lunes, 30 de mayo de 2011

BLACKWOOD MANOR: Capítulo 3 (2/2)



Atwater dio paso a los recién llegados, a quienes saludó con una respetuosa inclinación de cabeza.
-      Muy buenas noches, Atwater. Es un gusto volver a verlo- dijo Felipe Thograwn, sacudiéndose el abrigo-. Y gracias a la Altísima Providencia, al fin ya estamos aquí.
Había sido un viaje largo y agotador. Su hogar se encontraba en Norwich, en las costas de Inglaterra.  Llegar a Birmingham había sido toda una odisea, en especial, considerando el estado actual del país. La guerra estaba causando estragos, y sus influencias se extendían como oscuras raíces de miedo y desesperanza.
-      Buenas noches, Atwater- saludó al mayordomo Richard Thograwn.
Felipe envió una fugaz mirada en dirección a su hermano. El joven no parecía agotado, pero sí deprimido...y frustrado. Felipe sabía que lo habría dado todo por acompañar en la guerra a su padre, pero tenían obligaciones que cumplir con la familia, y las cuales no podían desatender. Eran los únicos descendientes varones vivo de los Thograwn, y habían dos títulos que heredar; dos títulos que requerían un heredero, y que no podían confluir en la misma persona. Su deber para con la familia estaba primero, a pesar de todos los deseos que pudiera albergar de enfrentarse a sus enemigos. Suspiró. No, no era fácil para Richard aceptarlo, y tampoco lo era para él.
-       Felipe- oyó una voz familiar llamarlo por el nombre-. Llevo esperándolos todos el día. ¿Por qué han demorado tanto?
Un hombre de joven, de porte aristocrático, cuerpo atlético y cabellos oscuros, entró al aposento esbozando una sonrisa. Caminaba de forma segura y con desplante, y su rostro reflejaba verdadero alivio.
-      Adam, amigo- lo saludó Felipe.
Ambos hombres se estrecharon las manos y se dieron un afectuoso abrazo.
-      Creía que llegarían durante la tarde. ¿Qué ha pasado?

-      No fue fácil salir de Norwich. La guerra ya ha dejado una profunda huella en sus calles y en su gente, pero podremos hablar de eso más tarde.

-      Tienes razón- asintió Adam. Y desviando la mirada hacia Richard, sonrió-: Vaya, has crecido bastante desde la última que te vi. ¿Siete años de eso?
El joven lo saludó con una inclinación de cabeza, sin llegar a devolverle la sonrisa.
-      Lo siento, estoy cansado- señaló-. Ha sido un viaje muy largo.
Atwater se ofreció a guiarlo hasta su habitación, y juntos salieron del cuarto. Adam, intrigado y preocupado, interrogó a Felipe con la mirada.
-      Creo que eso también es algo que deberemos hablar a solas.

-      Por supuesto- asintió su amigo-. ¿Y dónde están los demás?

-      ¿Te refieres a mí, hermano?
Un joven de brillantes y vivaces ojos verdes entró al recibidor. Esbozaba una sonrisa ladeada y pícara, reflejando parte de su versátil personalidad. Se acercó a los dos hombres con paso desenfadado, y estrechó la mano de Adam.
-      Bienvenido- le dijo el futuro conde.

-      Considerando la cruenta guerra en la que está sumida nuestra amada patria, no debería sentirme satisfecho de estar aquí- dijo. Y ampliando su sonrisa, agregó-: Pero no puedo evitarlo. Estoy sinceramente complacido de volver a encontrarme en Blackwood Manor, pese a que las razones no sean las mejores, dadas las circunstancias.

-      Ya lo creo.

-      Pero bueno, no hemos "huido" como conejillos asustados de la guerra para ponernos a hablar sobre ella, ¿verdad?- Julián Ranford, futuro duque de Gravenor, sonrió con malicia y agregó-: Oí por ahí que unas dulces damisela, tres, para ser exactos, se encuentran hospedadas en tu hogar. ¿Alguna apetecible? ¿Quizás todas?
Adam y Felipe intercambiaron una mirada cargada de humor.
-      Las he visto llegar, pero aún no nos presentan- y antes de que Julián pudiera decir alguna otra barbaridad, dijo-: Y no están a tu alcance. Así que puedes olvidarte de ellas.
Julián lanzó una carcajada desenfadada, y negó con la cabeza.
-      No sabía que existían mujeres que no estuvieran a mi alcance.

-      Si te refieres a tu título, aún no eres duque, Julián, así que no te sobrevalores.

