Los jóvenes caballeros, entre ellos Kenneth, Felipe, Richard y Adam, habían observado y seguido la escena que se estaba desarrollando en el salón con atención. Mr. Lawrence Wontherlann, conde de Blackwood, bailaba con Sofía, cuyo rostro había vuelto a cubrirse por una máscara de seriedad y recato. Mr. Richmond había a su vez solicitado aquella pieza a Agnés Becksey, la que bailaba y sonreía con dulzura entre sus brazos. Kenneth había apostado que Agnés se disculparía, e iría a su cuarto para calmar los nervios, y que al menos tardaría dos días enteros, si no más, en atreverse a salir nuevamente. Pero la joven no se fue, ni mucho menos. De hecho, para lo atrevido que había sido Julián con ella, parecía bastante compuesta y serena.
- Quién lo hubiera dicho- opinó Kenneth.
- Julián la sacó a bailar sin su consentimiento, injuriándola gravemente, y aún así, no le puso en evidencia- comentó con ironía Felipe-. Creo que después de haber logrado eso, todo es posible.
- Sin lugar a dudas, Miss Agnés Beckesey es más fuerte de lo que todos creían- opinó a su vez Richard.
Felipe envió una pensativa mirada a su hermano. No podía negar que la conducta de Richard lo extrañaba, en especial porque durante aquél último tiempo, el único objeto de sus pensamientos- y sus más ocultos sufrimientos y deseos- había sido la guerra. Desde que su padre le prohibió ir al frente de batalla, todo había perdido interés para Richard. Sus días transcurrían sumido en una oscura niebla de impotencia, intensificada por su arraigado patriotismo y su fervor juvenil.
- Miss Harriet no parece muy complacida- oyó decir a Kenneth.
Felipe fijó la vista en las parejas que bailaban, y buscó entre ellas a Harriet y a Dorian Fenwick. Efectivamente, la joven, aunque siempre maravillosamente bella, no parecía estar prestando atención a la conversación de su interlocutor, el que no cejaba en dedicarle intensas miradas y de quién sabe qué ponzoñosas palabras.
- No sabría decirlo- aseguró Felipe, consciente de que Adam les escuchaba y de que no sería prudente confirmar la impresión de Kenneth. Eso no lograría más que provocarlo y enfurecerlo aún más-. Sólo están compartiendo un baile, y unas cuantas palabras. ¿Quieres otra copa, Adam?
Felipe desvió la mirada hacia su amigo, y lo observó con detención, esperando su respuesta. Su mirada había vuelto a adquirir esa dureza tan común en ella durante los últimos años. No le cabía duda de que estaba haciendo un esfuerzo sobrenatural por controlarse, pero ese es el problema de caer bajos los influjos de una mujer encantadora como Miss Harriet. Una vez eso sucede, una bruma de sin razón envuelve la mente; el hombre pierde la cordura, y se deja llevar por sus instintos más bajos. Una bruma que, por más que lo intentes, no se puede disipar, hasta que las consecuencias de tus actos son irreversibles.
- Debo intervenir- declaró Adam.
“Debo hacerlo”, repitió mentalmente el futuro conde, preso de una profunda impotencia.
- No, no debes- le dijo Felipe acercándose a su lado.
- Claro que sí- respondió Adam sin apartar la vista de la joven y del caballero entre cuyos brazos en ese momento se encontraba-. No puede permitir que él le haga daño.
- No le está haciendo daño, Adam- insistió Felipe entorpeciéndole el paso y la visión al situarse frente a él-. Entra en razón, te lo suplico.
Felipe no alzaba la voz, a fin de no alertar a los demás presentes en el baile, pero no necesitaba hacerlo para emanara de ella la autoridad deseada. Adam fijó en él su mirada, y lo retó, a través de ella, a detenerlo. Sus ojos azules, ahora fríos como el hielo, lo inspeccionaron con fijeza y determinación, intentando así comunicarle de alguna forma el tormento que le significaba mantenerse pasivo. Adam sabía que Felipe no podía entenderle, pero debía acudir a socorrer a Harriet. Sí, el pasado y la traición de Karinna tenían un papel trascendental en sus sentimientos, pero eso no lo era todo. Harriet había suplicado su ayuda. Lo había visto en su mirada; en la oculta súplica que velaban sus ojos.
