lunes, 29 de agosto de 2011

BLACKWOOD MANOR: Capítulo 6 (7/8)


Los jóvenes caballeros, entre ellos Kenneth, Felipe, Richard y Adam, habían observado y seguido la escena que se estaba desarrollando en el salón con atención. Mr. Lawrence Wontherlann, conde de Blackwood, bailaba con Sofía, cuyo rostro había vuelto a cubrirse por una máscara de seriedad y recato. Mr. Richmond había a su vez solicitado aquella pieza a Agnés Becksey, la que bailaba y sonreía con dulzura entre sus brazos. Kenneth había apostado que Agnés se disculparía, e iría a su cuarto para calmar los nervios, y que al menos tardaría dos días enteros, si no más, en atreverse a salir nuevamente. Pero la joven no se fue, ni mucho menos. De hecho, para lo atrevido que había sido Julián con ella, parecía bastante compuesta y serena.
-       Quién lo hubiera dicho- opinó Kenneth.
-      Julián la sacó a bailar sin su consentimiento, injuriándola gravemente, y aún así, no le puso en evidencia- comentó con ironía Felipe-. Creo que después de haber logrado eso, todo es posible.
-      Sin lugar a dudas, Miss Agnés Beckesey es más fuerte de lo que todos creían- opinó a su vez Richard.
Felipe envió una pensativa mirada a su hermano. No podía negar que la conducta de Richard lo extrañaba, en especial porque durante aquél último tiempo, el único objeto de sus pensamientos- y sus más ocultos sufrimientos y deseos- había sido la guerra. Desde que su padre le prohibió ir al frente de batalla, todo había perdido interés para Richard. Sus días transcurrían sumido en una oscura niebla de impotencia, intensificada por su arraigado patriotismo y su fervor juvenil.
-        Miss Harriet no parece muy complacida- oyó decir a Kenneth.
Felipe fijó la vista en las parejas que bailaban, y buscó entre ellas a Harriet y a Dorian Fenwick. Efectivamente, la joven, aunque siempre maravillosamente bella, no parecía estar prestando atención a la conversación de su interlocutor, el que no cejaba en dedicarle intensas miradas y de quién sabe qué ponzoñosas palabras.
-        No sabría decirlo- aseguró Felipe, consciente de que Adam les escuchaba y de que no sería prudente confirmar la impresión de Kenneth. Eso no lograría más que provocarlo y enfurecerlo aún más-. Sólo están compartiendo un baile, y unas cuantas palabras. ¿Quieres otra copa, Adam?
Felipe desvió la mirada hacia su amigo, y lo observó con detención, esperando su respuesta. Su mirada había vuelto a adquirir esa dureza tan común en ella durante los últimos años. No le cabía duda de que estaba haciendo un esfuerzo sobrenatural por controlarse, pero ese es el problema de caer bajos los influjos de una mujer encantadora como Miss Harriet. Una vez eso sucede, una bruma de sin razón envuelve la mente; el hombre pierde la cordura, y se deja llevar por sus instintos más bajos. Una bruma que, por más que lo intentes, no se puede disipar, hasta que las consecuencias de tus actos son irreversibles.
-      Debo intervenir- declaró Adam.
“Debo hacerlo”, repitió mentalmente el futuro conde, preso de una profunda impotencia.
-      No, no debes- le dijo Felipe acercándose a su lado.

-      Claro que sí- respondió Adam sin apartar la vista de la joven y del caballero entre cuyos brazos en ese momento se encontraba-. No puede permitir que él le haga daño.

-      No le está haciendo daño, Adam- insistió Felipe entorpeciéndole el paso y la visión al situarse frente a él-. Entra en razón, te lo suplico.
Felipe no alzaba la voz, a fin de no alertar a los demás presentes en el baile, pero no necesitaba hacerlo para emanara de ella la autoridad deseada. Adam fijó en él su mirada, y lo retó, a través de ella, a detenerlo. Sus ojos azules, ahora fríos como el hielo, lo inspeccionaron con fijeza y determinación, intentando así comunicarle de alguna forma el tormento que le significaba mantenerse pasivo. Adam sabía que Felipe no podía entenderle, pero debía acudir a socorrer a Harriet. Sí, el pasado y la traición de Karinna tenían un papel trascendental en sus sentimientos, pero eso no lo era todo. Harriet había suplicado su ayuda. Lo había visto en su mirada; en la oculta súplica que velaban sus ojos.
-      No lo intentes- le dijo a Felipe.