-      Con un poco de suerte, quizás llegue a serlo dentro de poco- inquirió en tono menos festivo. Una fugaz sombra de rencor pasó por sus ojos, los cuales no tardaron en recuperar su habitual vivacidad-. Pero bueno, ¿no nos invitas a una copa, Adam? ¿Dónde están tus modales?- Sonrió-. ¿Sabes cuántos días he estado sin beber? Dos meses, Adam. Mi cuerpo está suplicando a gritos licor, y si no me lo das de inmediato, no responderé por mi actos.
-      Me temo, que nos preocupa más lo que puedas hacer con alcohol que sin él- bromeó Felipe.
Los vivaces ojos de Julián brillaron con humor.
-      Sí, posiblemente tengas razón- y añadió-: ¿Qué tal si vamos a comprobarlo?


BLACKWOOD MANOR: Capítulo 3 (1/2)


Lamentablemente la jaqueca de Agnés aumentó, y tuvieron que pedirle disculpas a Mr. Wontherlann a través de Atwater, ya que no asistirían a la cena de aquella noche. La respuesta fue inmediata: el Conde comprendía su situación, y esperaba poder disfrutar de su presencia al día siguiente. Y además, ordenó que les sirvieran sus respectivas comidas en las habitaciones.
Mientras esperaba su cena, Harriet se dedicó a cepillar su cabello y a reflexionar. Sofía se encontraba junto a Agnés para vigilar su salud. La joven suspiró. Sus dos primas la habían invitado a cenar con ellas, pero había rechazado de inmediato su oferta. Necesitaba intimidad, y además, ¿para qué ocultarlo? Quería muchísimo a Sofía, pero le parecía insufrible su actitud sobreprotectora para con Agnés. Esta última era apenas dos años y unos meses menor que Sofía, pero recibía y soportaba sus cuidados como si fuera una niña pequeña.
"No la dejan tomar sus decisiones; ése es el problema", pensó Harriet. "Pero depender de una persona no es el mejor camino. Acabarán haciéndole un gran daño". Si no era tía Judith, era tía Margareth; y por último, en ausencia de las dos, estaba Sofía, que se comportaba con ella como su fuera su madre.
-        Pero, bueno, eso no es algo que pueda cambiarse de un día para otro, ¿no?- se dijo.
Alguien golpeó la puerta. Alzó la vista.
-        Adelante- contestó, dejando el cepillo sobre el tocador.
Una mujer de estatura mediana y cara bondadosa entró al cuarto con una bandeja de plata. Sus labios esbozaban una agradable sonrisa, y su mirada estaba llena de luz y calidez.
-        Buenas noches, Miss Beckesey- la saludó-. Lamento molestarla, pero le traigo la cena. He decidido hacerlo personalmente para asegurarme de que no le falta nada a usted y a sus primas.
Harriet se acercó a la bandeja, destapó uno de los platos e inspiró hondamente. Sonrió.
-        Huele de maravillas- opinó-. Y estoy segura de que sabrá aún mejor. Gracias, Mrs...
-        ¡Oh! ¡Es verdad! He olvidado presentarme- recordó la agradable y animosa mujer-. Yo soy Elene. Elene Atwater, ama de llaves y cocinera de Blackwood Manor, para servirle Miss Beckesey.
Harriet sonrió encantada.
-        Gracias, Mrs. Atwater.

-        ¡No, no! Llámeme Elene, Miss Beckesey, sólo Elene.

-        Y a mi llámeme Harriet- la corrigió a su vez la joven-, sólo Harriet.
Las dos mujeres intercambiaron una mirada llena de simpatía, y supieron desde un comienzo que compartirían una agradable relación de amistad y cariño.
-        ¿Se le ofrece algo más?- la interrogó la dulce mujer.
Harriet tomó asiento frente a la mesilla donde reposaba la bandeja, y los alimentos recién servidos y preparados. Negó con la cabeza.
-        No, Elene. Todo es perfecto, créame- aseguró-. Aunque quizás...- vaciló la joven, incapaz de reprimir su curiosidad.

Suspiró. ¿Para qué intentar negarlo? Sentía curiosidad incontrolable por Blackwood Manor, su historia y sus habitantes. Aún no conocía personalmente a Mr. Wontherlann, y desconocía si vivían más personas en ese lugar. Todo eso la llenaba de ansiedad y de ganas de investigar...
Elene la observaba en silencio y con curiosidad. Harriet sonrió. ¿Qué mal podía hacer unas cuantas preguntitas? "Ninguno", pensó.
-        En realidad, sólo es un poco de curiosidad. Pero si está ocupada, Elene, no la haré perder más tiempo.
Elene sonrió.
-        ¡Nada de eso! Adelante. Pregunte usted, niña, que estaré encantada de responder.

-        En Blackwood Manor, ¿cuántas personas viven?

