domingo, 2 de octubre de 2011

BLACKWOOD MANOR: Capítulo 7 (4/4)


-        ¿Es realmente necesario que hagamos esto?- preguntó Jacob notoriamente incómodo con la idea.
Adam sonrió.
-        ¿Es mi imaginación, o uno de los soldados más valientes y condecorados de las tropas inglaterrienses tiembla más ante la idea de conocer gente nueva que de enfrentarse en una guerra a muerte?


-        Yo…- vaciló el hombre-. Sabes muy bien que no soy bueno sociabilizando- se sinceró al fin.


-        Jacob, ellos estarán encantados de conocerte. Son mis amigos.


-        Son hijos de aristócratas, Adam, herederos de grandes fortunas y títulos. ¿Crees realmente que van a querer amistarse con un pobre diablo, sin un céntimo en los bolsillos, como yo?


-        ¿Acaso reparé yo en ese detalle cuando servimos juntos en el ejército?- lo interrogó Adam.


-        Las circunstancias no fueron las mismas, y tú lo sabes. Cuando nos conocimos, yo no sabía que eras hijo de un conde, ni tú sabías que yo era un pobre diablo.
Adam le palmeó alentadoramente la espalda, comprendiendo, por un lado, la incómoda situación a la que lo expondría, pero a la vez, divertido al ver a un hombre tan aguerrido y valiente intimidado por algo tan rutinario. Nadie diría que se había enfrentado a la misma muerte en más de una ocasión, con el rostro en alto y sin siquiera temer una vez por su vida.
-        Sin embargo, sigue uniéndonos el mismo vínculo fraternal- señaló el futuro conde. Jacob negó con la cabeza, aceptando su derrota-. Como sea, quiero que los conozcas, y ya podrás juzgar luego su comportamiento. Te juro que si sólo uno de ellos te llegara a tratar con aprehensión, yo mismo te sacaré de ahí y nos iremos a cabalgar durante todo el día.


-         Cobraré tu palabra. No lo olvides.
Juntos salieron del cuarto de Adam, y se digirieron a las escaleras charlando. Cuál no fue la sorpresa de ambos hombres al encontrarse con las tres primas Beckesey también disponiéndose a bajar. Las  jóvenes se inclinaron respetuosamente ante los dos caballeros, y esperaron que Adam les presentara al nuevo invitado.
-         Señoritas, este es el capitán Jacob Dolleby, tres veces condecorado por los valerosos servicios prestados a nuestro reino- informó.


-         Es un placer conocerle, Capitán Dolleby- lo saludó Sofía.
Jacob, claramente incómodo, dirigió una rígida inclinación a la jóvenes y guardó silencio.
-         Las señoritas Beckesey son primas. Se hospedarán en Blackwood Manor durante una temporada, hasta que acabe la guerra y sus padres, que en este momento se encuentran luchando en el frente, regresen- le explicó Adam.  
Un brillo se reconocimiento iluminó los ojos del soldado.
-         Es una placer conocer a las hijas de tres hombres tan valientes- dijo Jacob con toda sinceridad.
Una vez acabaron con las presentaciones, Adam se acercó a Harriet, besó su mano y le dedicó una intensa mirada.
-         ¿Me permite acompañarle, Miss Harriet?


-         Yo...- vaciló ella, indecisa. Adam la observó con detención, siguiendo cada uno de sus reacciones con calculado detenimiento. Le daba la sensación, que la joven estaba librando una ardua lucha interna, y que se debatía entre sentimientos contradictorios. ¿Por qué se comportaba de aquella forma de pronto? No recordaba haberle faltado el respeto durante los inolvidables momentos que compartieron juntos, ni haber sido indiscreto en ningún sentido. Al contrario, le había sorprendido su propia serenidad, considerando la fascinación que había ejercido Harriet sobre él desde un comienzo.
"Más precisamente, desde que la vi salir del coche aquél día ", pensó, recordando la inexplicable atención con la que la había admirado al llegar las tres primas recién a Blackwood Manor. Todas le parecieron portadoras de un encanto innato, pero Harriet era diferente. Jamás sería capaz de explicarlo, pero, por alguna razón que desconocía, y que ansiaba descubrir cada vez con mayor intensidad, su sola presencia era capaz de hacerlo enloquecer. Cuando estaba a su lado, sentía la necesidad imperiosa de coger sus suaves y blancas manos, de perderse en su brillante mirada, de saborear las enorme dulzura que prometían entregar esos labios...
"Por el Altísimo Cielo, Adam, por favor, contrólate", se exigió. "Ya has perdido la cabeza, y por poco el corazón, debido a una mujer. No puedes cometer el mismo error otra vez".