-      Sólo te pido que razones tus actos antes de cometer un desvarío que te traerá graves consecuencias- le dijo-. Si me dices que estás seguro de tu decisión, no me interpondré más en tu camino.
Adam asintió.
-      Voy a reclamar a Miss Harriet Beckesey- contestó Adam-. Eso es lo que he decidido y es lo que voy a hacer.
Felipe alzó la barbilla, e inspiró hondamente.
-      No, no lo harás.

-      No intentes.
-      Yo iré en tu lugar- acalló de inmediato su objeción. Adam no pudo evitar demostrar su sorpresa-. Mi conducta sólo causará un pequeño revuelo, y quizás algunas cuantas murmuraciones, pero juzgando tu actual estado, tu encuentro con Fenwick podría acabar fácilmente en un duelo.
Adam guardó silencio, incapaz de negar la lógica de los dicho por su amigo, pero no podía...
-        Atención, caballeros. No creerán lo que acaba de suceder- dijo Kenneth-. Creo que, a pesar de todo, Mr. Fenwick no tendrá más pareja de baile.
Felipe se dio la media vuelta, y junto a Adam, observaron a la pareja. Miss Harriet se había separado de Mr. Fenwick, y tras dirigirle una educada sonrisa, carente absolutamente de simpatía, se dio la media vuelta y se alejó de él. Fenwick, al parecer, profundamente conmocionado por lo ocurrido, permaneció inmóvil en su lugar, incapaz de reaccionar.
-        Lo ha rechazado- murmuró Felipe.

-        Y sin escrúpulos- agregó Kenneth, esbozando una sonrisa-. A Julián le habría encantado ver esto. ¡Vaya carácter el de Miss Harriet!

_._._._._._._._._._



Al sentir el contacto de la mano de Mr. Fenwick en su mejilla, Harriet retrocedió y decidió poner fin al baile. Una vez estuvo a una prudente distancia del caballero, alzó la mirada y procedió a excusarse ante él.
-      ¿Qué es lo que ocurre, querida?

-      Lo siento, Mr. Fenwick, pero usted ha dirigido acusaciones graves contra un caballero, las que no podré creer  hasta no tener pruebas fidedignas que así lo acrediten. De momento, me limitaré a agradecer sus…advertencias, pero estoy segura, de que Mr. Adam Wontherlann es un caballero correcto y educado, y aunque usted reprueba su pasado, yo no tengo razón alguna para creer lo contrario. Y por último, considero que es una falta al decoro y al respeto que usted se exprese en tales términos del hijo de su propio anfitrión, quien le ha recibido en su hogar tan amablemente.- Harriet alzó levemente su barbilla, en señal de determinación, y agregó-: Ahora si me disculpa, me siento indispuesta.
-      Lo entiendo, querida Harriet. ¿Acaso puedo acompañarla a…?

-      Miss Beckesey para usted, y no, os lo agradezco, pero no necesito de su ayuda.
Harriet se inclinó ante él con cortesía, y luego fue a ocupar su lugar al costado derecho de la habitación.
“Santo cielo…”, pensó intentando controlar la respiración y los alocados latidos de su corazón.
Era consciente que, en ese mismo instante, era el objeto de las miradas de todos los presentes. En bailes en los que asistía grandes multitudes, aunque siempre se acababa sabiendo todas las indiscreciones cometidas por los asistentes, en un primer instante eran sólo conocidas por un reducido grupo de ellos. Que éstos luego se ocuparan de divulgarlos a toda Inglaterra, si aquello fuera posible, era otro asunto muy distinto.
Harriet se alisó los pliegues de su falda, inspiró hondamente e intentó demostrar naturalidad. No se atrevía a mirar a Mr. Fenwick, por temor a encontrarse nuevamente con esa turbia mirada que le provocaba escalofríos. Sonriendo, y abanicándose con lentitud, observó a las parejas bailar. Le tranquilizó ver a Agnés intercambiando algunas palabras con el agradable Mr. Richmond, y a Sofía compartiendo la velada con el Conde de Blackwood, un hombre cuyo honor e intenciones jamás tendría que poner en entredicho. En cambio, Mr. Fenwick… y Adam…
La pieza musical acabó, y los caballeros procedieron a escoltar a sus parejas hasta sus respectivos asientos. Agnés, en cuanto estuvo a su lado, cogió su mano y la interrogó con preocupación.
-      ¿Qué es lo que te ha ocurrido?