-        ¿En Blackwood Manor? Pues hace muchos años, sólo Mr. Wontherlann, su hijo, el señorito Adam, Frank y yo- informó-. Y ahora, debido a la llegada de las numerosas visitas que tendremos durante una temporada, el señor Conde ha contratado a tres doncellas, y dos lacayos más.
En vez de verse mitigada, la curiosidad de Harriet se vio acrecentada aún más. ¿Había oído bien? ¿"Numerosas visitas"? Pero, ¿de qué numerosas visitas estaba hablando? ¿Acaso Mr. Wontherlann esperaba recibir a otros invitados aparte de ellas tres?
"Paciencia, Harriet", se dijo. "Pronto lo sabrás".
-        Es una casa muy grande para un número tan reducido de personas- opinó la joven.

-        Antes venía mucha gente a visitar Blackwood Manor, al menos, mientras Mrs. Wontherlann, la esposa del Conde, estuvo sana. Todo cambió en este hogar cuando ella cayó enferma y murió. Blackwood Manor se convirtió en un lugar solitario y triste.

-        ¿Hace cuántos años murió Mrs. Wontherlann?

-        Hace muchos, cuando el señorito Adam era aún muy pequeño.

-        Tuvo que...ser algo muy triste para él y para su padre, el Conde.

-        Fue una verdadera tragedia, niña. ¡Lo hubiera visto usted! De la noche a la mañana, Mrs. Wontherlann cayó muy enferma. El Conde mandó a buscar a los mejores doctores del país, incluso del extranjero, pero ninguno pudo determinar el origen de su mal. ¡Ni siquiera Mr. Richmond! La pobrecilla se debilitó con gran rapidez, pero jamás perdió su alegría. Era una mujer maravillosa, y todos lamentamos mucho partida- recordó la ama de llaves con emoción-. Pero ahora las cosas han cambiado. ¡Blackwood Manor volverá a estar lleno de vida esta noche!

-        ¿Esta noche?- preguntó Harriet sin poder retener más su curiosidad-. ¿Por qué, Elene?

-        Esta noche llegarán los últimos invitados a Blackwood Manor.

-        ¿Los últimos invitados?

-        Sí. Verá, niña, Mr. Wontherlann es un hombre muy respetable y algunas familias de renombre han dejado a sus hijos a su cuidado también. La mayoría de ellos futuros herederos de sus títulos, a los que no pueden permitirse perder en la guerra.

-        Comprendo- asintió Harriet, decidiendo que dejaría el tema de momento. Se sirvió una cucharada de sopa, y sonrió satisfecha-. ¡Sabe de maravillas, Elene! ¡Es usted toda una cocinera excelente!

-        Gracias, niña. Ahora si me disculpa, debo retirarme. ¿Se le ofrece algo más?

-        No. Y muchas gracias por el tiempo que me ha brindado, Elene.

-        El placer ha sido mío, señorita.
Luego de que la bondadosa mujer se retirara, Harriet quedó muy pensativa en su cuarto. Si antes había tenido algunas preguntas respecto a Blackwood Manor, en esos momentos su cabeza estaba a punto de colapsar de tantas interrogantes que por ella rondaban. Le intrigaba todo de ese magnífico hogar, su pasado, su gente, y también los invitados que llegarían aquella noche. Elene había insinuado que familias de renombre, portadoras de título nobles, habían enviado sus hijos a Blackwood Manor para protegerlos de los conflictos bélicos. Conocía a muchas familias importantes gracias a su abuela Clarisse, ¿sería alguna de ellas?
Sin llegar a servirse toda su cena, se recostó en la cama con dosel y siguió meditando. La emoción y las novedades le impedían conciliar el sueño. ¿Quién podía dormir estando en una mansión tan maravillosa y rica en historia como Blackwood Manor? Porque no le cabía duda que, detrás del título de los Blackwood, existía toda un pasado llenos de intrigas, ambición y poder. Y ese hogar, la magnífica Blackwood Manor, representaba la esencia de cada uno de los portadores del noble título; un poco de su personalidad, de sus sueños, y de sus ambiciones.
Harriet abrió los ojos. Caballos.
Discretamente, se levantó de la cama, se acercó a la ventana y recogió una porción de las cortinas. Una hermosa noche estrellada se extendía frente a ella; cientos de estrellas titilaban desde la oscuridad, a un ritmo único y armónico. El sonido de los cascos golpeando el suelo fue más cercano. Harriet abrió un poco más la cortina, a riesgo de que advirtieran su presencia.
Dos coches se acercaban a Blackwood Manor, todos ellos con distintos emblemas forjados en sus costados. "No puedo reconocerlos desde aquí. Está demasiado oscuro", pensó Harriet. Se detuvieron ante el hogar, y de inmediato los lacayos se acercaron a abrir las puertezuelas. Observó bajarse una figura del primer coche y dos del segundo, las cuales entraron al hogar de inmediato, desapareciendo de su vista.
Harriet permaneció unos instantes más en la ventana, pensativa. No había logrado identificar los rostros de los recién llegados, pero eran todos varones, de eso no tenía duda. "Esto no le gustará a Sofía cuando lo sepa", pensó mientras volvía a acostarse.
A los pocos instantes los carruajes volvían a ponerse en marcha, alejándose de Blackwood Manor.

