jueves, 7 de julio de 2011

BLACKWOOD MANOR: Capítulo 6 (3/8)

-       Las tres primas Beckesey están deslumbrantes- comentó Julián, y agregó de inmediato-: Y me atrevo a decir, que son lo único interesante en este baile.
-       Al parecer, Mr. Fenwick está muy de acuerdo contigo- dijo Felipe, con un extraño tono de voz.
Adam se dio la media vuelta, y dirigió una mirada Dorian Fenwick, que conversaba con Dave Richmond y su padre. Sonreía y charlaba con tranquilidad con ambos hombres, pero su mirada, y toda su atención, se encontraba puesta sobre las tres jóvenes que permanecían sentadas. Adam arrugó el entrecejo. No pudo evitar recordar una vez más el pasado, y sentir la angustia y el odio revivir con mayor fuerza en su interior. Las tres hermanas Pontmercy había caído ante los engaños de Dorian Fenwick, y ahora lo harían las tres primas Beckesey.
Bebió un sorbo de ponche, y posó su vista en Miss Harriet. La joven se abanicaba con delicadeza, intercambiaba algunas breves palabras con alguna de sus primas, y luego volvía a sonreír. La observó con atención. Los ojos de la joven brillaban con luz propia, y con una vivacidad que le llamaba fuertemente la atención. Percibió su enérgica personalidad aquél día al verla asomarse por la ventanilla del coche, y lo confirmó durante el desayuno que había compartido al día siguiente a su llegada a Blackwood Manor. ¿Cómo sería ser el objeto de esos maravillosa mirada llena de luz y calor? ¿Perderse entre sus luminosas profundidades y fundirse en su increíble resplandor?
"Demonios...", maldijo mentalmente apartando la vista de la joven. No podía cometer el mismo error otra vez. No podía dejarse engañar por otra mujer, caer en sus múltiples encantos femeninos, y sufrir otra decepción semejante. Era necesario que mantuviera la cabeza fría, y despachara su endemoniado deseo al otro lado del mundo.
-       Miss Harriet sigue tan agraciada como en ese baile que la vimos por primera vez- oyó comentar a Richard con voz reposada.
"¿Agraciada?", pensó Adam esbozando una sonrisa burlesca. "Esa palabra que es incapaz de describir a esa mujer. Ella es...es...". Suspiró. " Es arrebatadora".  Molesto consigo mismo por haber concluido semejante barbaridad, dejó la copa de ponche sobre la mesa y decidió no beber más. Sin saber cómo, su vida entera se había visto trastocada. De la noche a la mañana, en su hogar se encontraba el hombre que había abusado de su prometida, y una jovencita que amenazaba con romper su estabilidad emocional. Le había costado meses enteros olvidar- o intentar olvidar, al menos-, la traición de Karinna, y cuando al fin se había acostumbrado a la idea de que no volvería a fijarse en una mujer en su vida, aparecía Harriet Beckesey...
-       Es... una mujer como cualquier otra- opinó mostrándose desinteresado.
"No puedo a caer en esto otra vez...", pensó. "No puedo permitirlo. No puedo...".
-       En realidad, yo no diría eso- lo contradijo Felipe-. Miss Harriet es una dama... bastante peculiar.
-       ¿Peculiar? ¿Y qué significa exactamente eso, Felipe?- preguntó Julián-. ¿O es acaso otras de tus desapasionadas galanterías al sexo femenino?
-       Esa "desapasionada galantería" a la que has hecho alusión, Julián, es una forma de describir la vivaz y particular personalidad de Miss Harriet- explicó Felipe-. Jamás había conocido una mujer que poseyera una opinión propia respecto a la política de nuestro país, ni que criticara tan fuertemente la actual situación de la sociedad.
-       ¿Política?- preguntó Adam extrañado-. Esos no son temas para una dama.
"Karinna jamás habló de política, ni manifestó su opinión sobre algún tema en particular", recordó el futuro Conde. "De hecho, creo que jamás hablamos de nada que no fuera nuestro compromiso, sus vestidos y los cotilleos de la sociedad".
-       No, no lo son. Y seguramente otra persona, en mi lugar, se habría escandalizado ante semejante conversación.- Sonrió-. Pero no logré hacerlo, en especial, por sus argumentadas posturas. No niego que aquél baile hasta me resultó placentero en cierto sentido. Miss Harriet consiguió que no me arrepintiera de asistir a una reunión social, a la que iba condenado a acabar hastiado, como de costumbre.
-       Vaya, esa Miss Harriet sí que debe ser impresionante si ha logrado sacarte de esa sempiterna indiferencia tuya- bromeó Julián-. Si hasta llegué a creer que era incurable.
Felipe envió una sosegada  mirada al joven, a la que Julián respondió alzando su copa, en mudo brindis. En ese mismo instante, observaron a Adam alejarse de la mesa y cruzar el salón con determinación.
-       ¡Eh, Adam! ¿Qué tienes en mente?- lo interrogó Julián.
-       Sacar a bailar a Miss Harriet Beckesey, claro está- respondió el futuro Conde dirigiéndose hacia el extremo del salón, donde la tres primas permanecían sentadas.