-      Tranquila, querida. Todo está bien- le aseguró.

-      No intentes engañarme- le suplicó la joven-. He visto la expresión de tu rostro…
Harriet sonrió, y le apretó la mano con ternura.
-      No te preocupes. Ya tendremos tiempo para conversar más tarde- le aseguró-. Te lo prometo.
Agnés asintió. En aquél momento, el Conde de Blackwood, Mr. Lawrence Wontherlann, llegó junto a Sofía y tras besarle la mano, se dio la media vuelta y se alejó de ellas. Harriet abrió los labios para preguntarle cómo lo había pasado con el conde, pero las palabras se le atascaron en la garganta antes de llegar a siquiera a pronunciarlas. Sofía no le dijo nada, pero su mirada cargada de reprobación era más que elocuente. Estaba contrariada, y podía imaginar la razón de su enfado. Harriet asintió, y desviando la mirada en otra dirección, suspiró agotada.
Lo ocurrido con Mr. Fenwick la había afectado más de lo que ella misma podía llegar a pensar. Por lo general, no le importaba lo que pensaran los demás, ni siquiera Sofía. Su código de conducta, y la línea divisoria entre el bien y el mal, siempre había estado determinado por ella misma. No había nada más importante, en su opinión, que la autenticidad de una persona, y para lograr aquello, no podía encasillarse entre los límites impuestos por la sociedad y tercera personas. A pesar de todo, el mudo reproche de Sofía la desalentó, y por unos instantes, llegó incluso a pensar que quizás fuera mejor retirarse a sus aposentos y descansar de toda aquella fatigosa jornada.
-        ¿Miss Beckesey?
Harriet alzó la mirada, cargada de inquietud, y acto seguido, dio un suspiro de alivio.
-      Mr. Wontherlann, es usted- dijo intentando demostrar tranquilidad, aunque en vano. Su reacción, en un comienzo sobresaltada, había sido más que elocuente.
-      ¿Está usted bien?- la interrogó.

-      Sí, lo estoy. Es sólo que…- dudó, pero al verse incapaz de acabar la frase, sonrió-. Supongo que viene usted a cobrar mi palabra, pero lamento decirle que no podré bailar de nuevo con usted, ya que me siento indispuesta.- Y agregó de inmediato-: Espero sinceramente que me crea usted. Realmente en estos momentos…
-        La entiendo- respondió él-. Y le creo.
Harriet asintió y sonrió dulcemente.
-        No puede bailar usted, pero quizá me permita escoltarla hasta los jardines, a los que podemos acceder por esta entrada que usted ve aquí y sin alejarnos de las miradas de los presentes- le propuso, ofreciéndole una mano-. La noche es fresca, y quizás le ayude a tranquilizarse. ¿Me acompaña?
Harriet sintió que una oleada de calor se apoderaba de ella al mirarlo a los ojos, y comprobar el sinceridad y la comprensión que emanaba de sus ojos. Él lo sabía. La sonrisa llena de complicidad que curvaban sus labios así lo atestiguaba. Adam era consciente de que se encontraba en una situación comprometida, y a pesar de haberle prometido que compartiría un baile más con él, no insistiría.
-        ¿Miss Harriet?
La joven sonrió. Había decidido que aquella noche no aceptaría la mano de ningún otro hombre, y aunque había intentado negarse a Adam, finalmente sus palabras y su doncuta  lograron echar abajo toda su fuerza de voluntad y sus buenos propósitos.
-       No encuentro una razón para negarme, Mr. Wontherlann- respondió ella aceptando su mano.