sábado, 28 de mayo de 2011

BLACKWOOD MANOR: Capítulo 2 (2/2)

El mayordomo las guió hacia un Hall Central donde una enorme araña de cristal colgaba del centro del cielo. Enormes ventanales se alzaban hacia el techo, cubiertas de tul blanco y largas cortinas recogidas color vino. Una chimenea de mármol y hierro forjado reposaba a un costado de estancia. En cada esquina, se erguían grandes jarrones de porcelana, llenos de las más exóticas y diversas flores. Harriet alargó una mano hacia uno de sus pétalos, sedosos y brillantes, y los acarició con delicadeza.
-      No hagas eso, Harriet- le advirtió Sofía.
La joven continuó observando la flor con mirada soñadora, como si no la hubiera escuchado.
-      ¿Ves lo hermosa que es? Mira. Tócala.
-      No- se negó la joven-. No es correcto.
Harriet le dirigió una mirada llena de extrañeza. ¿Que no era correcto? ¿Por qué no? ¿Quién dijo que no era correcto? Pero no llegó a formular ninguna de las interrogantes, ya que Agnés las instó a seguir caminando.
Por el costado oeste del salón se extendía una escalera alfombrada y gruesa que conducía al segundo piso y a las alcobas. Se conectaba en lo alto a una segunda escalera, que se alzaba desde el extremo opuesto del Salón Principal. Harriet no pudo evitar dejar escapar un murmullo de sorpresa. Un hermoso mural se desplegaba ante ellas; una función de colores, pasión y sentimiento. Sofía y Agnés continuaron su camino tras darle un breve vistazo, pero Harriet no pudo evitar detenerse y admirarlo en silencio.
El mural estaba dividido en cuatro espacios o temas: iniciaba con un hermoso paisaje soleado, lleno de verde y flores brillantes; el siguiente tema, y unido al anterior, se mostraba el mismo ambiente, pero de colores más opacos, lleno de dorado, amarillo y café. "El otoño", pensó Harriet apreciando el multicolor colchón de hojas que cubría la tierra. Luego el paisaje cambiaba, llenándose de gris, lluvia y depresión. El cielo estaba llenos de nubes, soltando su carga como un manantial de lágrimas. "Y por último, la primavera", se dijo Harriet. La hermosa y esperanzadora primavera, con sus renuevos, sus brisas frescas, sus atardeceres cálidos...
-    Las estaciones- murmuró Harriet, haciendo que Sofía y Agnés se dieran la media vuelta.
Atwater, al contrario de las otras dos muchachas, se había detenido a admirar el mural junto a Harriet. Al oír las palabras de la muchacha, el viejo mayordomo asintió con la cabeza.
-      Sí, las estaciones, Miss Beckesey. Así es como la bautizó Mrs. Wontherlann cuando la acabó.
-      ¡Es... es magnífica!- opinó la joven-. Los colores, las figuras, la luminosidad del sol. Todo es perfecto, y da a conocer el alma sensible de su autor- aseguró-. Entréguele por favor mi más sincera admiración a la esposa del Conde.
Atwater bajó la vista, y esbozó una triste sonrisa.
-       Ella ha muerto hace mucho tiempo, Miss Beckesey- le informó con la mayor delicadeza que pudo.
Harriet sintió que su corazón se contraía afligido. Admiró el hermoso mural, y suspiró. No conocía a Mrs. Wontherlann, pero saber que había muerto le producía una extraña tristeza. De alguna forma, a través de esa pintura la había conocido; era una persona de alma sensible y delicada, una mujer amante del arte y llena de sentimiento; una mujer con la que habría deseado hablar y compartir impresiones.
-       Cuanto lo lamento- dijo al fin.

-     No se aflija usted. Eso ha ocurrido hace muchos años- la consoló el mayordomo dirigiéndole una afable sonrisa.
A los pocos instantes, las tres primas se hallaban cómodamente colocadas en su cuartos. Las alcobas estaban conectadas interiormente, por unas portezuelas casi completamente disimuladas en las murallas. A través de ellas, las jóvenes podrían comunicarse y charlar durante las noches.
Las atendieron tres doncellas, las que las ayudaron a bañarse y luego a vestirse. Una vez estuvieron listas, se juntaron en el cuarto de Sofía, que era el que mediaba entre el de Agnés y el de Harriet. Cuando Harriet entró al alcoba, encontró a Agnés sentada ante el espejo, y a Sofía peinándole sus largos cabellos dorados. Las dos jóvenes alzaron la mirada y le sonrieron en señal de saludo.
-     ¿No es maravilloso este lugar?- preguntó entrando en el cuarto, y acercándose a los ventanales. Unos maravillosos y cálidos rayos de sol se filtraban por el cristal, y acariciaron la piel de su rostro -. Jamás hubiera imaginado que nos encontraríamos con esto. ¡Y un lugar tan alejado e inhóspito! Estoy esperando ansioso ver el resto de Blackwood Manor- y al ver a Sofía fruncir el entrecejo, agregó de inmediato-: Pero con prudencia y a su debido tiempo, claro.
La joven asintió satisfecha, y siguió peinando a Agnés.
-      Lo que es a mí, este viaje me ha sentado fatal- opinó esta última.