-         Sería un placer, Mr. Wontherlann.


La voz de Harriet irrumpió en sus pensamiento, derribando en sólo a penas unos instantes, la poca cordura a la que tan ansiosamente intentaba aferrarse. Fijó su mirada en la joven, y la observó con detención. Una bella y cautivadora sonrisa bailaba en sus labios, sin embargo, era evidente que su alegría era fingida, y que había aceptado su ofrecimiento más por cortesía que por agrado. Adam alzó el rostro y tensó la espalda. Había recibido la fingida emoción de Harriet como una bofetada en el rostro, que lo obligó a apartarse de ella. Le dirigió una fría y distante mirada, sintiendo que una barrera infranqueable se levantaba entre ambos; una barrera que jamás debió desaparecer, pero que cedió inevitablemente ante los encantos de esa mujer.

"Son todas iguales", pensó examinándola con aprehensión. "Cínicas... Falsas...". ¿Cómo podía decir que era un placer aceptar ir a su lado, sonreír de aquella encantadora forma suya, fingir que todo iba de maravillas, pero al final, ser consciente de que ni siquiera se sentía cómoda a su lado? Odiaba la mentira, odiaba la hipocresía, odiaba a las mujeres por manejar, con tal maestría, el arte de fingir. Y se odiaba aún más a sí mismo, por haberse dejado engañar por ese rostro bonito y esa sonrisa deslumbrante. Debería haber escuchado las advertencias que su razón le dictaba, y haberse amarrado al mástil del barco, como Ulises había hecho para no ceder ante el tentador canto de las sirenas.
-         El capitán Dolleby estará encantado de escoltarla- dijo él esbozando una sonrisa forzada. Y acto seguido, ofreció un brazo a Agnés y otro a Sofía.
Jacob envió una extrañada mirada a su amigo. Ardía en deseos de interrogarlo, pero no era el momento, ni el lugar a adecuados para hacerlo. Ofreció su brazo a Harriet, y juntos descendieron al primer piso.
-        Les acompañaremos hasta la biblioteca- dijo Adam, que cerraba la reducida comitiva junto a Sofía y a Agnés-. Tengo entendido que Miss Prince se encuentra allí. Estará encantada de verlas.
Jacob no respondió a lo dicho por su amigo, y continuó caminando en silencio. Procurando ser lo más discreto posible, envió una mirada a Harriet, y la examinó con interés. Lo cierto, es que sabía sobre esa jovencita mucho más de lo que ella podría incluso llegar a pensar. Adam no contaba con muchos datos sobre ella, pero desde el momento que había sido capaz de sacarlo de su aturdimiento y generar ese interés en él, no le cabía duda de que Harriet Beckesey era una mujer fascinante. Y lo era, al menos, físicamente. Tenía un rostro armonioso y expresivo, y unos labios que prometían los placeres del paraíso. Una vivaz luz bailaba en sus ojos, iluminándolos con una picardía nada habitual en una mujer de su clase. Era fina, refinada, elegante... ¿Adam podía pedir más? Le resultaba difícil de creer que alguien osara siquiera a sopesar una respuesta afirmativa para dicha interrogante.
-         ¿Ha llegado hoy a Blackwood Manor, capitán Dolleby?- le sorprendió la pregunta de Harriet.


-        Así es, Miss Beckesey- respondió, procurando intercambiar el menor número de palabras posibles con la dama. Sociabilizar con las personas era un tormento, pero resultaba aún peor entablar una conversación con una mujer de la talla de las tres jóvenes Beckesey.  