-       No sabe lo afortunado que me siento de que así sea- le dijo él.
Cogida del brazo del futuro conde, Harriet cruzó el salón bajo la mirada atenta de varios de los presentes. Adam abrió las puertas que los separaban con el exterior, e inclinándose ante ella, le permitió pasar. Una noche maravillosa, llena de refulgentes luceros pendiendo de su manto oscuro, se abrió ante ella. En cuanto la fresca brisa nocturna le golpeó el rostro, Harriet cerró los ojos y sonrió con placer. De inmediato sintió que toda su turbación se disipaba, y que la paz volvía a hacer morada en su acongojado corazón.
Cuando volvió a abrir los ojos, observó a Adam, que, situado a su lado derecho, la contemplaba en taciturno y sereno silencio. Se miraron por momentos interminables, sin  decirse nada, ajenos al baile y la atención de los invitados, incapaces de romper la agradable quietud que tan plácidamente los envolvía.
Harriet desvió la mirada, sintiendo que una repentina timidez la invadía.
-        ¿Añora usted volver a Londres?
Harriet admiró el ancho cielo estrellado, los extensos campos verdes, ahora cubiertos de las sombras nocturnas, y sonrió.
-       No puedo negar que me gustaría regresar- reconoció-. Pero no por las razones que usted cree.
-       ¿Y cuáles son esas razones, según usted?

-       Me da la impresión que usted cree que soy una joven que gusta de los placeres de la capital, de la alta sociedad, de las fiestas y la última moda londinense.
Adam apoyó sus manos en la balaustrada que se levantaba ante ellos, y tras unos instantes de silencio, la observó y dijo:
-       No la conozco mucho a usted, Miss Beckesey, debo reconocerlo. Pero si me interrogaran en este mismo instante mi opinión sobre su persona, diría que usted es una mujer de sonrisa deslumbrante, que goza de la lectura de autores clásicos como Milton, que baila de forma espléndida y que disfruta más de una noche estrellada al aire libre que de un baile.
Harriet sonrió.
-       Gracias, Mr. Wontherlann- dijo ella simplemente.

-       No debe agradecerme nada- contestó él a su vez. Y besándole una mano con cortesía, agregó-: Estaré siempre a su entera disposición.


_._._._._._._._._._._._



Sofía siguió a la pareja con la mirada, hasta que s detuvo en el antejardín que colindaba con la mansión. Todos los presentes podían verlos desde allí, cosa que agradecía. Una cosa cuerda que hiciera Harriet en su vida, al menos.
La próxima que escribiera a su madre, tendría que contarle todo lo que estaba ocurriendo. No podía permitir que Harriet actuara de esa forma, tan descortés y sin modales. ¿Qué estaría pensando el Sr. Conde de ellas? No quería ni imaginárselo. Seguramente tendría un muy pobre concepto de toda su familia.
"Qué vergüenza", pensó Sofía sintiendo que no era capaz ni de alzar la mirada del bochorno que sentía.
-        ¿Miss Sofía? ¿Mi querida, me da el honor de concederme este baile?
Sofía alzó la mirada. Dorian Fenwick le ofrecía una mano, luciendo una sonrisa encantadora y carente de todo reproche. La joven asintió, dirigiéndole una indecisa sonrisa, y aceptó su mano. Mientras bailaban, no fue capaz de mirarlo a los ojos. ¿Cómo hacerlo luego del rechazo de Harriet? ¿Cómo mirarlo a los ojos o dirigirle la palabra, luego de haber sido objeto de tal desaire?
-      ¿Miss Sofía? ¿Está usted bien?- le preguntó-. ¿Qué es lo que le ocurre? ¿Por qué no me mira?

-      Yo... supongo que...- Tras unos momentos de profundas vacilación, inspiró hondamente, y dijo-: Lamento lo ocurrido instantes atrás con mi prima.
-        Ya comprendo...- murmuró el caballero-. ¿Por eso está usted así?
Sofía asintió.
-       Realmente no comprendo por qué ha actuado de esa forma por lo general es muy educada, pero ahora... No puedo justificar su conducta, Mr. Fenwick, pero le suplicaría por favor que acepte mis sinceras disculpas.

-       Miss Sofía, no debe usted preocuparse. Usted no me debe ninguna disculpa. Jamás podría imputar a usted el desinterés ni la conducta de su prima.
-      Cuánto se lo agradezco- contestó la joven enviándole una sonrisa llena de simpatía.