-      ¿Cómo te sientes, querida?- la interrogó Sofía.

-      Creo que tengo jaqueca; la cabeza me da vueltas- contestó.
-      Quizás no debamos bajar a cenar hoy día.

-      Al contrario, pienso que salir de nuestros cuartos podría sentar bien a Agnés- opinó Harriet-. Hemos estado toda la tarde encerradas en estas habitaciones con el sol pegando en los ventanales. Que Agnés esté abochornada no es de extrañar.
Sofía sopesó sus palabras, y miró pensativamente a Agnés.
-      Quizás Harriet tenga razón- dijo Agnés, más animada-. Los cuartos están demasiado calurosos, y eso debe tenerme en este estado.
-       No lo sé, ya lo veremos- dijo Sofía finalmente-. Ahora sería bueno que descansáramos hasta la hora de la cena. Luego ya veremos qué hacer. ¿Está bien?- preguntó.
Agnés asintió en silencio.
-       Lo que tú digas- dijo a su vez Harriet con resignación.




BLACKWOOD MANOR: Cápítulo 2 (1/2)






Tras unos kilómetros, se desviaron de la ruta original hacia la derecha, en dirección a Blackwood Manor. El camino hacia la mansión se hallaba franqueado por dos inmensas rejas de bronce, en las que aparecía el escudo de los Blackwood: una floreada "B", encerrada en un escudo y dos lanzas cruzadas .
Harriet, impresionada, se levantó de su asiento y se asomó por la ventanilla del coche.
-        ¡No, Harriet! ¡No lo hagas!- exclamó Sofía al verla salir por la ventanilla hasta la cintura-. ¡Siéntate!
Harriet sonrió con picardía, haciendo caso omiso de las súplicas de su prima. "Lo siento, Sofía, pero debo hacerlo", pensó. Sosteniendo firmemente su sombrero, admiró los magníficos dominios de los Blackwood: tierras extensas y  fértiles, llenas de jardines esmeradamente cuidados. Harriet cerró los ojos e inspiró profundamente. El aire fresco y fragante le acariciaba el rostro y el cabello con extrema delicadeza. Suspiró. Su corazón estaba henchido de satisfacción.
-        ¡Harriet, por la Santa Providencia, no hagas eso!- exclamó Sofía desde el interior del carruaje. De las tres muchachas, era la mayor, y se caracterizaba por su espíritu práctico, prudente, y extremadamente sensato. Y dadas las circunstancias, el comportamiento de su prima le parecía absolutamente inaceptable-. ¡Harriet, entra ya! ¡Lo que haces es indecoroso para una jovencita de tu clase!
Harriet inspiró por última vez, y volvió a sentarse. Sus mejillas estaban arreboladas, y sus cabellos, siempre tan perfectamente peinados, se mostraban alborotados por el viento.
-        Está bien, está bien. No lo haré más- contestó, ajustándose los guantes y el sombrero.
-        Por favor, Harriet. Ya sabes que Mr. Wontherlann es un hombre muy respetado y lleno de modales. No deseo que vayas a tener uno de tus arrebatos en su hogar- le advirtió con toda calma.
Las tres primas se habían criado como hermanas, aunque durante los últimos años Harriet se había distanciado de ellas. La abuela Clarisse se había encargado de contratar los mejores instructores para la joven, y eso la había obligado a permanecer alejada de sus primas. A pesar de ello, las tres muchachas se conocían a la perfección. Y era por eso, precisamente, que  Sofía no podía evitar aconsejar y advertir a Harriet. A veces, su espíritu apasionado la llevaba a cometer imprudencias, como la ocurrida anteriormente. Por lo general, en lo que a Harriet respectaba, las emociones mandaban, lo que no era recomendable ni prudente en una señorita de su categoría. La alta sociedad andaba a la siga de jugosos chismes que contar, como carroñeros en busca de alimento. "Cuida a tus primas, Sofía", le había encargada su madre antes de partir. "Y en especial, cuida de Harriet. Su personalidad alocada podría meterlas en problemas".
Sofía se frotó las sienes, agotada.
-        Harriet, debes prometerlo. Debemos prometerlo todas antes de que nos bajemos del coche- insistió-. Nada de arrebatos, nada de imprudencia.
Harriet sonrió condescendiente.
-      Lo prometo, Sofía. Seré toda educación, recato y delicadeza durante toda nuestra estadía en Blackwood Manor- aseguró.
-      ¿Agnés?
-      Lo prometo, Sofía.