- No lo intentes- le dijo a Felipe.
- Sólo te pido que razones tus actos antes de cometer un desvarío que te traerá graves consecuencias- le dijo-. Si me dices que estás seguro de tu decisión, no me interpondré más en tu camino.
Adam asintió.
- Voy a reclamar a Miss Harriet Beckesey- contestó Adam-. Eso es lo que he decidido y es lo que voy a hacer.
Felipe alzó la barbilla, e inspiró hondamente.
- No, no lo harás.
- No intentes.
- Yo iré en tu lugar- acalló de inmediato su objeción. Adam no pudo evitar demostrar su sorpresa-. Mi conducta sólo causará un pequeño revuelo, y quizás algunas cuantas murmuraciones, pero juzgando tu actual estado, tu encuentro con Fenwick podría acabar fácilmente en un duelo.
Adam guardó silencio, incapaz de negar la lógica de los dicho por su amigo, pero no podía...
- Atención, caballeros. No creerán lo que acaba de suceder- dijo Kenneth-. Creo que, a pesar de todo, Mr. Fenwick no tendrá más pareja de baile.
Felipe se dio la media vuelta, y junto a Adam, observaron a la pareja. Miss Harriet se había separado de Mr. Fenwick, y tras dirigirle una educada sonrisa, carente absolutamente de simpatía, se dio la media vuelta y se alejó de él. Fenwick, al parecer, profundamente conmocionado por lo ocurrido, permaneció inmóvil en su lugar, incapaz de reaccionar.
- Lo ha rechazado- murmuró Felipe.
- Y sin escrúpulos- agregó Kenneth, esbozando una sonrisa-. A Julián le habría encantado ver esto. ¡Vaya carácter el de Miss Harriet!
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Al sentir el contacto de la mano de Mr. Fenwick en su mejilla, Harriet retrocedió y decidió poner fin al baile. Una vez estuvo a una prudente distancia del caballero, alzó la mirada y procedió a excusarse ante él.
- ¿Qué es lo que ocurre, querida?
- Lo siento, Mr. Fenwick, pero usted ha dirigido acusaciones graves contra un caballero, las que no podré creer hasta no tener pruebas fidedignas que así lo acrediten. De momento, me limitaré a agradecer sus…advertencias, pero estoy segura, de que Mr. Adam Wontherlann es un caballero correcto y educado, y aunque usted reprueba su pasado, yo no tengo razón alguna para creer lo contrario. Y por último, considero que es una falta al decoro y al respeto que usted se exprese en tales términos del hijo de su propio anfitrión, quien le ha recibido en su hogar tan amablemente.- Harriet alzó levemente su barbilla, en señal de determinación, y agregó-: Ahora si me disculpa, me siento indispuesta.
- Lo entiendo, querida Harriet. ¿Acaso puedo acompañarla a…?
- Miss Beckesey para usted, y no, os lo agradezco, pero no necesito de su ayuda.
Harriet se inclinó ante él con cortesía, y luego fue a ocupar su lugar al costado derecho de la habitación.
“Santo cielo…”, pensó intentando controlar la respiración y los alocados latidos de su corazón.
Era consciente que, en ese mismo instante, era el objeto de las miradas de todos los presentes. En bailes en los que asistía grandes multitudes, aunque siempre se acababa sabiendo todas las indiscreciones cometidas por los asistentes, en un primer instante eran sólo conocidas por un reducido grupo de ellos. Que éstos luego se ocuparan de divulgarlos a toda Inglaterra, si aquello fuera posible, era otro asunto muy distinto.
