Atwater dio paso a los recién llegados, a quienes saludó con una respetuosa inclinación de cabeza.
- Muy buenas noches, Atwater. Es un gusto volver a verlo- dijo Felipe Thograwn, sacudiéndose el abrigo-. Y gracias a la Altísima Providencia, al fin ya estamos aquí.
Había sido un viaje largo y agotador. Su hogar se encontraba en Norwich, en las costas de Inglaterra. Llegar a Birmingham había sido toda una odisea, en especial, considerando el estado actual del país. La guerra estaba causando estragos, y sus influencias se extendían como oscuras raíces de miedo y desesperanza.
- Buenas noches, Atwater- saludó al mayordomo Richard Thograwn.
Felipe envió una fugaz mirada en dirección a su hermano. El joven no parecía agotado, pero sí deprimido...y frustrado. Felipe sabía que lo habría dado todo por acompañar en la guerra a su padre, pero tenían obligaciones que cumplir con la familia, y las cuales no podían desatender. Eran los únicos descendientes varones vivo de los Thograwn, y habían dos títulos que heredar; dos títulos que requerían un heredero, y que no podían confluir en la misma persona. Su deber para con la familia estaba primero, a pesar de todos los deseos que pudiera albergar de enfrentarse a sus enemigos. Suspiró. No, no era fácil para Richard aceptarlo, y tampoco lo era para él.
- Felipe- oyó una voz familiar llamarlo por el nombre-. Llevo esperándolos todos el día. ¿Por qué han demorado tanto?
Un hombre de joven, de porte aristocrático, cuerpo atlético y cabellos oscuros, entró al aposento esbozando una sonrisa. Caminaba de forma segura y con desplante, y su rostro reflejaba verdadero alivio.
- Adam, amigo- lo saludó Felipe.
Ambos hombres se estrecharon las manos y se dieron un afectuoso abrazo.
- Creía que llegarían durante la tarde. ¿Qué ha pasado?
- No fue fácil salir de Norwich. La guerra ya ha dejado una profunda huella en sus calles y en su gente, pero podremos hablar de eso más tarde.
- Tienes razón- asintió Adam. Y desviando la mirada hacia Richard, sonrió-: Vaya, has crecido bastante desde la última que te vi. ¿Siete años de eso?
El joven lo saludó con una inclinación de cabeza, sin llegar a devolverle la sonrisa.
- Lo siento, estoy cansado- señaló-. Ha sido un viaje muy largo.
Atwater se ofreció a guiarlo hasta su habitación, y juntos salieron del cuarto. Adam, intrigado y preocupado, interrogó a Felipe con la mirada.
- Creo que eso también es algo que deberemos hablar a solas.
- Por supuesto- asintió su amigo-. ¿Y dónde están los demás?
- ¿Te refieres a mí, hermano?
Un joven de brillantes y vivaces ojos verdes entró al recibidor. Esbozaba una sonrisa ladeada y pícara, reflejando parte de su versátil personalidad. Se acercó a los dos hombres con paso desenfadado, y estrechó la mano de Adam.
- Bienvenido- le dijo el futuro conde.
- Considerando la cruenta guerra en la que está sumida nuestra amada patria, no debería sentirme satisfecho de estar aquí- dijo. Y ampliando su sonrisa, agregó-: Pero no puedo evitarlo. Estoy sinceramente complacido de volver a encontrarme en Blackwood Manor, pese a que las razones no sean las mejores, dadas las circunstancias.
- Ya lo creo.
- Pero bueno, no hemos "huido" como conejillos asustados de la guerra para ponernos a hablar sobre ella, ¿verdad?- Julián Ranford, futuro duque de Gravenor, sonrió con malicia y agregó-: Oí por ahí que unas dulces damisela, tres, para ser exactos, se encuentran hospedadas en tu hogar. ¿Alguna apetecible? ¿Quizás todas?
Adam y Felipe intercambiaron una mirada cargada de humor.
- Las he visto llegar, pero aún no nos presentan- y antes de que Julián pudiera decir alguna otra barbaridad, dijo-: Y no están a tu alcance. Así que puedes olvidarte de ellas.
Julián lanzó una carcajada desenfadada, y negó con la cabeza.
- No sabía que existían mujeres que no estuvieran a mi alcance.
- Si te refieres a tu título, aún no eres duque, Julián, así que no te sobrevalores.
- Con un poco de suerte, quizás llegue a serlo dentro de poco- inquirió en tono menos festivo. Una fugaz sombra de rencor pasó por sus ojos, los cuales no tardaron en recuperar su habitual vivacidad-. Pero bueno, ¿no nos invitas a una copa, Adam? ¿Dónde están tus modales?- Sonrió-. ¿Sabes cuántos días he estado sin beber? Dos meses, Adam. Mi cuerpo está suplicando a gritos licor, y si no me lo das de inmediato, no responderé por mi actos.
- Me temo, que nos preocupa más lo que puedas hacer con alcohol que sin él- bromeó Felipe.
Los vivaces ojos de Julián brillaron con humor.
- Sí, posiblemente tengas razón- y añadió-: ¿Qué tal si vamos a comprobarlo?