-      En realidad, ni usted ni yo podemos culparla, ni juzgarla, por haber hecho su elección, ¿no lo crees usted?
-      ¿Su elección? ¿A qué se refiere?

-        Mi querida Sofía, ¿no ve usted la predilección que siente su prima por el hijo del conde? ¿No es obvio acaso? En cuanto ha podido ha aceptado su invitación para gozar de su compañía en soledad en el jardín.
Sofía envió una preocupada mirada en dirección a Harriet, que aún se encontraba conversando en el jardín junto a Adam Wontherlann, y negó con la cabeza.
-       No, Mr. Fenwick, eso no es posible. Usted se equivoca. Harriet no ha hecho ninguna elección, ella sólo...- pero la joven se detuvo, incapaz de acabar la frase.

-       ¿Sí, querida?- la invitó el caballero a seguir planteando su opinión. Sofía intentó volver a hablar pero no logró hacerlo. No tenía palabras para justificar el proceder de Harriet-. No se contraríe usted por esta situación. En realidad, estoy acostumbrado a que esto suceda. No soy tan interesante como un joven y futuro conde, heredero de un fructífero negocio familiar y quién sabe cuántas propiedades y riquezas.

-       Eso no es cierto, Mr. Fenwick- reprobó semejante idea Sofía.

-       Es la realidad.- Dorian Fenwick suspiró, y continuó diciendo-: Estoy seguro de que Miss Harriet es una dama maravillosa como usted, y sólo espero que luego no deba lamentar su atracción hacia el hijo del conde.

-       ¿Por qué lo dice usted?

-       Se dice que muchas jovencitas han caído bajo su encanto, pero sin ser correspondidas. Que su compromiso jamás ha durado lo suficiente como para llegar a contraer matrimonio con la dama- le explicó-. Lamentablemente, todas aquella señoritas, tras una breve relación con el joven Wontherlann, quedan inhabilitadas para contraer un matrimonio con los caballeros de los altos círculos sociales.

-       ¿Inhabilitadas...? Pero, ¿por qué...?

-       Caen en deshonra, querida mía. ¿Conoce usted a las jóvenes Pontmercy? Karinna, la mayor de ellas, estuvo prometida con el hijo del conde, y tras una larga y prometedora relación, la dejó. Estaba embarazada.
Sofía abrió con los ojos impresionada, incapaz de pronunciar palabra alguna.
-       Pero, bueno, querida, esa es la suerte de los menos afortunados, ¿no? No todos tenemos riquezas, ni títulos que ofrecer.- Mr. Fenwick llevó a Sofía hasta su asiento, y le besó la mano con parsimonia-. Ha sido un placer.


_._._._._._._._._._._


Felipe dejó la copa sobre la mesa con mayor fuerza de la que hubiera deseado, y se marchó del salón.
-         ¿Felipe?- lo interrogó Kenneth, siguiéndolo muy de cerca-. ¿Felipe? ¿A dónde vas?


El alto joven se dio la media vuelta, y le dirigió una turbia mirada. La paseó por el salón, y tras dedicarle un vistazo a Sofía, contestó:
-         Necesito ir a descansar- fue su única respuesta.

-         Pero...

-         Estoy bien, Kenneth- acalló su protesta-. Estoy bien.

viernes, 26 de agosto de 2011

BLACKWOOD MANOR: Cápítulo 6 (6/8)

Harriet observó a Adam alejarse, con pasos seguros y elegantes. Sin ser consciente realmente de lo que hacía, suspiró profundamente y sonrió satisfecha. Su voz profunda y seductora, seguía resonando en su mente con aduladora insistencia: "¿Y qué ocurriría, si es eso realmente lo que estoy haciendo, Miss Beckesey?".
-       Ha sido un placer- oyó decir a una suave voz masculina. Harriet despertó de sus ensueños y desvió la vista.
A su lado, un galante Richard Thograwn besaba la mano enguantada de Agnés. La tímida joven inclinó su cabeza débilmente, y tomó asiento. Harriet esperó que alzara la vista para hablarle, pero eso jamás sucedió. Preocupada, observó que su prima estrujaba entre sus manos el abanico y que temblaba levemente.
-       Agnés, querida, ¿estás bien?- la interrogó.
Agnés alzó la vista, dubitativa. Podía entrever en sus ojos miedo, y también, culpabilidad e impotencia. Harriet se acercó a ella y cogió una de sus manos.
-       Agnés...- le dijo-. ¿Qué es lo que te pasa? Dímelo.