Harriet se alisó los pliegues de su falda, inspiró hondamente e intentó demostrar naturalidad. No se atrevía a mirar a Mr. Fenwick, por temor a encontrarse nuevamente con esa turbia mirada que le provocaba escalofríos. Sonriendo, y abanicándose con lentitud, observó a las parejas bailar. Le tranquilizó ver a Agnés intercambiando algunas palabras con el agradable Mr. Richmond, y a Sofía compartiendo la velada con el Conde de Blackwood, un hombre cuyo honor e intenciones jamás tendría que poner en entredicho. En cambio, Mr. Fenwick… y Adam…
La pieza musical acabó, y los caballeros procedieron a escoltar a sus parejas hasta sus respectivos asientos. Agnés, en cuanto estuvo a su lado, cogió su mano y la interrogó con preocupación.
- ¿Qué es lo que te ha ocurrido?
- Tranquila, querida. Todo está bien- le aseguró.
- No intentes engañarme- le suplicó la joven-. He visto la expresión de tu rostro…
Harriet sonrió, y le apretó la mano con ternura.
- No te preocupes. Ya tendremos tiempo para conversar más tarde- le aseguró-. Te lo prometo.
Agnés asintió. En aquél momento, el Conde de Blackwood, Mr. Lawrence Wontherlann, llegó junto a Sofía y tras besarle la mano, se dio la media vuelta y se alejó de ellas. Harriet abrió los labios para preguntarle cómo lo había pasado con el conde, pero las palabras se le atascaron en la garganta antes de llegar a siquiera a pronunciarlas. Sofía no le dijo nada, pero su mirada cargada de reprobación era más que elocuente. Estaba contrariada, y podía imaginar la razón de su enfado. Harriet asintió, y desviando la mirada en otra dirección, suspiró agotada.
Lo ocurrido con Mr. Fenwick la había afectado más de lo que ella misma podía llegar a pensar. Por lo general, no le importaba lo que pensaran los demás, ni siquiera Sofía. Su código de conducta, y la línea divisoria entre el bien y el mal, siempre había estado determinado por ella misma. No había nada más importante, en su opinión, que la autenticidad de una persona, y para lograr aquello, no podía encasillarse entre los límites impuestos por la sociedad y tercera personas. A pesar de todo, el mudo reproche de Sofía la desalentó, y por unos instantes, llegó incluso a pensar que quizás fuera mejor retirarse a sus aposentos y descansar de toda aquella fatigosa jornada.
- ¿Miss Beckesey?
Harriet alzó la mirada, cargada de inquietud, y acto seguido, dio un suspiro de alivio.
- Mr. Wontherlann, es usted- dijo intentando demostrar tranquilidad, aunque en vano. Su reacción, en un comienzo sobresaltada, había sido más que elocuente.
- ¿Está usted bien?- la interrogó.
- Sí, lo estoy. Es sólo que…- dudó, pero al verse incapaz de acabar la frase, sonrió-. Supongo que viene usted a cobrar mi palabra, pero lamento decirle que no podré bailar de nuevo con usted, ya que me siento indispuesta.- Y agregó de inmediato-: Espero sinceramente que me crea usted. Realmente en estos momentos…
- La entiendo- respondió él-. Y le creo.
Harriet asintió y sonrió dulcemente.
- No puede bailar usted, pero quizá me permita escoltarla hasta los jardines, a los que podemos acceder por esta entrada que usted ve aquí y sin alejarnos de las miradas de los presentes- le propuso, ofreciéndole una mano-. La noche es fresca, y quizás le ayude a tranquilizarse. ¿Me acompaña?
Harriet sintió que una oleada de calor se apoderaba de ella al mirarlo a los ojos, y comprobar el sinceridad y la comprensión que emanaba de sus ojos. Él lo sabía. La sonrisa llena de complicidad que curvaban sus labios así lo atestiguaba. Adam era consciente de que se encontraba en una situación comprometida, y a pesar de haberle prometido que compartiría un baile más con él, no insistiría.
- ¿Miss Harriet?