-         ¿Viene a menudo para acá?
Jacob le dirigió una muy breve mirada, preguntándose qué hacer o qué decir para evitar que ella siguiera interrogándolo. Las damas eran en extremo quisquillosas, y lo que menos deseaba en ese momento, era lastimar los sentimientos de aquella hermosa joven. En especial, porque le parecía sincera y agradable.
"Debo ser preciso y cortante", pensó. "Pero sin rayar en la insolencia. Simplemente... demostrarle que no quiero hablar más".
-         No muy a menudo- contestó, con la firme intención de no articular ninguna palabra más hasta llegar a la biblioteca y marcharse. Sin embargo, temeroso de haber sido demasiado duro, le dirigió una fugaz mirada para asegurarse de que estaba bien. Jamás podría haberse imaginado lo que acabaría encontrando. Harriet lo miraba con atención, y al ver que la observaba, le dirigió una cálida y adorable sonrisa, como instándolo a continuar hablando. Jacob suspiró. A pesar de todas sus aprehensiones, no halló la fuerzas para negar la silenciosa petición de la joven-. Sin embargo, procuro pasar a visitar a Adam cada vez que puedo- continuó-. Nos conocemos desde hace mucho tiempo...- vaciló, antes de agregar, a modo de explicación-: Somos amigos.


-        Pues espero que disfrute de su estancia aquí, capitán- repuso ella-. Y que no deba marcharse muy prontamente.
Jacob no fue capaz de ocultar su sorpresa. Harriet había acabado su interrogatorio, a pesar de tener material suficiente para continuar formulándole al menos un docena de preguntas más. ¿Acaso no quería saber por qué se conocían con Adam? ¿O hace cuánto tiempo que eran amigos? No pudo evitar esbozar una sonrisa.
-         Lo cierto, es que deberé viajar a Londres dentro de muy poco. Quizá dentro un par de días- dijo, más animado-. Pero espero luego volver, y quedarme una larga temporada en Blackwood Manor.
Harriet sonrió y asintió con delicadeza, compartiendo sus buenos deseos.
        -     Esperemos que así sea, capitán.





_._._._._._._._._._





Londres. Medianoche.




Un hombre alto y delgado, pero de aspecto imponente, se bajó del coche y le ordenó al conductor esperarle unos instantes. El aludido envió una temerosa mirada a su alrededor, y contestó con voz temblorosa.
-         Este no es un buen lugar para aparcar, señor. Los crímenes están a la orden del día, y en cada esquina hay rateros esperando una víctima que asaltar.
El caballero hizo un gesto desdeñoso con la mano, y cogiendo una bolsita de cuero oculta baja la capa que lo cubría, se la lanzó.
-         Con esto bastará- dijo el hombre dándose la media vuelta, como quien está seguro que el problema ha quedado solucionado.
El cochero constató impresionado el peso del bulto con una mano, del que provenía el inconfundible sonido del entrechocar de las monedas entre sí. Juzgando su tamaño y su peso, debía contener una fortuna, y una suma que superaría con creces, meses de trabajo y de esfuerzo… Sin embargo, negó con la cabeza y tendió la bolsa a su propietario.
-         No, señor. No puedo aceptarlo- contestó.


-         No sabes lo que dices. La suerte te sonríe por primera en tu miserable vida, y así la malgastes- preguntó el caballero-. Por simple cobardía.


-         Lo siento, pero no lo haré- dijo. El caballero, cuyo rostro era imposible distinguir bajo el sombrero y las sombras de la noche, cogió la bolsa de sus manos y soltó una grosería-. Y le recomiendo que usted haga lo mismo. Este es lugar es peligroso. Ruego que los ojos que ocultan las sombras no hayan visto su oro, ni sus costosas ropas, o no saldrá con vida de este lugar.


