Adam. No había podido ver la expresión de su amigo al preguntar por Harriet Beckesey, ya que le daba la espalda, pero no necesitó hacerlo para saber que algo extraño ocurría. Desde hace dos años que Adam no se interesaba por una mujer. Solía apartarse de todo lo que llevara puesto un vestido y usara un abanico, evitando incluso mencionar el nombre de alguna fémina en las conversaciones.
“Hasta ahora”, pensó el futuro duque de Gravenor.
Si Harriet Beckesey era la adecuada para poder curar las heridas de su amigo, estaba dispuesto incluso a dar su título a la joven para que su relación llegara a buen término. Adam merecía ser feliz luego de todo lo que había padecido por culpa de esa perniciosa y maligna mujer.
-        Un brindis por usted Harriet- dijo alzando la copa, y agregó-: Y por sus adorables primas, por supuesto.


viernes, 10 de junio de 2011

BLACKWOOD MANOR: Capítulo 5 (2/4)


Harriet se sentó en el sillón que estaba junto a la ventana, y allí se dedicó a pensar. La conversación con Sofía la había agotado, o quizás es que necesitaba estar un rato a solas. Con Clarisse solían charlar largo y tendido por tardes enteras, pero también se otorgaban tiempo para ambas; valiosos momentos de privacidad y reflexión en solitario.
La joven lanzó un profundo suspiró y cerró los ojos. Se sentía agotada, aunque no sabría decir si por el vertiginoso suceder de los acontecimientos o por su conversación con Sofía. Sin importar cuál fuera el motivo, debía agradecer tener la cabeza en otros asuntos, y no concentrado en sus propias desgracias. Pensar en su padre la llenaba de una profunda angustia. Se preguntaba dónde estaría, cuál sería su estado, y si aún… y si aún seguía con vida.
Harriet sintió un dolor punzante a nivel de su corazón, y lanzó un silencioso gemido. Había logrado por muchos días contener su sufrimiento, y permanecer tranquila, pero ya no podía seguir fingiendo. Su padre se encontraba gravemente herido, muy lejos de sus seres queridos y de su hogar. Cuando llegó la carta informando de su estado, Harriet insistió en ir a acompañarlo y así cuidarlo por sí misma, pero tía Margareth y tía Judith no se lo permitieron. Decían que un campamento militar no era un lugar para una jovencita como ella, lleno de hombres y de los horrores de la guerra.   
Dos lágrimas solitarias se deslizaron por sus mejillas. No sabía qué es lo que haría si su padre llegaba a morir. Tenía a Clarisse, sí, pero su padre era irremplazable, al igual que su abuela. Todos consideraban a Harriet una mujer fuerte, capaz de soportar los embates de la vida sin retroceder, pero ¿era eso cierto? Su corazón quedaría destrozado si perdía a su padre, y dudaba que luego pudiera volver a componerlo.
-        ¿Miss Harriet? ¿Está usted despierta?- oyó una vocecilla suave y melodiosa provenir del otro lado de puerta.
Con un rápido movimiento, Harriet se secó las lágrimas y se recompuso en apenas unos instantes. No era educado, ni decoroso, que una dama dejara entrever sus sentimientos, y aún menos, que la vieran llorar.               
-          Adelante- contestó poniéndose de pie.
Una jovencita delgada, y tímida sonrisa, entró al cuarto y le tendió dos sobres. Harriet ya la había visto antes. Era una de las doncellas que Mr. Wontherlann había contratado para la atención de sus nuevos invitados, y mientras durara su estadía en Blackwood Manor. No debía tener más de 16 años, calculó Harriet, y sus ojos brillaban una calidez especial. Le pareció una buena muchacha, y por eso, Harriet simpatizó de inmediato con ella.
-        Muchas gracias- le dijo recibiendo las cartas.

-        Una de ellas ha llegado esta mañana para usted, señorita- le informó respetuosamente.
Harriet frunció levemente el entrecejo, extrañada y curiosa a la vez. ¿Quién podía haberle escrito? Era demasiado pronto para recibir una respuesta de su abuela. La última carta de la había enviado una semana atrás. Dudaba que le hubiera llegado su mensaje aún.
-         Y la segunda, se la envía el señor Conde.