-      Y yo también- dijo a su vez la joven-. Debemos permanecer unidas en estos tiempos difíciles. Sólo así podremos salir adelante: siendo apoyo unas de otras. ¿Comprendido?
-      Querida, nos lo has repetido más de un millar de veces por el camino- le recordó Harriet, dirigiéndole una indulgente sonrisa.

-      Es para que no lo olvidemos- la regañó con cariño la joven-. Y evitar, por ejemplo, que una de nosotras salga por la ventanilla del coche.
Harriet abrió el abanico, y cubriéndose los labios con él, rió suavemente. Sofía no pudo evitar sonreír. Ya un par de veces antes, su prima había demostrado su impetuoso carácter en sociedad, y aunque había sido motivo de escándalo y murmuraciones, tampoco podía olvidar que su encanto natural había hecho que sus faltas pasaran al olvido rápidamente. Y que incluso, hasta parecieran graciosas. Harriet poseía un don especial de gentes, y además era querida y admirada. Su carisma lograba justificar todo lo que hiciera o dijera, cosas que a la propia Sofía habrían hecho morir de vergüenza.
-      No lo olvidaremos- aseguró Harriet, y corrigió de inmediato-: bueno, no otra vez, al menos. ¿Y ahora? ¿Podemos bajar de este incómodo y empolvado carruaje? Este lugar es más interesante de lo que imaginaba, y me muero de ganas por ir a curiosear.
Las palabras de la joven pusieron en alerta a Sofía.
-      ¡Harriet, espera...!- exclamó. Pero antes de poder advertirla, Harriet se encontraba bajando del coche con la ayuda de un lacayo. Sofía suspiró. "¡Ayúdanos! ¡Y no permitas que Harriet se meta en líos", suplicó inquieta a la Santa Providencia.
Las tres muchachas quedaron maravilladas con la hermosa construcción. Docenas de pilares, y una portentosa entrada con escalas de mármol, se extendían ante ellas: la entrada de Blackwood Manor. Numerosas ventanas de vidrios inmaculados brillaban a la luz del sol como gemas. Momentos después, un hombre de edad avanzada y gesto bondadoso, se acercó a ellas. Se inclinó levemente, y sonrió.
-      Bienvenidas a Blackwood Manor, señoritas. Mi nombre es Frank Atwater y soy el mayordomo de Mr. Lawrence Wontherlann- se presentó-. El Señor Conde me ha enviado para guiarlas hacia sus cuartos y procurar que se les trate adecuadamente. Por favor, síganme. Jakob y Alexander se preocuparán de sus equipajes.
Las tres muchachas se inclinaron respetuosamente.
-      Es usted muy amable- dijo Sofía con su habitual cordialidad.
-      El placer es mío, Miss Beckesey- respondió el mayordomo.
Sofía y Agnés siguieron al mayordomo, pero Harriet se detuvo de improviso. Tenía la vista alzada hacia los cuartos superiores del inmenso hogar, y parecía estar mirando fijamente algo...o alguien.
-      ¿Harriet?- la llamó Sofía al verla quedarse quieta-. No te quedes allí. Debemos seguir a Mr. Atwater.
Harriet apartó la vista de los ventanales con aire pensativo y asintió. La joven se había quedado rezagada admirando su entorno, cuando sus ojos se habían tropezado con una alta y fornida figura observándola desde uno de los ventanales. No había logrado ver su rostro, pero podía asegurar que se trataba de un hombre. ¿Mr. Wontherlann? Era improbable. No se imaginaba a un aristocrático de su clase espiando a sus invitadas desde un ventanal. ¿O sí?
Cuando volvió a alzar la vista, el misterioso hombre ya no se encontraba en el lugar. "Muy extraño...", pensó apurando el paso hacia sus primas.
-      ¿Qué mirabas?- le preguntó Agnés cuando Harriet se unió a ellas. Parecía pensativa, pero no tardó en recobrar su habitual audacia.
-      Sólo admiraba el lugar, ¿no es maravilloso?- preguntó.
-      Pensé que no te gustaba- ironizó Sofía con humor-. Ya sabes, la tierra y el polvo pueden ser un verdadero fastidio.
Harriet sonrió con humor.

-      Y lo son. ¡Sólo mira el aspecto que tengo!- exclamó la joven-. Pero creo que podré sobrellevarlo- y guiñando un ojo, se dirigió hacia el hogar, adelantándose a las otras dos muchachas-. ¡Vamos! ¡Sofía, Agnés! ¡Necesito urgente un baño y cambiarme de vestido! No podría jamás presentarme así ante Mr. Lawrence Wontherlann; su apreciación de mí sería fatal.