-         ¡Vete, desgraciado! ¡Y déjame en paz!- exclamó el rico desconocido, en parte, intimidado con las palabras del cochero, pero incapaz de aceptarlas por su orgullo-. ¡Vete, he dicho!
Una vez el coche hubo desaparecido al doblar la esquina, el hombre se cubrió los hombros con la capa, envió una desconfiada mirada a su entorno y decidió ponerse en marcha. Tras poco dudar, se dirigió por la calle, en dirección norte, hacia un callejón cuyo nombre no recordaba, pero que esperaba reconocer en cuanto diera con él. “Maldita sea”, protestó malhumorado. Sabía que tendría que haber guardado la nota en la que aparecían los datos del lugar en el que se reunirían, pero por precaución, el remitente le exigía quemarla en cuanto la recibiera y memorizara su contenido. Lamentablemente su memoria distaba mucho de ser óptima, y eso, agregado al temor de ser asaltado, no hacía más que empeorarlo.
-         Por favor, una moneda. Se lo suplico- le rogó con voz lastimera un hombre sentado a un costado de la calle.
El caballero lo observó con detención. La piel de sus manos tenía un aspecto mugroso, y dejaba entrever numerosas heridas abiertas, muchas de ellas sangrantes y gangrenadas. Repugnado, y ciertamente asustado de contraer su extraño mal, se alejó de él a paso rápido. No, no había sido buena idea aceptar ir a ese lugar, pero no le habían dejado opción.
Tras cruzar otras dos calles más, se encontró con un oscuro callejón mal iluminado. No aparecía nombre alguno en el exterior, sin embargo, tuvo el presentimiento de que había llegado al lugar indicado. Un olor nauseabundo impregnaba el ambiente. Con caminar rápido y desenvuelto, recorrió el callejón, fijándose en las casas que a su costado izquierdo se alzaban. Todas le parecían iguales, pequeñas, sucias y descuidadas. A veces veía descorrerse fugazmente los cortinajes de sus ventanales empolvados, y sombras de rostros indistinguibles examinarlo con detención.
“Sólo avanza”, pensó. “Avanza y no mires hacia atrás”.
Una intensa llovizna, mezclada con la infaltable neblina londinense y la iluminación escasa del callejón por el que transitaba, apenas le permitía divisar a un radio de unos pocos metros. Buscaba una taberna, o algo que se le pareciera. Dudaba encontrarse con algo decente por esos entornos, ni que se acercara medianamente a la calidad de los clubes que solía frecuentar. "Una pocilga maloliente y llena de ratones", pensó. "No creo que pueda aspirar a más".


-         ¡Fíjate por dónde andas, desgraciado!- bramó una voz grave.


En realidad, no supo en qué momento se había aparecido ante él un grupo de hombres, con los que chocó casi de bruces. El agredido le empujó violentamente hacia atrás, haciéndole perder momentáneamente el equilibrio. Por suerte, contaba con reflejos rápidos, y logró no caer. Sin embargo, eso no significaba que la suerte estaba de su lado. Los hombres con los que había tropezado ,no tenían el aspecto de querer dejar pasar el incidente de forma tan simple, y se preparaban para hacerle pagar su supuesta osadía.
-         Vaya, vaya, vaya, pero ¿qué tenemos aquí?- susurró uno de ellos, a la vez que escupía hacia un lado. Tenía una sonrisa desagradable, la barba castaña crecida y uno de sus ojos dañados de forma permanente-. ¿Un señorcito de la alta sociedad visitándonos? Qué honor...- Soltó una portentosa carcajada, y sus compañeros con él.
Ciertamente intimidado, el aludido retrocedió un par de pasos, buscando acrecentar lo más posible el espacio que los separaba. ¿Qué haría si le atacaban? ¿Defenderse? ¿Cómo? Jamás en su vida había tenido que usar sus puños para entenderse con alguien. Sabía usar el estoque, y también manejaba con cierta maestría el revólver, pero no había llevado consigo ninguna de las dos armas. Estaba desprotegido, completamente sólo y con unos maleantes a punto de molerlo a golpes, si es que no a matarlo.
Un repentino ruido de cascos acercándose, y luego una puerta abriéndose estrepitosamente, llamaron la atención de todos los presentes. A sólo unos metros, unos hombres comenzaron a darse a golpes, y otros se le unieron, incluyendo los rateros con los que había tropezado. Aprovechándose de la  confusión general, se fundió con las sombras del callejón y continuó caminando en línea recta. No había nada que desease más que volver a la tranquilidad de su hogar,  junto a su hijo, pero no podía dar la espalda a esa oportunidad que se le había dado de recuperar su fortuna y salir del desafortunado problema económico en el que se encontraba. Una vez le dieran su cuantiosa recompensa, podrían dejar Londres, e irse a otra ciudad apartada de Inglaterra, o incluso al extranjero...
Se apoyó contra la muralla e intentó calmar su corazón agitado. Una vez recuperó su compostura, se acercó a la puerta donde momentos antes habían salido esos hombres peleando, y se asomó. Efectivamente, ahí estaba. Al fin lo había encontrado.
"Es última vez que hago esto", pensó. "La próxima vez yo decidiré el lugar de reunión".
Con caminar altivo y seguro, tomó asiento en una de las mesillas sucias y roídas situadas en un costado solitaria de la estancia, y esperó en silencio. Una mujer de escote pronunciado y rostro demasiado maquillado, se acercó a él esbozando una sonrisa que pretendía ser provocativa, y le preguntó si deseaba pedir algo. Emanaba de ella un desagradable olor dulzón a vino rancio, que lo obligó a apartar la el rostro.