-        ¿Mr. Wontherlann?- preguntó Harriet.

-        Sí, señorita. Son las invitaciones para el baile que se celebrará esta noche.
Harriet le dirigió una mirada llena de sorpresa. ¿Un baile? ¿Había oído bien?
-        Sí, Miss Harriet- afirmó la joven sonrojando al instante-. O eso, al menos, es lo que he oído decir a Mrs. Atwater.

-        Pues veamos si es cierto.- La doncella, al ver que se disponía a abrir la carta, se apresuró en dejar la alcoba, pero Harriet la detuvo-. No, no te vayas aún. Quiero que me acompañes a desentrañar este pequeño misterio. Pero, primero, ¿cómo te llamas?

-        Denisse, señorita.

-        Denisse, ¿te parece si averiguamos juntas si los rumores que has oído son ciertos?
La muchacha no dio su consentimiento de forma expresa, pero su sonrisa y el brillo de sus ojos resultaban más que elocuentes. Harriet abrió el sobre remitido por Mr. Wontherlann, y procedió a leer el mensaje en voz alta.
Efectivamente, el Conde la invitaba a un baile que se realizaría aquella misma tarde, y al que esperaba que asistiera. Debido a los preparativos para la fiesta, el almuerzo sería servido en sus propios cuartos por aquél día, siendo la hora de inicio de la celebración las 7 de la tarde.
-        Será un baile bastante reducido, ¿no crees?- bromeó Harriet.

-        No lo sé, señorita. Jamás he estado en un baile antes- les contestó la muchacha con verdadera ilusión-. Pero he oído decir a Elene que trece personas no es un mal número.

-        ¿Trece, has dicho?

-        Sí, señorita- contestó la joven.
Harriet iba a interrogarla al respecto, pero la repentina entrada de Sofía a su cuarto impidió que lo hiciera.
-        ¡Harriet!- exclamó con una nota de características similares a la que ella misma había recibido de Mr. Wontherlann en su mano derecha-. ¡Habrá un baile esta…!- Pero se calló de inmediato al ver a Denisse en el cuarto.

-        Miss Sofía- la saludó la doncella.
Sofía apenas le dirigió una fugaz mirada. Era evidente que su presencia le molestaba, y se lo hizo notar con toda claridad.
-        Gracias por todo, Denisse. Puedes retirarte- le dijo Harriet dirigiéndole una cálida sonrisa.
Nerviosa y avergonzada, la doncella se disculpó ante ambas jóvenes y se retiró de la habitación.
-        No tenías por qué ser tan fría- la reprochó Harriet.
Sofía hizo caso omiso de su comentario, y le mostró la carta que llevaba fuertemente apretada entre sus manos.
-        Habrá un baile esta noche.

-        Lo sé. Acabo de leer el mensaje.

-        Mr. Wontherlann espera que asistamos, ¿crees que es prudente hacerlo?

-        Imprudente sería rechazar su invitación, Sofía. Y tú lo sabes.
La joven suspiró profundamente, y cerró los ojos.
-        Harriet, la verdad es que…- vaciló-. Realmente no sé cómo enfrentar esto. Primero, está ese descarado de Julián Ranford, ¿qué ocurrirá si acosa a Agnés durante el baile? ¿Comprendes mi angustia?
Harriet se acercó a ella, y cogiéndole ambas manos, se las estrechó con ternura.
-        Sofía, te entiendo, pero no debes preocuparte. Nos mantendremos junto a Agnés, y procuraremos que Julián Ranford no la moleste- dijo-. Pero debes comprender también, que no siempre podremos estar a su lado para protegerla. Esto le servirá para fortalecer su carácter- aseguró-. Además, los Beckesey somos una familia fuerte, Sofía. Nuestro abuelo logró recuperar toda su fortuna, y encarar el reproche social sin rechistar. ¿Qué te hace pensar que no podremos sobrevivir a un baile?