-       Harriet, yo...- titubeó la joven-. Él me ha sacado a bailar... Yo me negué. Me negué, de veras, y... y aún así...- aseguraba con voz temblorosa. Harriet observó que sus comenzaban a llenarse de lágrimas, e intentó calmarla. La angustia contrajo su corazón dolorosamente al ver a su prima en tan deplorable estado.

-       Querida, tranquila. No ha pasado nada.

-      Harriet, yo me negué... Yo no quería bailar con él, pero me sacó... a la fuerza...- insistió-. Y no pude hacer nada...
Harriet abrió los ojos, sorprendida.
-       ¿A la fuerza? Agnés, ¿quién ha sido? ¿Mr. Thograwn?
Agnés negó con la cabeza.
-       Mr. Ranford- contestó la joven con voz temblorosa.
Harriet no podía dar crédito a sus palabras. ¿Julián Ranford? ¿Julián Ranford la había sacado a bailar forzadamente, a pesar de haber recibido una negativa por respuesta? ¿Qué hombre se dice llamar caballero y se comporta de tal manera? Indignada como estaba, hubiera deseado en ese mismo instante enfrentar al causante de la desgracia de su prima, pero decidió que lo más importante en aquél momento era calmar a Agnés. La pobrecilla parecía a punto de entrar en una crisis de nervios, y si no la tranquilizaba en ese mismo instante, podría ponerse a llorar ahí mismo, cosa que resultaría vergonzosa y absolutamente inapropiada, aunque tuviera toda la razón del mundo para gritar a los cuatro vientos la injuria sufrida.
-      Agnés, escúchame. A pesar de lo que te haya dicho Sofía, que bailaras con Julián Ranford no es malo- dijo estrechándole la mano con ternura.

-       Él no ha tenido mi consentimiento- contestó su prima.
Harriet asintió.
-       Querida, préstame atención. Julián Ranford es un hombre como cualquier otro, orgulloso y arrogante. Aunque él se sienta indiscutiblemente superior al resto, costumbre muy arraigada también en los hombres, el rechazo de una mujer hermosa constituye el peor de los castigos a su muy acentuada y elevada autoestima- le explicó-. Esto no significa que justifique su conducta. ¡En absoluto! Es totalmente reprobable, y admito que de haber estado en tu lugar, seguramente el muy distinguido caballero habría acabado con un buen golpe en mejilla- aseguró la joven. Agnés no pudo evitar sonreír, seguramente al imaginarse al orgulloso de Julián Ranford en una situación tan comprometedora-. Pero claro, eso habría sido muy poco decoroso. Tu reacción ha sido loable, ya que perfectamente pudiste haberlo desenmascarado y sumirlo en la peor de las vergüenzas.  
-       ¿Crees que he actuado bien?
-       Divinamente- contestó Harriet dirigiéndole una sonrisa llena de simpatía y comprensión.
Agnés también sonrió, y la expresión de su mirada poco a poco volvió a su sempiterna serenidad.
-       Lo que no debemos permitir ahora, es que el insufrible de Julián Ranford crea que ha logrado perturbar tu ánimo. Debes ser fuerte, y demostrarle que no le temes a él ni a ninguno de los caballeros que hay en esta salón.- La rubia muchacha asintió, y alzó la barbilla-. Pero por otro lado...
Harriet dejó la frase en el aire, despertando la curiosidad de su prima por saber el resto.
-       ¿Por otro lado qué, Harriet? ¿Qué ibas a decir?- la interrogó.
Harriet esbozó una sonrisa pícara, y contestó a su pregunta:
-       Que, por otro lado, y a pesar de sus pésimos modales, no puedes negar que Julián Ranford es bastante atractivo.- Agnés sonrojó hasta la punta de sus cabellos y bajó la vista-: Y quién sabe- continuó Harriet, abanicándose con languidez-, quizás esté interesado en tí, y sólo desee llamar tu atención.
Harriet se dedicó a observar la reacción de su prima, preguntándose si ella estaría interesada en Julián Ranford o no, pero una suave risilla, que reconoció como la de Sofía, la obligó a apartar su mirada de Agnés. Ciertamente impresionada, contempló a Sofía cogida del brazo de Mr. Dorian Fenwick. Ambos conversaban con tal fluidez y naturalidad, que a Harriet le costaba creer que hace unos pocos instantes ambos fueran absolutos desconocidos. Pero, en especial, le llamaba fuertemente la atención la conducta de Sofía, la que sonreía con mayor frecuencia de la que acostumbraba hacerlo, y con una facilidad nada común en ella. Harriet habría podido hasta jurar que, la siempre comedida y seria Sofía, estaba disfrutando de la compañía masculina.
Mientras se abanicaba, y sin demostrar demasiado interés en la escena, siguió a la pareja atentamente, poniendo atención en cada uno de sus gestos y conductas. En sus pocos años de existencia, había aprendido que el lenguaje corporal de las personas decían mucho más que mil palabras; sólo bastaba una sonrisa, el movimiento de una mano, la postura de su cuerpo, la expresión de su rostro o una fugaz mirada, para conocer sus intenciones. "No juzgues con ligereza, querida mía, y obsérvalo todo", le había aconsejado Clarisse en más de una ocasión. "No es necesario hablar con una persona para saber lo que quiere, basta con saber interpretar".
-       Miss Sofía, ha sido un verdadero placer- susurró Dorian Fenwick, besando su mano con extrema lentitud. Alzó la mirada, y envió a la joven una sonrisa ladeada-. Me atrevo a solicitarle a usted otra pieza antes de que acabe el baile, ¿acepta usted mi invitación?
Sofía asintió sin apenas dudarlo.
-       No tengo inconveniente, Mr. Fenwick.