-         No, gracias- contestó conteniendo la respiración.


Empezaba a impacientarse, cuando una figura, aparecida de la nada, tomó asiento junto a él en la mesa. Tenía el rostro anguloso, y una nariz aquilina, larga y elegante. Su rostro de tez blanca reflejaba indiferencia y tranquilidad, salvo sus ojos verdes, que, como los de un halcón, observaban su alrededor con increíble agudeza y atención. Tras unos instantes de silencioso examen del lugar, se dio la media vuelta y lo encaró.


-         Je vois que vous n'avez apporté personne avec vous, monsieur*- dijo el recién llegado.


El aludido, desconcertado ciertamente por el idioma utilizado por su interlocutor, no supo qué responder.
-         ¿Acaso... usted no me entiende?- preguntó el extranjero alzando una ceja.


-         Sí le entiendo- contestó el otro-. Pero me extraña que hable en su idioma materno, sin temer que algún ferviente defensor de Inglaterra lo descubra y llame a las autoridades.
El extranjero sonrió con burla y envió un vistazo a su entorno.
-         ¿Teme a esto? ¿A un grupo de miserables, demasiado ebrios como caminar hasta sus casas, suponiendo que las tengan?- preguntó-. Dudo que alguien pueda denunciarme, a excepción de usted, Lord...


-         ¡No!- lo detuvo el hombre antes de que lograra pronunciar su nombre-. No lo diga... No aquí.
El francés se encogió de hombros con indiferencia, y asintió.
-         ¿Sabes por qué le he mandado a llamar?


-         Tenía la esperanza de que usted me lo dijera.


-         Seré directo- dijo mirándole fijamente-. Las fuerzas inglesas tienen un conducto directo de comunicación aquí en Inglaterra, que envía los mensajes de Lord Wellinghton hasta Londres. Hemos estado investigándolo por mucho tiempo, buscando alguno de sus integrantes para desbaratarla. Y al fin lo hemos hecho. Al menos, en parte.


-         ¿Quiénes son?


-         Un grupo de aristócratas, cuyos nombres a usted no le incumbe- precisó-. Sin embargo, cuando la carta ha salido de Forks, le hemos perdido el rastro. No sabemos a dónde se ha dirigido el mensajero, ni cuándo llegará a Londres. Nuestros fuentes creen que se esconde en algún lugar fuera de las ciudades, en el campo...


-         ¿En el campo? ¿Están seguros?


-         Totalmente- aseguró el aludido con absoluta convicción-. Y es aquí donde entra usted, Mi Lord. Necesitamos a un aristócrata, conocido en las altas esferas, que sea capaz de moverse en sociedad y de conseguir información por nosotros. ¿Entiende?


-         ¿Quieren que descubra quién tiene la carta en estos momentos?- preguntó-. ¿Y traicionar a mis propios conocidos?


-         Más que eso, deseamos que nos indique quiénes están involucrados en esta entrega de información.- Y observando al hombre, esbozó una lenta sonrisa, y agregó-: Pero, claro, si fuera capaz de decirnos quién tiene la carta y dónde, recibiría... una cuantiosa recompensa, aún mayor de la prevista.
Su acompañante bajó la vista, reflexionando sus palabras. Parecía perdido en sus pensamientos y sumergido en un claro debate mental.
-         ¿Ocurre algo?


-         Yo...no, no. Todo está bien. Es sólo que...- vaciló. Sin embargo, tras unos instantes, alzó la vista y asintió con seguridad-. Lo haré.


-         No esperaba menos de usted- aseguró el otro.


-         De hecho...creo que podría empezar mañana mismo a buscar ese lugar. No son muchos los asristócratas que viven tan lejos de las ciudades, y tengo la dicha de conocerlos a todos íntimamente.


-         ¿Sí?


-         Y aún más- dijo-. De camino de Forks, sólo dos mansiones se encuentran situadas en pleno campo.


-         ¿Y quiénes serían?
El hombre dudó en contestar.
-         Preferiría silenciar los nombres hasta que lo confirme- dijo-. Si no le molesta...
El francés le envió una escrutadora y dura mirada.
-         Está bien, pero no se atreva a traicionarnos, ¿lo ha oído? Si lo hace, no dude de que se lo haremos pagar. Empezando por su hijo...