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Harriet observó que Agnés se abanicaba rápidamente, en un claro gesto de nerviosismo. Con delicadeza, posó una mano sobre la suya y la calmó.
-       No hagas eso, querida- le advirtió Harriet-. Sé que te sientes inquieta, pero recuerda que con ese movimiento tan...acelerado de tu abanico, estás comunicando algo que no sería prudente que los caballeros de este lugar llegaran a comprender.
Agnés sonrojó hasta la punta de sus cabellos al comprender el error que estaba cometiendo. Harriet le sonrió tranquilizadoramente, y volvió a hablar en un susurro:
-       Tranquila, estoy segura de que nadie se ha dado cuenta- aseguró-. Ahora hazlo lentamente... Demuéstrales tu indiferencia.
La rubia joven asintió, y alzó la mirada. En ese mismo instante, sus ojos se abrieron de par en par, evidenciando su sorpresa.
-       ¿Qué ocurre?- la interrogó preocupada Harriet.
-       Se acerca uno de ellos- murmuró con un hilillo de voz.
Harriet alzó la barbilla, y giró levemente la cabeza hacia la figura masculina que se dirigía directamente hacia ellas. El corazón le dio un vuelco. Adam Wontherlann, con expresión inescrutable y paso seguro, cruzó la habitación y se apostó a su lado. A esa corta distancia, estando él tan próximo, Harriet pudo apreciar el maravilloso azul de sus ojos. Su presencia desprendía una fuerza asfixiante, y una determinación imposible de describir. Recordó las advertencias de Christinne, la posibilidad de que ese hombre fuera un mujeriego inescrupuloso y ruin, pero no logró hacerlo...
Adam se inclinó ante la joven, y extendió una mano.
-       Miss Harriet, ¿me permite esta pieza?- le preguntó. La expresión de su rostro era inescrutable, pero no escapó a los ojos de la joven, que su mirada carecía absolutamente de su habitual frialdad.
-       No encuentro una razón para negárselo, Mr. Wontherlann- contestó ella.
Maravillada, Harriet observó que el hombre esbozaba una sonrisa ladeada y que sus ojos se iluminaban con una luz hasta el momento desconocida. Le pareció que ese gesto suavizaba la severa y sombría expresión de su rostro, y que aumentaba de manera incalculable su atractivo.
Adam estrechó la delicada mano enguantada entre las suyas, y de inmediato, una calidez interior los invadió. Se miraron atentamente, por segundos que les parecieron interminable, y finalmente se dirigieron hacia el centro del salón. La nueva pieza musical comenzó, y los dos jóvenes se balancearon al son de la dulce melodía, sin apartar ni un instante la mirada el uno del otro, como si estuvieran inevitablemente unidas y nada fuera capaz de separarlos.
Harriet había bailado con muchos hombres desde que Clarisse la había presentado en sociedad, pero jamás se había sentido tan cómoda y segura en los brazos de uno. Adam la hacía flotar en el suelo; girar con la suavidad de una pluma al compás de la melodía que la orquesta entonaba. Ni siquiera Alexander...
"¡Por la Santa Providencia!", exclamó mentalmente, al recordar a Alexander Dietrick, y rápidamente volvió a recuperar la cordura. Interrumpió el contacto visual con Adam, y sonrió suavemente. "Si se comportó de esta forma con las hermanas Pontmercy, no es de extrañar que acabaran todas cayendo rendidas en sus brazos".
-       ¿Así que no encontró ninguna razón para negarse a bailar conmigo?- la interrogó Adam, que hasta el momento, se había mantenido en silencio al igual que ella. Sus increíbles y profundos ojos azules la miraban con insistente fijeza-. Podría haber invocado cualquier inconveniente, y juro que la habría entendido.
Harriet sonrió.
-       Si le hubiera dicho que tenía jaqueca, ¿hubiera sido suficientemente para usted?- le preguntó ella a su vez-. ¿Me habría dejado en paz, Mr. Wontherlann?
-       Por supuesto, aunque no le habría creído ni una palabra.- Harriet rio adorablemente.
Adam, que había contemplado el cambio experimentado en Harriet con atención y curiosidad, se preguntó qué le habría ocurrido. En realidad, lo que no podía explicarse era cómo una mujer podía ser tan delicada y seductora al mismo tiempo. Una extraña sensación se había adueñado de su alma, y de su palpitante corazón, al tener a Miss Harriet entre sus brazos. Por unos instantes, lo olvidó todo; el pasado, el rencor, la tensión, y sólo estaba ella; una luz iluminando entre las sombras, envolviéndolo con su delicado y cálido resplandor...  ¿Sería ella conciente de los efectos que podía ejercer sobre un hombre? ¿El efecto que tenía sobre él? La cándida inocencia de su mirada le decía que no, pero no podría asegurarlo. Las mujeres podían ser sensibles como palomas, y tan falsas e inescrupulosas como arpías.
"Demonios... ¡y mil demonios más!", imprecó al comprender lo que estaba haciendo. Su parte racional, la que aún permanecía inamovible, estaba luchando arduamente por permanecer aferrado a la cruda realidad. Pero estaba perdiendo la batalla. Harriet era una mujer hermosa, y era comprensible que, luego de tanto tiempo de abstinencia, sin disfrutar de los placeres de una mujer, estuviera más sensible a los encantos de aquella encantadora dama. Sólo debía mantener las distancias... No permitir nuevamente que...
Observó el rostro de la joven, sus delicados labios curvados en una suave sonrisa, esa mirada soñadora, cual lucero iluminando el ancho cielo nocturno, y comprendió que no sería fácil. Harriet Beckesey había irrumpido en su vida como un vendaval, destrozando su voluntad y sus fuerzas. Pero, ¿acaso podía hacer algo?
Lo dudaba.