-      Si te ha visto salir por la ventanilla del coche, no tienes de qué preocuparte- le aseguró a su vez Sofía-. Ya debe tener un concepto bastante claro de ti.

-       Déjamelo a mí, querida. Ya veré como lo arreglo- sonrió la joven.
Atwater las guió hacia el interior de un deslumbrante recibidor, con cortinajes de terciopelo azul, bordados de oro y cenefas con el escudo de los Blackwood. Al centro descansaba una mesilla para el té; un exquisito mueble tallado, color caoba y con cubierta de mármol. A su lado se erguían dos soberbios sillones, cuyos tapices hacían juego con la tela de las cortinas. Una alfombra mullida, decorada con diversos signos de carácter abstracto, animaban y realzaban los colores azules y dorado de las estancia.
-      Qué maravilla- musitó Harriet embelesada. El hogar de su abuela era una belleza, debía reconocerlo, pero Blackwood Manor era simplemente soberbio.
-      Si tienen el gusto de seguirme, señoritas, les mostraré sus cuartos- las instó a seguir avanzando Atwater, consciente de la impresión de las tres jovenes-. Mr. Wontherlann tendrá el placer de darles la bienvenida una vez hayan descansado de su extenuante viaje, a la hora de la cena.
-      Haga llegar nuestros respetos y agradecimientos al Conde- dijo Sofía-. Será un placer para nosotras cenar más tarde junto a él.

-      Ahora, por favor, síganme.