-         Le doy mi palabra de caballero de que no será así.
El extranjero asintió, y relajó su mirada, la que apartó hacia un punto distante de la habitación.
-         Parfait, mon ami- murmuró-. Parfait*...


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* Veo que no ha traído a nadie con usted, caballero.
* Perfecto, mi amigo. Perfecto...

9 comentarios:

Susan dijo...

Que interesante ha estado este capítulo Eileen.
Me da a mí que una de las dos mansiones que están en pleno campo es Blackwood Manor... ¿qué necesitara ese hombre desconocido?
¡Espero con ansias el próximo capítulo!
PD: Me ha gustado mucho la imagen de Londres a medianoche :)

Besos,
Susan

Eli dijo...

Estoy de acuerdo, el capitulo ha sido de lo más interesante, sobre todo la parte final. Pero yo prefiero la imagen de Adam ^^ Que mal que la vacilación de Harriet lo lleve otra vez a cerrarse y a confiar en las mujeres.

Tendremos que estar atentos para averiguar quien es este espía, todo ha sido muy misterioso y muy real, me ha encantado.

Espero el proximo cap. Un beso

D. C. López dijo...

Estoy totalmente de acuerdo con lo que dice Susan y Eli, la cosa se pone muy interesante... K pena k Adam vuelva a cerrarse en banda y siga odiando a las mujeres...

Hola Eileen!, k no t he dicho nada, jejeje. K tal llevamos el comienzo d semana?, espero k muy bien y k pronto coincidamos.

Un saludo bella y hasta otra!, muak!!!

anne wentworth dijo...

esto esta color de hormiga!!... lo que no me agrada es porque Harriet dudo de ser acompañada por Adam, solo lo hirio.... espero que el proximo capitulo se arregle el mal entendido.
un beso amiga!

MariCari dijo...

Vayaaaaaaa me he quedado planchada por la forma de obrar de Harriet ¿pero por qué? acaso no dejaba de pensar en la nota de su prima??? Umhhh! pero mira qué se ha puesto interesante la historia.. amiga Eileen sí que sabes intrigar, je, je... ya lo veremos cuando llegue a la biblioteca, ja ,ja... Y sí, querida ,en el fondo todos los hombres sí que son iguales, hala, ya se ha enfadado y ya la desprecia, es que son veletas, ja, ja... son cazadores y nada más, y qué salida ha tenido para la pobre Harriet...
Muy buen capítulo, amiga, muy bueno, ya estoy esperando el siguiente... Bss. y gracias

J.P. Alexander dijo...

Que se trae ese francés y por que esta aquí? Lo dejaste muy interesante. Te mando un beso y cuídate. Ame la música.

AKASHA BOWMAN. dijo...

¿Me permites usar la misma frase de nuestra querida Anne? ¡"Color de hormiga" jajajajjaja no podría decirse mejor!

Me hace gracia la barrera defensiva del señor Dolleby contra la sociedad en general y las mujeres en particular, al que acuso de un exceso de timidez (me recuerda un poco y con permiso de la señora Austen al incauto señor Ferrars jejejej). Sin embargo los tímidos o aquellos que semejan encerrar un misterio por sí mismos, resultan sin duda muy atrayentes ¿no crees?

Viví ese momento de tensión entre Adam y Harriet, en el que el caballero alzó la barbilla y tensó la espalda. Lo describiste perfecto.

Imagen preciosa la de Londres a medianoche (y eso que no soy dama de ciudad jejeje).

Mucha intriga me ha causado esa reunión clandestina, así como la identidad del caballero embozado. Me temo que aunque no soy muy buena en mis dotes detectivescas esta intriga despertará mi perdida intuición jejejjeje. Es posible que en breves Blackwood reciba un visitante inesperado...

Buen capítulo, mi querida amiga, esperando ya el próximo.

Infinities of loves

Susan dijo...

¡¡Eileen!!
Que me ha dihco MariCari que tienes problemas con blogger... vayaa!! Lo siento tanto, se mas o menos por lo que estas pasando, ya que hace unos dias mi Abadia se hizo añicos...
Parece ser que Blogger no se encuentra de muy buen humor...
Paciencia ante todo querida, aquí estamos todas austenianas para apoyarte y cada vez que puedas, te puedes pasar por la Abadía sin ningun problema =)

Besotes,
Susan

Lily's dijo...

Una hermosa historia romantica que se desarrolla en el campo y de pronto ahi esta hombres misteriosos, mentiras, traiciones... Es maravilloso!!!