-       Me complace oír eso, mi estimada dama- aseguró él sonriendo con complaciencia
El ilustre caballero, se dio la media vuelta, momento que utilizó para enviar una intensa mirada a Harriet. La joven sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo por entero, y apartó la mirada de inmediato. Le parecía increíble cómo ese hombre lograba hacerla sentir tan incómoda...

Harriet suspiró y fijó su vista en Sofía. ¿Era su imaginación o tenía las mejillas arreboladas? La observó estirarse los pliegues del vestido con desinterés, y luego sonreír sin motivo alguno.
-       ¿Sofía?- la interrogó. La joven alzó la vista, sorprendida-. ¿Lo has pasado bien con Mr. Fenwick?

-       Ha sido...agradable- contestó Sofía recuperando poco a poco su habitual carácter, como si la voz de Harriet hubiera interrumpido sus ensoñaciones y le hubiese molestado aquello.

-      ¿Agradable?- insistió su prima-. Por la expresión de tu rostro y la sonrisa que esbozaban tus labios hace unos pocos instantes, yo diría que lo has pasado mucho más que agradable.
Sofía abrió su abanico con un abrupto movimiento y lo agitó con una rapidez de la que, seguramente, ni siquiera fue consciente.
Tras unos instantes, una nueva pieza musical comenzó a resonar en la habitación. Harriet recordó haberla escuchado en otro baile, en aquél en que se había conocido con Alexander y habían charlado y bailado toda la noche. Inconscientemente, la joven dirigió la vista hacia el otro extremo del salón, donde Adam Wontherlann se encontraba compartiendo con los demás caballeros jóvenes de la fiesta. Recordó el baile que hace pocos instantes habían disfrutado, las conversaciones, las miradas, la sensación de haber estado por horas enteras- ¡días infinitos!- dando vueltas al son de una melodía única y desconocida... Una melodía cuyo compás, recordaba, iba al mismo ritmo de su propio corazón. ¿Había sentido él lo mismo? ¿Acaso Adam también...?
-       Miss Beckesey, ¿me concede este baile?- oyó una voz familiar dirigirle la palabra.
Harriet sintió que el corazón se le detenía, y que, de pronto, un frío interno se adueñaba de todos sus órganos, de miembros y de su cuerpo entero.
Con suma lentitud, la joven se dirigió a la alta figura masculina, que le ofrecía un brazo tan galantemente. Harriet aguantó la respiración. Era Dorian Fenwick.
_._._._._._._._._._._._._