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-       Sólo miren a Adam- dijo Julián, observando al joven bailando con Harriet-. ¿Cómo puede que tan sólo llegar estas adorables damas ya se haya apoderado de una?
El tono de su voz era de indignación, pero la sonrisa de su rostro lo desmentía por completo. Podría decirse que se sentía hasta satisfecho.
-       No hables de esa manera de Miss Harriet, que es una jovencita culta y refinada- dijo Felipe-. Ninguna dama merece ser tratada así, como si fueran trofeos susceptibles de tener dueño.
-       ¿Sí? ¿Y tú crees eso realmente?- preguntó Julián dirigiéndole una sonrisa socarrona.
Felipe le dirigió una mirada cargada de antipatía, y luego la posó en otro punto del salón. Julián, dándose por vencedor, soltó una carcajada. Acto seguido, bebió el ponche que le quedaba en la copa de una sola vez, y dejó el delicado cristal sobre le mesa.
-       ¿Qué vas a hacer?- le preguntó Kenneth. Nada que se le pudiera ocurrir a Julián era cuerdo, ni sensato, por lo que siempre sus amigos temían que hiciera una barbaridad.
Y esta vez no sería una excepción.
-       Había decidido que no bailaría, pero creo que he cambiado de opinión- contestó el aludido.
-       Sea lo que sea que estés tramando, desiste de ello inmediatamente- le advirtió Felipe observándolo con desconfianza-. Este no es el momento ni el lugar adecuado para tus extravagancias, ni para tus insensateces.
-       Felipe, amigo mío, ¡me insultas! ¿Qué te hace crees que planeo algo?
-       ¿Será quizás porque jamás has bailado en una fiesta anteriormente?
Julián sonrió.
-       ¡Vaya, tienes razón! Pero dime, ¿qué mejor día que este para romper las tradiciones?- lo interrogó con humor. Y alejándose de sus amigos, agregó-: ¡Ah! Y no tarden en escoger a su pareja, caballeros. Porque yo ya voy por la mía.