lunes, 2 de mayo de 2011

BLACKWOOD MANOR: Cápítulo 1

-          Esto es lo más denigrante que he hecho hasta ahora- aseguró Harriet abanicándose rápidamente. Oleadas de polvo y de calor entraban por los ventanales, ahogándola. Con un coqueto y bien ensayado movimiento, sacudió los guantes y los pliegues de su vestido color zafiro-. ¿Cuánto dijiste que duraría el viaje, Sofía?
-          ¡Por favor, Harriet!- exclamó la otra joven, cuyos cabellos castaños llevaba discretamente recogidos en su cabeza-. Tú siempre hasta dicho que te gusta el aire libre, correr por los campos, y sentir la brisa fresca acariciando la piel de tu rostro- dijo, imitándola-. ¿Por qué te quejas tanto, entonces?
-          Me gustan los campos de pastos verde, y hierba lozana y fresca, Sofía. No este lugar lleno de polvo y tierra, ¡donde sólo hay más polvo y más tierra a donde sea que uno mire!
Agnés, la tercera de la muchachas, sonrió tímidamente tras su abanico. Harriet, haciendo gala de su carácter alegre y travieso, le cerró un ojos pícaramente y siguió abanicándose. Eso significaba: "en realidad, sólo estoy fastidiando para entretenerme". Agnés, comprendiendo el mensaje, ensanchó aún más su sonrisa.
-          ¡Mirad!- exclamó de pronto.
Las otras dos jóvenes se asomaron por la ventanilla. Una bandada de hermosas aves blancas surcaban el cielo en una formación perfecta. Bajo los rayos del sol resplandecían albas, como con luminosidad propia.
-          Son...preciosas- comentó Harriet con sus ojos azules brillando por la emoción que sentía. En ese momento, su alma había alzado el vuelo y cruzaba el cielo junto a esas hermosas y delicadas criaturas. Un cielo sin límites, libre de atadura y obstáculos, y sin temores.
Sofía observó la emoción reflejada en el rostro de su prima, y sonrió. "Harriet siempre tan apasionada, tan soñadora...", pensó. No era una buena cualidad para una señorita bien educada, pero su prima no tenía vuelta atrás. Estaba segura de que, de poder, Harriet ya se habría unido a esas aves en su travesía sin rumbo.
-          ¿Ves?- le dijo cuando perdieron de vista a la bandada-. No todo es tan malo aquí.
Harriet volvió a su puesto, recobrando toda su apariencia de señorita refinada y bien compuesta. Abrió su abanico, y le dirigió una risueña mirada.
-          Yo sigo viendo tierra y polvo por todos lados, Sofía- aseguró.
Sofía suspiró profundamente, a la vez que negaba con la cabeza. Agnés, muda espectadora de las confrontaciones de sus primas, esbozó una discreta sonrisa. Así había sido todo el viaje, pero resultaba vivificante el alegre carácter de Harriet.
Harriet sonrió con picardía, y dirigió su vista hacia la ventanilla. Lo cierto es que no tenía razones para estar contenta, pero era parte de su personalidad mirar la vida positivamente. Siempre tenía la secreta esperanza de que las cosas, por muy mala que estuviesen, podían solucionarse. Suspiró. Y es lo que esperaba precisamente que sucediera ahora.
Harriet, Agnés y Sofía eran primas. Sus padres (los cuales eran hermanos), se habían presentado voluntarios para acudir a la guerra. Las tres jóvenes les habían suplicado para que no fueran, pero ninguno de sus argumentos logró disuadirlos. La familia Beckesey se caracterizaba por su espíritu patriota; amaban a Inglaterra con toda su alma y su corazón, y serían capaces hasta de dar la vida por ella. Y eso es lo que precisamente pretendían hacer.
Durante la ausencia de los tres hombres, Sofía y Agnés se quedaron junto a sus madres, Margaret y Judith. Pero ese no era el caso de Harriet, cuya madre había muerto cuando era una recién nacida. Robert Beckesey, padre de Harriet, había quedado viudo a la edad de 32 años. Había sufrido lo indecible, pero nunca dejó de lado a su hija, sobre la que volcó todo su amor y su devoción. Lo ayudó a criar a la pequeña su madre, Clarisse Beckesey, la que cuidó a su nieta con enorme ternura. Ella le enseñó a Harriet todo lo que sabía del mundo. "De hecho", pensó Harriet con humor. "Clarisse nunca se ha comportado como una verdadera abuela". No la mimaba, no la malenseñaba. ¡Al contrario! La guiaba con estricto rigor, educándola como una dama y una señorita distinguida; una digna portadora del título de los Beckesey.
La educación para Clarisse era fundamental. Se solía decir que las señoritas no requerían de tantos estudios, pues su papel fundamental era el hogar, satisfacer al marido y criar a sus hijos. Pero, claro, su abuela no pensaba igual. Para Clarisse, el verdadero secreto de una mujer, era poseer los mismos conocimientos de un hombre, pero sin perder su femineidad. "Debemos estar a su altura, pero no ser unos brutos como ellos, ¿comprendes, hija?", solía decirle ella. A los 17 años, Harriet ya había acabado sus estudios con sus instructores, y era presentada en sociedad.
"Jamás podré pagarle todo lo que ha hecho por mí", pensó Harriet. "Y la hecho tanto de menos". Solían estar mucho tiempos juntas. Clarisse era viuda, por lo que la compañía de su nieta era como una bendición para ella. Iban juntas a visitar a los vecinos, salían de compras, y hablaban por horas enteras sobre cualquier tema, desde política hasta la nueva moda londinense.
Todo había ido en orden, hasta que llegó esa fatídica carta.
Ocurrió tres meses después de que Robert y sus hermanos fueran a la guerra. Muy temprano, llegó un sobre que provenía del frente de lucha. Henry- el padre de Sofía- avisaba que Robert había sido herido de gravedad. Tía Margareth y tía Judith decidieron ir en su ayuda sin importar el peligro. Así, podían atender personalmente a Robert, y además velar por sus maridos. Clarisse ofreció a Sofía y Agnés quedarse junto a Harriet en su hogar, pero sus madres se negaron. Sabían que Clarisse era muy extravagante y liberal, y temían a sus enseñanzas (de hecho, consideraban que Harriet era demasiado osada por su culpa). Por eso, decidieron que las jóvenes se irían juntas hacia el hogar de un antiguo amigo de la familia: Lawrence Wontherlann, Conde Blackwood, quien la recibiría por el tiempo que fuera necesario.
Según decían, era un hombre confiable. Un caballero educado según la escuela clásica, con un código de conducta intachable. Harriet había oído a su padre hablar más de alguna de él. Solía decir que era un buen amigo; su único amigo. Y a la joven le constaba que, en una época de gran apuro que pasaron, Lawrence Wontherlann los había ayudado con sus influencias. No lo conocía en persona, pero si su padre aseguraba que eran un caballero honorable, ella le creía a pies juntillas.
Y así es como se encontraban ahora, viajando hacia Blackwood Manor, el hogar de Lawrence Wontherlann. Clarisse podría ir a visitarlas cuando quisiera, e incluso ir a quedarse con ellas una temporada. Harriet suspiró. Sí, su abuela podía llegar a ser un verdadero fastidio en ocasiones, pero no hallaba la hora de volver a verla.
Una sacudida al coche la hizo volver a la realidad. Con el abanico intentó ahuyentar el polvo que se había arremolinado a su alrededor, y tosió. En ese mismo instante Agnés llamó su atención.
Blackwood ManorEn la lejanía se divisaban tierras verdes y fértiles, con grandes árboles de intenso verdor. Un riachuelo plata las cruzaba. Las tres muchachas no podían creer lo que veían. Era... ¡como un paraíso! ¿Serían los dominios de los Blackwood? A medida que se acercaban, una inmensa casa victoriana comenzó a tomar forma. Harriet dio un golpe al carruaje y preguntó al conductor por el dueño de dichas tierras.

-          Son de Mr. Lawrence Wontherlann, Conde de Blackwood, Miss Beckesey- le informó-. Y nuestro destino.