-       ¿Me permite este baile, Miss Beckesey?- repitió la pregunta el caballero.
Intentando aparentar seguridad, la que flaqueaba a momentos, Harriet se cubrió el rostro con su abanico y le entregó una de sus manos enguantadas, la que Dorian Fenwick procedió a besar inmediatamente. Un escalofrío le recorrió la espalda cuando se tocaron, pero muy distinto a la cálida emoción que la embargó al entrar en contacto con Adam Wontherlann. Percibía un intenso frío provenir de sus manos, o quizá fuera ella misma, a la que una repentina gelidez había envuelto al oir la voz de Dorian Fenwick.
Harriet siguió al caballero hasta el centro de la estancia. Fijó la mirada en sus primas, cuyas manos estaban siendo solicitadas para bailar. El agradable doctor Richmond se encontraba inclinado ante Agnés, y el conde de Blackwood, Lawrence Wontherlann, ofrecía su mano a Sofía.
Dorian Fenwick posó una mano en su cintura, alzó su derecha unida a la de su adorable pareja, y comenzaron a bailar lentamente al son del vals que los músicos con tanto talento interpretaban. Harriet podía decir con cierto orgullo, que había bailado con muchos hombres en su vida, e que incluso, en algunas fiestas se habían desarrollado discusiones sobre el turno que tenía cada caballero para compartir una pieza de baile con ella. Muchos hombres, de todas las edades, habían colocado la mano en su cintura, de la misma forma que lo estaba haciendo Dorian Fenwick en ese instante, pero jamás se había sentido tan incómoda como en aquél momento.
-       Está usted radiante, Miss Beckesey- dijo él tras unos instantes de silencio. Su voz era grave, y a momentos parecía a penas un susurro. Harriet alzó la vista e hizo un esfuerzo por mirarlo directo a los ojos.

-       Es usted muy amable- respondió.

-       Y además, baila formidablemente- agregó el caballero.

-       Creo que exagera usted.

-       No, Miss Beckesey, como tampoco es una exageración si le aseguro que usted supera con creces en belleza a sus primas.
Una alarma se disparó en el interior de Harriet. Apartó la vista abruptamente, y en el trayecto, su mirada se cruzó brevemente con la de Adam, que la observaba atentamente desde donde estaba. Sin saber por qué, y suplicante, pronunció su nombre mentalmente.
-       ¿Qué es lo que le ocurre? Vuestra sonrisa ha desaparecido. ¿Acaso he dicho algo que la ha molestado de algún modo? 

-          No- mintió Harriet-. De ningún modo.

-       ¿Está usted segura?- insistió el caballero-. Le vi bailando con el futuro conde. Veo que ya tuvieron la oportunidad de conocerse.
El corazón de Harriet palpitó aceleradamente al oír hablar sobre Adam, y a la vez, una profunda inquietud la invadió. ¿Acaso él se había dado cuenta de la simpatía que sentía por el hijo del Conde? ¿O es que acaso había pronunciado su nombre en voz alta, y no mentalmente, como había creído en un principio?
-       Respeto mucho a Mr. Lawrence Wontherlann, es un hombre íntegro y honesto, pero me temo que su hijo no ha heredado, ni siquiera una pequeña porción, de su rectitud y cordura- opinó él, sin apartar ni un instante la mirada de la joven-. Le digo esto para prevenirla- Harriet alzó la vista y lo miró, profundamente sorprendida con su afirmación-, porque creo que él tiene interés en usted. Puedo estar equivocado, es verdad, pero los años de experiencias a uno lo hacen entender y captar cosas que los jóvenes, más incautos e inocentes, no podrían jamás llegar a comprender. La honra del hijo del Conde se encuentra mancillada por la  numerosas mujeres a las que ha seducido y luego abandonado a su suerte- aseguró Dorian Fenwick, admirándola con atención-. Todas eran bella y refinadas como usted, Harriet... Todas cayeron rendidas a sus pies, y fueron cruelmente utilizadas y engañadas. Todas...
Fenwick alzó una mano, y le acarició una delicada mejilla. Una mejilla suave y blanca como el mármol; una mejilla que, en un tiempo no muy lejano, le pertenecería por completo...