viernes, 1 de julio de 2011

BLACKWOOD MANOR: Capítulo 6 (2/8)


-       Les presento a Miss Deborah Prince- dijo Mr. Wontherlann.
Las tres jóvenes se inclinaron con exquisita elegancia ante la mujer.
-      Ella les acompañará durante su estadía en Blackwood Manor. Además, es una mujer instruida en las artes, en la música y en la literatura, por lo que podrán intercambiar impresiones con ella y beneficiarse de sus múltiples conocimientos.
Harriet sonrió. Deborah Prince le parecía una mujer adorable, modesta y recatada. Estaba segura de que se llevarían bien.
-       Es un placer para nosotras conocerla, Miss Deborah- le dijo Sofía.

-       También lo es para mí- contestó ella.
Luego, el Conde de Blackwood se dirigió hacia uno de los caballeros que le precedía y lo presentó a las tres jóvenes. Harriet lo observó con atención. Sin lugar a dudas, era un hombre atractivo. Según sus cálculos, rondaría los 35 años, sino menos. Era alto, delgado y de aspecto impecable. Sus facciones eran duras, pero varoniles, lo que se veía acentuado por el aire de altivez que las cubría.
-       Mr. Dorian Fenwick- lo presentó el Conde.
Harriet alzó su abanico y lo observó fijamente. Sus modales eran exquisitos, y sus gestos, en extremo corteses y comedidos. Nadie podría negar que era un caballero, o al menos, que se comportaba perfectamente como tal. ¿Qué le llamaba la atención de ese hombre, entonces? ¿Por qué...le producía tanta inquietud?
Dorian Fenwick, como adivinando que era objeto de un exhaustivo examen de parte de la joven, giró levemente el rostro y clavó su vista en ella. Sus miradas se encontraron por un fugaz momento. Los ojos del hombre, oscuros como abismos, la observaron con detención. Detentaban un brillo astuto y calculador que le helaron la sangre. Incómoda, y ciertamente sorprendida por ser descubierta durante su examen, Harriet apartó la mirada.
"Dios mío...", pensó, sintiendo la mirada del caballero aún fijamente puesta sobre su persona. "Que embarazoso e inoportuno incidente".
Dorian Fenwick sonrió, y acercándose a la joven, se inclinó ante ella y le besó una de sus delicadas manos enguantadas. Un involuntario escalofrío recorrió el cuerpo de Harriet en cuanto entraron sus manos en contacto. Estuvo tentada de  alejarse de él, pero sus modales no se lo permitían. Una conducta semejante sería severamente reprochada entre los presentes, además de constituir una falta grave dirigida en contra de Mr. Wontherlann, por ser su invitado el denigrado.
-       Un placer conocerla- dijo Dorian Fenwick con voz susurrante-. Estoy a su completo servicio.