La joven sonrió. Había decidido que aquella noche no aceptaría la mano de ningún otro hombre, y aunque había intentado negarse a Adam, finalmente sus palabras y su doncuta lograron echar abajo toda su fuerza de voluntad y sus buenos propósitos.
- No encuentro una razón para negarme, Mr. Wontherlann- respondió ella aceptando su mano.
- No sabe lo afortunado que me siento de que así sea- le dijo él.
Cogida del brazo del futuro conde, Harriet cruzó el salón bajo la mirada atenta de varios de los presentes. Adam abrió las puertas que los separaban con el exterior, e inclinándose ante ella, le permitió pasar. Una noche maravillosa, llena de refulgentes luceros pendiendo de su manto oscuro, se abrió ante ella. En cuanto la fresca brisa nocturna le golpeó el rostro, Harriet cerró los ojos y sonrió con placer. De inmediato sintió que toda su turbación se disipaba, y que la paz volvía a hacer morada en su acongojado corazón.
Cuando volvió a abrir los ojos, observó a Adam, que, situado a su lado derecho, la contemplaba en taciturno y sereno silencio. Se miraron por momentos interminables, sin decirse nada, ajenos al baile y la atención de los invitados, incapaces de romper la agradable quietud que tan plácidamente los envolvía.
Harriet desvió la mirada, sintiendo que una repentina timidez la invadía.
- ¿Añora usted volver a Londres?
Harriet admiró el ancho cielo estrellado, los extensos campos verdes, ahora cubiertos de las sombras nocturnas, y sonrió.
- No puedo negar que me gustaría regresar- reconoció-. Pero no por las razones que usted cree.
- ¿Y cuáles son esas razones, según usted?
- Me da la impresión que usted cree que soy una joven que gusta de los placeres de la capital, de la alta sociedad, de las fiestas y la última moda londinense.
Adam apoyó sus manos en la balaustrada que se levantaba ante ellos, y tras unos instantes de silencio, la observó y dijo:
- No la conozco mucho a usted, Miss Beckesey, debo reconocerlo. Pero si me interrogaran en este mismo instante mi opinión sobre su persona, diría que usted es una mujer de sonrisa deslumbrante, que goza de la lectura de autores clásicos como Milton, que baila de forma espléndida y que disfruta más de una noche estrellada al aire libre que de un baile.
Harriet sonrió.
- Gracias, Mr. Wontherlann- dijo ella simplemente.
- No debe agradecerme nada- contestó él a su vez. Y besándole una mano con cortesía, agregó-: Estaré siempre a su entera disposición.
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Sofía siguió a la pareja con la mirada, hasta que s detuvo en el antejardín que colindaba con la mansión. Todos los presentes podían verlos desde allí, cosa que agradecía. Una cosa cuerda que hiciera Harriet en su vida, al menos.
La próxima que escribiera a su madre, tendría que contarle todo lo que estaba ocurriendo. No podía permitir que Harriet actuara de esa forma, tan descortés y sin modales. ¿Qué estaría pensando el Sr. Conde de ellas? No quería ni imaginárselo. Seguramente tendría un muy pobre concepto de toda su familia.
"Qué vergüenza", pensó Sofía sintiendo que no era capaz ni de alzar la mirada del bochorno que sentía.
- ¿Miss Sofía? ¿Mi querida, me da el honor de concederme este baile?
Sofía alzó la mirada. Dorian Fenwick le ofrecía una mano, luciendo una sonrisa encantadora y carente de todo reproche. La joven asintió, dirigiéndole una indecisa sonrisa, y aceptó su mano. Mientras bailaban, no fue capaz de mirarlo a los ojos. ¿Cómo hacerlo luego del rechazo de Harriet? ¿Cómo mirarlo a los ojos o dirigirle la palabra, luego de haber sido objeto de tal desaire?
- ¿Miss Sofía? ¿Está usted bien?- le preguntó-. ¿Qué es lo que le ocurre? ¿Por qué no me mira?
- Yo... supongo que...- Tras unos momentos de profundas vacilación, inspiró hondamente, y dijo-: Lamento lo ocurrido instantes atrás con mi prima.
- Ya comprendo...- murmuró el caballero-. ¿Por eso está usted así?
Sofía asintió.
- Realmente no comprendo por qué ha actuado de esa forma por lo general es muy educada, pero ahora... No puedo justificar su conducta, Mr. Fenwick, pero le suplicaría por favor que acepte mis sinceras disculpas.
- Miss Sofía, no debe usted preocuparse. Usted no me debe ninguna disculpa. Jamás podría imputar a usted el desinterés ni la conducta de su prima.
- Cuánto se lo agradezco- contestó la joven enviándole una sonrisa llena de simpatía.
- En realidad, ni usted ni yo podemos culparla, ni juzgarla, por haber hecho su elección, ¿no lo crees usted?
- ¿Su elección? ¿A qué se refiere?
- Mi querida Sofía, ¿no ve usted la predilección que siente su prima por el hijo del conde? ¿No es obvio acaso? En cuanto ha podido ha aceptado su invitación para gozar de su compañía en soledad en el jardín.
Sofía envió una preocupada mirada en dirección a Harriet, que aún se encontraba conversando en el jardín junto a Adam Wontherlann, y negó con la cabeza.
- No, Mr. Fenwick, eso no es posible. Usted se equivoca. Harriet no ha hecho ninguna elección, ella sólo...- pero la joven se detuvo, incapaz de acabar la frase.
- ¿Sí, querida?- la invitó el caballero a seguir planteando su opinión. Sofía intentó volver a hablar pero no logró hacerlo. No tenía palabras para justificar el proceder de Harriet-. No se contraríe usted por esta situación. En realidad, estoy acostumbrado a que esto suceda. No soy tan interesante como un joven y futuro conde, heredero de un fructífero negocio familiar y quién sabe cuántas propiedades y riquezas.
- Eso no es cierto, Mr. Fenwick- reprobó semejante idea Sofía.
- Es la realidad.- Dorian Fenwick suspiró, y continuó diciendo-: Estoy seguro de que Miss Harriet es una dama maravillosa como usted, y sólo espero que luego no deba lamentar su atracción hacia el hijo del conde.
- ¿Por qué lo dice usted?
- Se dice que muchas jovencitas han caído bajo su encanto, pero sin ser correspondidas. Que su compromiso jamás ha durado lo suficiente como para llegar a contraer matrimonio con la dama- le explicó-. Lamentablemente, todas aquella señoritas, tras una breve relación con el joven Wontherlann, quedan inhabilitadas para contraer un matrimonio con los caballeros de los altos círculos sociales.
- ¿Inhabilitadas...? Pero, ¿por qué...?
- Caen en deshonra, querida mía. ¿Conoce usted a las jóvenes Pontmercy? Karinna, la mayor de ellas, estuvo prometida con el hijo del conde, y tras una larga y prometedora relación, la dejó. Estaba embarazada.
Sofía abrió con los ojos impresionada, incapaz de pronunciar palabra alguna.
- Pero, bueno, querida, esa es la suerte de los menos afortunados, ¿no? No todos tenemos riquezas, ni títulos que ofrecer.- Mr. Fenwick llevó a Sofía hasta su asiento, y le besó la mano con parsimonia-. Ha sido un placer.
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Felipe dejó la copa sobre la mesa con mayor fuerza de la que hubiera deseado, y se marchó del salón.
- ¿Felipe?- lo interrogó Kenneth, siguiéndolo muy de cerca-. ¿Felipe? ¿A dónde vas?
El alto joven se dio la media vuelta, y le dirigió una turbia mirada. La paseó por el salón, y tras dedicarle un vistazo a Sofía, contestó:
- Necesito ir a descansar- fue su única respuesta.
- Pero...
- Estoy bien, Kenneth- acalló su protesta-. Estoy bien.