-       También...es un placer conocerlo, señor- contestó Harriet dedicándole a penas una fugaz sonrisa.

Había algo en ese hombre que le inspiraba una profunda desconfianza, aunque no sabría decir exactamente el qué. Todos sus sentidos le advertían que tuviera cuidado, y que se apartara de él cuanto antes, por lo que, al soltar Mr. Fenwick su mano, se sintió profundamente aliviada. Luego, repitió el mismo procedimiento con Sofía y Agnés, haciendo gala de una caballerosidad y una cortesía que deslumbraría a cualquier señorita.

-       Mr. Fenwick nos acompañará una temporada en Blackwood Manor, desempeñando la labor de administrador- explicó Mr. Wontherlann-. He iniciado algunos nuevos negocios que requieren de la atención de alguien de su talento y experiencia.

-       Creo que usted exagera, Lawrence- contestó el aludido-. He oído que su hijo, el joven Adam Wontherlann, también detenta habilidades para los negocios y las cuentas. Por lo que, sigo considerando, que mis servicios son absolutamente innecesarios aquí.

-       Debo reconocer que Adam ha desarrollado una intuición para los negocios que ni yo mismo poseo- asintió el Conde con orgullo-. Pero los nuevos lineamientos que han adquirido mis actividades comerciales, requieren de gente con experiencia en el rubro. Estoy seguro que, tras una breve temporada, Adam aprenderá a administrar con suma eficacia todas dichas actividades, pero de momento, necesitamos de su asesoramiento Dorian.

-       E intentaré satisfacer sus exigencias de la mejor forma posible- aseguró el hombre esbozando una sonrisa ladeada.
Harriet no volvió a dirigir ni una mirada más a Dorian Fenwick, por un lado, porque no deseaba que el susodicho caballero creyera que lo espiaba con la intención de trabar amistad, y por otro lado, porque su sola presencia bastaba para aletarla. Mientras se abanicaba suavemente, paseó la mirada por el Salón, deteniéndose en la alta y atlética figura de Adam Wontherlann durante su trayecto. Parecía muy seguro de sí mismo, intercambiando silenciosas palabras con los caballeros que lo rodeaban. No sonreía, como solía hacerlo Julián Ranford, ni su rostro reflejaba la serena indiferencia que caracterizaba a Felipe Thograwn. Todos sus movimientos, sus gestos, incluso su forma de hablar, parecían acciones ejecutadas con calculada precisión, como si le significara un enorme esfuerzo mantener la calma que en aquél momento demostraba. A Harriet le pareció que se sentía incómodo, y que estaba tenso, pero no podría asegurarlo, ya que le desconocía por completo.
"Bueno, eso no es totalmente cierto", pensó la joven, mientras lo admiraba. "Si los rumores son ciertos, Adam Wontherlann es un hombre sin honor; un desalmado sin escrúpulos, que había abusado y engañado a tres hermanas, arrebatándoles el tesoro más preciado de una mujer: su virginidad". ¿Sería verdad? ¿Sería el causante de la desgracia de las hermanas Pontmercy?
-       A todos los presentes, solicito su atención por favor- oyó decir a Mr. Wontherlann.
Harriet apartó la mirada de los jóvenes caballeros que compartían en el otro costado del salón, y la fijó sobre el Conde. Suspiró. No sabía si Adam era o no culpable de los delitos que le imputaban, pero algo sí era seguro: jamás podría reprochar a las hermanas Pontmercy por caer bajo sus encantos. ¿Podía existir acaso una mujer capaz negarse a ser estrechada entre esos fuertes brazos? Sinceramente, lo dudaba. Adam Wontherlann era un hombre atractivo y debían de lloverle las mujeres.


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-       Estimadas damas, caballeros, hoy damos inicio a una nueva temporada en Blackwood Manor. Circunstancias excepcionales, y por cierto, lamentables, nos han reunido en este lugar por un lapso de tiempo imposible de determinar- dijo el Conde-. Entiendo que muchos de ustedes desee estar entre las filas de nuestro valiente ejército o haciendo compañía a sus seres queridos, que heroicamente luchan por nuestra amada Inglaterra con arrojo y denuedo- declaró el Conde. Su mirada paseaba entre los presentes, y de ella fluía una serenidad que consolaba, como la dulce caricia de una madre comprensiva y llena de ternura, los corazones de aquellos que lo escuchaban-. Puedo llegar a imaginarme el dolor y la angustia que en este momento sienten, y créanme cuando les aseguro, que comparto vuestra amargura, pero el deber con vuestras familias los ha traído hasta aquí y sería inútil seguir lamentándolo.
En algún rincón del salón de baile, Felipe Thograwn apoyó una consoladora mano sobre el hombro de su hermano. Richard alzaba orgullosamente su rostro, pero no podía ocultar la profunda angustia y la impotencia que le producía encontrarse en Blackwood Manor, y no en el frente de batalla, donde en ese momento muchos valientes hombres, incluyendo a su padre, estaban dispuestos a entregar hasta la vida por su amada patria.
Harriet sintió que el pecho se le contraía del dolor. Clavó la vista en su regazo, intentando controlar las lágrimas que comenzaban a anegar sus ojos, e inspiró hondamente. Una vez más, rogó por su padre, por sus tíos, por lo valientes  soldados que en ese momento luchaban, y sobre todo, por sus familias; por todas aquellas mujeres, hijos y padres que suplicaban por ellos y añoraban su regreso, tal y como ella, anhelaba volver a ver a su padre.
-      No pretendo, pues, que olviden su dolor, ni sus múltiples anhelos, mientras permanezcan en este hogar, pero sí que logremos una convivencia agradable y tranquila, que nos ayude en parte a sobrellevar esta desazón que nos embarga- aseguró Lawrence Wontherlann-. Pero para eso, es necesario que no seamos más unos desconocidos, y logremos entablar una relación cordial y amigable, que es el principal objeto de este baile.- Alzó una copa y sonrió-: Mis estimadas damas- se inclinó ante las jóvenes mujeres que estaban a s u costado derecho-, distinguidos caballeros, una vez más sean bienvenidos a Blackwood Manor. Espero que vuestra estancia aquí sea satisfactoria, y breve- agregó de inmediato-, por la victoria de nuestros compatriotas en el campo de batalla.

-       Un brindis por nuestros bravos guerreros!- dijo Dave Richmond elevando su copa hacia el cielo.

-       ¡Por nuestros brazos guerreros!- se oyó aclamar al unísono.
Las cuatro damas, que permanecían sentadas en sus puestos, se habían limitado a alzar sus copas con delicadeza, demostrando su aprobación ante la declaración pero sin demasiado fervor. Aunque deseasen con todo su corazón que aquella horrible guerra acabase de una vez, no era educado que una mujer dejara traslucir sus emociones en público. Toda su conducta debía estar enmarcada dentro de ciertos parámetros, dictados por la prudencia y el refinamiento, siendo su principal deber mantener la sensibilidad propia de su sexo, pero sin traspasar los límites que la propia sociedad le imponía a su conducta.
Sofía envió una discreta mirada a Harriet. Su prima alzaba la copa suavemente en el aire, pero el brillo de sus ojos y la expresión de su rostro reflejaban sus emociones con total y absoluta nitidez; con una claridad demasiado evidente como para ser correcta. Suspiró. Tendría que hablar con ella más tarde.
Mr. Lawrence Wontherlann hizo una señal a Atwater, el que abrió las puertas del salón, dejando entrar a cinco músicos contratados especialmente para la ocasión. En unos instantes, comenzaron a tocar una pieza de Mozart, y el Conde, dio inicio al baile.